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LA APASANKA: Guardián de los caminos . Isaac Soto Gamarra


Me llevan preso por un crimen que no cometí. Dos policías bien armados me custodian como al peor de los criminales. Todo empezó por cumplir un deseo que tenía desde hace muchos años: conocer Marcahuasi, una montaña enigmática ubicada en la sierra de Lima. Las noticias que había leído de este lugar me causaron mucha fascinación. Mamíferos y aves gigantescas convertidos en piedras era una de las atracciones. Pumas, zorros, cóndores, búhos, y otros animales de pronto se habían congelado y quedaron como si tuvieran vida. También se decía que aterrizaban seres extraterrestres y bajaban de sus naves para recoger un mineral que sólo había en las entrañas de la montaña mágica "Marcahuasi”. Pero lo que más llamaba la atención de ese lugar era "El rostro humano", una piedra gigantesca con una cara que, según avanzaba el día, cambiaba de color de acuerdo a las razas del ser humano: Al despuntar el alba aparecía la faz de un hombre blanco, con el pelo rubio. Al medio día, la de un hombre asiático con los pómulos bien pronunciados. Al atardecer, la de un andino con el cabello trinchudo. Y cuando ya llegaba la noche, la cara de un africano con los dientes que reflejaban en la entrada de la noche. Pero lo más fascinante y conmovedor y que causaba hasta miedo era que a media noche el rostro humano se convertía en una calavera terrorífica.

Todo esto me animó a escalar "Marcahuasi".

Había llegado el día. Me encaminé junto con dos amigos a quienes contagié mi deseo de subir a la montaña. Con nuestras mochilas a cuestas y llevando una carpa ascendimos la montaña. A dos horas de haber iniciado nos encontramos con una señora del lugar quien nos preguntó a dónde íbamos, le expliqué todo, ella nos aconsejó que primero hiciéramos un pago a la tierra y que en el camino no matemos ni siquiera a una hormiga. Todo es sagrado aquí nos apuntó.

La verdad no le hicimos caso. Miguel, Juan y yo hasta nos burlamos de la señora una vez que nos dejó.

Cada vez el ascenso a la montaña se ponía difícil las piernas nos flaqueaban y nos sentábamos a descansar. En una de esas oportunidades vimos que algo se movía de dentro de los follajes de las plantas haciendo un ruido y apareció una enorme araña con los ojos brillantes. Presurosos y asustados nos levantamos, mis dos amigos empezaron a lanzarle piedras yo me quedé petrificado de susto. Y casi a la carrera nos fuimos. Juan y Miguel empezaron a reírse y a festejar que habían matado a ese monstruo en miniatura. 

De ese acontecimiento de pavor habían pasado unas tres horas, cuando de pronto la tarde empezó a nublarse, vimos nuestros relojes y apuntaban las cuatro y veinte de la tarde. Ya la neblina por completo nos cubrió. Avanzábamos a tientas. Para distinguirnos teníamos que llamarnos levantando fuertemente la voz. De pronto escuché un grito, no sabía de quién era, sólo escuché... La araña o la señora, se hizo un silencio sepulcral. Grité Juan, Miguel. Nada. Corrí confundido, tropecé con un bulto gelatinoso y vi a la araña o la señora. No recuerdo más.

Desperté en la cama de un hospital y pregunté a la enfermera. Qué hacía yo ahí. Ella en voz baja me dijo que esperaban a que despierte para llevarme preso por haber asesinado a mis dos compañeros de aventura. Ya encerrado en mi celda, un hombre me contó que la "Apasanka", era el guardián de los caminos antiguos y era quién calificaba si eran buenos o malos los que recorrían por esas rutas. Las "Apasankas" eran almas en pena que habían sufrido la extirpación de las idolatrías (un pretexto de los curas para saquear las wakas sagradas y robar los objetos de oro y plata) muchos de ellos murieron en manos de La Santa Inquisición bajo torturas horribles y se mimetizaron en esos arácnidos para tomar venganza y castigar a los hombres malos de alma que osan transitar por esos caminos milenarios.

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