Con la salvedad que este racismo derrumba la fantasia de el Peru es pais moderno y, mas improtante, es imperativo que el representante de los racistas en el peru, racista el mismo, pida disculpa al pais. En cualquier lugar civilizado ya hubiese sido presionado para que se diculpe y renuncie a sus pretenciones. Su origen polaco no lo pone encima de nadie ni lo exime de responsabilidades democraticas frente a la sociedad civil. Curioso que en el norte los polacos sean a su vez victimas de racismo. La verdadera ignorancia esta en el racismo.
Reflexiones Peruanas Nº 352
EL RACISMO DESPUÉS DE LA PRIMERA VUELTA
Wilfredo Ardito Vega
Junio de 1990. Segunda vuelta. Alberto Fujimori acude a votar al colegio María Molinari, en San Borja. Enfurecidos, seguros que el “maldito japonés” les quitará todo lo que tienen, decenas de samborjinos le lanzan todo tipo de insultos racistas. Veinte años después, aventuro a pensar que, al ver esas manifestaciones de odio en la televisión, mucha gente se decidió a votar por Fujimori.
Recordé esas imágenes la semana pasada, cuando tras conocerse los resultados de la segunda vuelta, centenares de limeños escribieron en Facebook y Twitter las más violentas expresiones racistas. “Indios ignorantes”, “serranos delincuentes”, eran las frases más benévolas. Los insultos eran tan chocantes que inclusive Gastón Acurio, a quien nadie había insultado, tuvo que pedir que cesaran. Algunos violentistas inclusive han colocado un video donde se representa el asesinato de Ollanta Humala, mientras otros llaman al golpe de Estado en caso de que él gane la segunda vuelta.
¿De dónde sale tanto odio? Como en 1990, se trata de ese miedo irracional a “perderlo todo”, unido al racismo que tantas veces nos dijeron que no existía en el Perú, pero que aflora fácilmente en un momento de crisis (RP 311). El racismo, en este caso, no era tanto hacia Humala sino hacia sus electores e incluía también a quienes votaron por Keiko Fujimori, porque no habrían tenido la inteligencia de votar por Pedro Pablo Kuczinsky.
La mayoría de los enfurecidos racistas eran jóvenes limeños que se habían entusiasmado con Kuczinsky y votaban por primera vez en una elección presidencial. Al parecer, a estos debutantes electorales no les habían enseñado que la democracia no implica que uno siempre gane, sino que, a veces, ganen otras opciones políticas. Por eso, están llamando al voto viciado o a exigir que su candidato participe en la segunda vuelta, como un niño que pretende cambiar las reglas del juego cuando se da cuenta que perdió.
De manera patética, muchos de ellos declaraban que estaban “de luto” por la democracia. Para mí era muy doloroso que colocaran crespones negros en internet: ¿acaso habían guardado algún tipo de luto por las muertes de Bagua, Chala o Islay? No, porque en ese caso los cholos, los indios, no les parecían importantes. Menos aún les parecía importante la pobreza que padecen millones de sus compatriotas.
Siempre en el tema racial, creo que, pese a que Toledo y Kuczinsky tenían los mismos planteamientos, Toledo arrastraba los estereotipos negativos que en las clases altas y medias existen hacia los cholos: mentiroso, borracho, improvisado, mal padre de familia, mientras Kuczinsky (blanco, alto, de ascendencia y apellido europeos) parecía eficiente, preparado y “decente”.
Al parecer, ni las sucesivas derrotas de Mario Vargas Llosa, Javier Pérez de Cuéllar o Lourdes Flores han sido suficientes para aprender la lección: la identificación étnica con un candidato está restringida a algunos barrios de Lima. Cuando el candidato es “demasiado blanco”, otros peruanos sienten desconfianza y temor y sobreviene el recuerdo de innumerables ofensas racistas.
Estas ofensas no necesariamente son insultos, pueden ser una mirada despectiva, tutear a quien le está hablando a uno de usted, aferrar la cartera como si el otro fuera un posible delincuente, o no contestar el saludo (por citar ejemplos que a mí me han sucedido).
Los insultos racistas, en cambio, explícitamente buscan humillar al adversario por algo que no puede solucionar y descalificarlo como persona. Normalmente, consiguen su objetivo, pues paralizan o desarman a la víctima. Si ustedes se fijan bien, nunca se usa “blanco” como insulto, pues, en el fondo, todos los peruanos hemos interiorizado una jerarquía étnica. Por eso nadie llama “blanco ignorante” a esos miles de limeños que no saben donde están Ayaviri, Chupaca o Sullana, pero tienen la arrogancia de considerar ignorantes a sus compatriotas. El término “blanquito” es, en todo caso, un insulto encubierto, que no aparece en el peor conflicto, y “pituco” es una apreciación sobre un comportamiento y no sobre los rasgos físicos de la persona.
En varias actividades antirracistas hemos recibido expresiones llenas de odio, como el “¡Malditos cholos, muéranse de una vez!”, durante una protesta frente al Café del Mar. Sin embargo, mucho más impacto generan los insultos racistas que se escriben en internet porque son leídos por muchas personas y nadie puede decir “Te habrá parecido”. Por eso, quizás un lado bueno de estos estallidos es que fuerzan a admitir que el racismo es una de las peores taras de nuestra sociedad.
