En solidaridad con el pueblo japones, este articulo de Cesar Levano tomado de La primera
La tragedia castiga a Japón con dureza insólita: terremoto de grado 9 en la escala de Richter, tsunami con olas de diez metros de altura que ha barrido las costas principales, explosión en la planta nuclear de Fukushima con fuga de sustancias radiactivas: todo se ha conjugado contra ese país. Pero el pueblo japonés muestra, una vez más, su valentía colectiva y su disciplinada serenidad.
El momento me recuerda lo que sucedió después del bombardeo atómico estadounidense contra Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945. En la Navidad de ese año, después de la hecatombe, el emperador Hirohito escribió un haiku, género tradicional de poesía japonesa breve, que levantó el ánimo de su pueblo:
El peso de la nieve
inclina las ramas
del pino.
Pero el árbol está de pie.
El crimen ordenado por el presidente Harry Truman ocurrió en momentos en que ya Japón había perdido la guerra, en particular por la ofensiva del ejército rojo soviético en Manchuria, gran base militar e industrial de Japón que, liberada, fue entregada al ejército de Mao.
El primer y hasta hoy único bombardeo nuclear se produjo a la hora en que los niños de Hiroshima iniciaban sus labores escolares. Fríamente calculado.
En total, en las dos ciudades afectadas murieron 250 mil personas y muchos miles fueron afectadas por Cáncer, ceguera y otras dolencias físicas.
Sin embargo, el árbol estaba de pie. Japón reconstruyó su economía hasta convertirse en la segunda potencia industrial del mundo, pese a ser un archipiélago carente de grandes recursos naturales.
Ahora, en 2011, la desgracia, la maldición atómica, tiene un origen doble: en la naturaleza y en la tecnología.
A la naturaleza no le hemos arrancado todos sus secretos. En alguna medida la destruimos, la afectamos, hasta el punto de que frente a ella el progreso humano suele resultar un bumerán. “Siembra vientos y cosecharás tempestades”, rezaba un refrán antiguo. Hoy sembramos gases y cosechamos calentamiento global. Y luego inundaciones, sequías, hambrunas.
La catástrofe nuclear en Japón, impulsada por la catástrofe natural, nos enseña que con las plantas nucleares ninguna precaución está demás, que hay que extremar medidas preventivas. Entre otras cosas, elegir ubicaciones lejanas de centros densamente poblados, escapar de las llanuras.
Japón afronta una de las mayores pruebas de su historia. Quienes, más allá de fronteras políticas, admiramos su industriosidad, su ciencia y tecnología, su refinada cultura humanística, su sapiencia en combinar tradición y progreso, confiamos en que, con la ayuda internacional, reanude su múltiple actividad.
Entre otras cosas, porque el árbol está de pie.
Y porque, en un mundo interconectado, el Perú, como toda América Latina, necesita un Japón restaurado y próspero.
La tragedia castiga a Japón con dureza insólita: terremoto de grado 9 en la escala de Richter, tsunami con olas de diez metros de altura que ha barrido las costas principales, explosión en la planta nuclear de Fukushima con fuga de sustancias radiactivas: todo se ha conjugado contra ese país. Pero el pueblo japonés muestra, una vez más, su valentía colectiva y su disciplinada serenidad.
El momento me recuerda lo que sucedió después del bombardeo atómico estadounidense contra Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945. En la Navidad de ese año, después de la hecatombe, el emperador Hirohito escribió un haiku, género tradicional de poesía japonesa breve, que levantó el ánimo de su pueblo:
El peso de la nieve
inclina las ramas
del pino.
Pero el árbol está de pie.
El crimen ordenado por el presidente Harry Truman ocurrió en momentos en que ya Japón había perdido la guerra, en particular por la ofensiva del ejército rojo soviético en Manchuria, gran base militar e industrial de Japón que, liberada, fue entregada al ejército de Mao.
El primer y hasta hoy único bombardeo nuclear se produjo a la hora en que los niños de Hiroshima iniciaban sus labores escolares. Fríamente calculado.
En total, en las dos ciudades afectadas murieron 250 mil personas y muchos miles fueron afectadas por Cáncer, ceguera y otras dolencias físicas.
Sin embargo, el árbol estaba de pie. Japón reconstruyó su economía hasta convertirse en la segunda potencia industrial del mundo, pese a ser un archipiélago carente de grandes recursos naturales.
Ahora, en 2011, la desgracia, la maldición atómica, tiene un origen doble: en la naturaleza y en la tecnología.
A la naturaleza no le hemos arrancado todos sus secretos. En alguna medida la destruimos, la afectamos, hasta el punto de que frente a ella el progreso humano suele resultar un bumerán. “Siembra vientos y cosecharás tempestades”, rezaba un refrán antiguo. Hoy sembramos gases y cosechamos calentamiento global. Y luego inundaciones, sequías, hambrunas.
La catástrofe nuclear en Japón, impulsada por la catástrofe natural, nos enseña que con las plantas nucleares ninguna precaución está demás, que hay que extremar medidas preventivas. Entre otras cosas, elegir ubicaciones lejanas de centros densamente poblados, escapar de las llanuras.
Japón afronta una de las mayores pruebas de su historia. Quienes, más allá de fronteras políticas, admiramos su industriosidad, su ciencia y tecnología, su refinada cultura humanística, su sapiencia en combinar tradición y progreso, confiamos en que, con la ayuda internacional, reanude su múltiple actividad.
Entre otras cosas, porque el árbol está de pie.
Y porque, en un mundo interconectado, el Perú, como toda América Latina, necesita un Japón restaurado y próspero.
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