Hace veinte años, la reacción de las familias de ascendencia asiática frente al racismo fue dejar de asistir a lugares como La Rosa Náutica o la heladería Quattro D para evitar los maltratos que sufrían por otros clientes. Ahora, en cambio, si continúan los insultos racistas hacia las grandes mayorías, éstas pueden reaccionar de otra manera… simplemente votando por el candidato que más temen los racistas.
Reflexiones Peruanas Nº 352
EL RACISMO DESPUÉS DE LA PRIMERA VUELTA
Wilfredo Ardito Vega
Junio de 1990. Segunda vuelta. Alberto Fujimori acude a votar al colegio María Molinari, en San Borja. Enfurecidos, seguros que el “maldito japonés” les quitará todo lo que tienen, decenas de samborjinos le lanzan todo tipo de insultos racistas. Veinte años después, aventuro a pensar que, al ver esas manifestaciones de odio en la televisión, mucha gente se decidió a votar por Fujimori.
Recordé esas imágenes la semana pasada, cuando tras conocerse los resultados de la segunda vuelta, centenares de limeños escribieron en Facebook y Twitter las más violentas expresiones racistas. “Indios ignorantes”, “serranos delincuentes”, eran las frases más benévolas. Los insultos eran tan chocantes que inclusive Gastón Acurio, a quien nadie había insultado, tuvo que pedir que cesaran. Algunos violentistas inclusive han colocado un video donde se representa el asesinato de Ollanta Humala, mientras otros llaman al golpe de Estado en caso de que él gane la segunda vuelta.
¿De dónde sale tanto odio? Como en 1990, se trata de ese miedo irracional a “perderlo todo”, unido al racismo que tantas veces nos dijeron que no existía en el Perú, pero que aflora fácilmente en un momento de crisis (RP 311). El racismo, en este caso, no era tanto hacia Humala sino hacia sus electores e incluía también a quienes votaron por Keiko Fujimori, porque no habrían tenido la inteligencia de votar por Pedro Pablo Kuczinsky.
La mayoría de los enfurecidos racistas eran jóvenes limeños que se habían entusiasmado con Kuczinsky y votaban por primera vez en una elección presidencial. Al parecer, a estos debutantes electorales no les habían enseñado que la democracia no implica que uno siempre gane, sino que, a veces, ganen otras opciones políticas. Por eso, están llamando al voto viciado o a exigir que su candidato participe en la segunda vuelta, como un niño que pretende cambiar las reglas del juego cuando se da cuenta que perdió.
De manera patética, muchos de ellos declaraban que estaban “de luto” por la democracia. Para mí era muy doloroso que colocaran crespones negros en internet: ¿acaso habían guardado algún tipo de luto por las muertes de Bagua, Chala o Islay? No, porque en ese caso los cholos, los indios, no les parecían importantes. Menos aún les parecía importante la pobreza que padecen millones de sus compatriotas.
Siempre en el tema racial, creo que, pese a que Toledo y Kuczinsky tenían los mismos planteamientos, Toledo arrastraba los estereotipos negativos que en las clases altas y medias existen hacia los cholos: mentiroso, borracho, improvisado, mal padre de familia, mientras Kuczinsky (blanco, alto, de ascendencia y apellido europeos) parecía eficiente, preparado y “decente”.
Al parecer, ni las sucesivas derrotas de Mario Vargas Llosa, Javier Pérez de Cuéllar o Lourdes Flores han sido suficientes para aprender la lección: la identificación étnica con un candidato está restringida a algunos barrios de Lima. Cuando el candidato es “demasiado blanco”, otros peruanos sienten desconfianza y temor y sobreviene el recuerdo de innumerables ofensas racistas.
Estas ofensas no necesariamente son insultos, pueden ser una mirada despectiva, tutear a quien le está hablando a uno de usted, aferrar la cartera como si el otro fuera un posible delincuente, o no contestar el saludo (por citar ejemplos que a mí me han sucedido).
Los insultos racistas, en cambio, explícitamente buscan humillar al adversario por algo que no puede solucionar y descalificarlo como persona. Normalmente, consiguen su objetivo, pues paralizan o desarman a la víctima. Si ustedes se fijan bien, nunca se usa “blanco” como insulto, pues, en el fondo, todos los peruanos hemos interiorizado una jerarquía étnica. Por eso nadie llama “blanco ignorante” a esos miles de limeños que no saben donde están Ayaviri, Chupaca o Sullana, pero tienen la arrogancia de considerar ignorantes a sus compatriotas. El término “blanquito” es, en todo caso, un insulto encubierto, que no aparece en el peor conflicto, y “pituco” es una apreciación sobre un comportamiento y no sobre los rasgos físicos de la persona.
En varias actividades antirracistas hemos recibido expresiones llenas de odio, como el “¡Malditos cholos, muéranse de una vez!”, durante una protesta frente al Café del Mar. Sin embargo, mucho más impacto generan los insultos racistas que se escriben en internet porque son leídos por muchas personas y nadie puede decir “Te habrá parecido”. Por eso, quizás un lado bueno de estos estallidos es que fuerzan a admitir que el racismo es una de las peores taras de nuestra sociedad.
Hace veinte años, la reacción de las familias de ascendencia asiática frente al racismo fue dejar de asistir a lugares como La Rosa Náutica o la heladería Quattro D para evitar los maltratos que sufrían por otros clientes. Ahora, en cambio, si continúan los insultos racistas hacia las grandes mayorías, éstas pueden reaccionar de otra manera… simplemente votando por el candidato que más temen los racistas.
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