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Fragmento de Se acaba el mundo y nostros afeitándonos. Luis Benitez



 

El sello argentino Palabrava Ediciones (1) acaba de publicar el libro de cuentos Se acaba el mundo y nosotros afeitándonos, del autor local Luis Benítez. Ocho desopilantes historias cuyo humor ácido y corrosivo lleva a reflexionar sobre el mundo en que vivimos, después de la última carcajada. Ofrecemos aquí un fragmento de una de esas historias.

 

Para vivir a pleno los últimos minutos de la Tierra

Inicialmente la información no atrajo en mayor medida la atención mundial, tal vez porque estaba resumida en las diez líneas de un recuadro perdido entre avisos de supermercado y chismes de la farándula.

Aquel periódico de Tegucigalpa que lo publicó en sus últimas páginas tenía, como artículo de fondo, los detalles acerca de la exitosa extracción de forúnculos realizada a Johnny “El Chico Mágico” Mackenzie, máxima estrella mediática internacional del momento: modelo publicitario, periodista a destajo, conductor de programas de entretenimiento, animador radial y comentarista político bajo contrato. Eso sí, fue levantado por todas las agencias noticiosas y republicado como de elaboración propia por cientos de otros medios. Una de las versiones del artículo original sobre Mackenzie —que fue desarrollada por la prensa de investigación ahondando en su turbio pasado delictivo y su denunciada adicción a las semillas de lino— fue propuesta para el Pulitzer pero no ganó.

Volviendo a ese insignificante recuadro anticipatorio, el texto decía así (fueron salvadas las oscuras referencias al vocabulario astro-físico así como las pifias de redacción, ortografía y sintaxis para tornarlo más o menos comprensible incluso para el lector medio):

“Se acaba el mundo y nosotros afeitándonos

“Científicos de la Cold Cream University, en alguna parte del Hemisferio Norte, revelan que un meteorito quizá de dimensiones gigantescas se acerca a la Tierra a razón de medio millón de kilómetros por segundo. Los cálculos señalan que puede impactar de lleno en nuestro planeta o bien no o tal vez solo rozar los edificios más altos. Las precisiones brindadas por los expertos en un dossier secreto de 1892 páginas —al que tuvo acceso este cronista gracias a que mi primo Albert es el encargado de las fotocopias en esa casa de altos estudios— subrayan que la reducción de presupuesto no les permite a los cerebritos anticipar si el fenómeno tiene las dimensiones de un cucurucho de chocolate o equivale a la masa del Océano Pacífico, pero que de todas formas la cosa puede ser bien fea. Ampliaremos”.

Versiones extraoficiales atribuidas a ciertos chismosos que revistaban en la NASA se filtraron meses después, gracias a módicas sumas pagadas por algunos medios periodísticos (según siempre se sospecha aunque no hay pruebas concluyentes, facturas, recibos ni nada), indicando que la cosa iba en serio. Identificadas las gargantas profundas por el organismo estadounidense, este procedió a extirparlas sin indemnización alguna ni permitirles a los indiscretos canjear sus vales de hamburguesería, aunque se encontraban todavía vigentes.

La inmediata reacción de los afectados fue canalizada por algunos abogados de un bufete de la costa este, comprometidos radicalmente con la defensa de las libertades democráticas a razón de novecientos dólares la hora, quienes les dieron a elegir a sus defendidos entre varias opciones: apelar ante la Corte Suprema invocando la segunda, la tercera, la octava enmienda o cualquier otra más o menos referida al asunto; encadenarse al Capitolio como señal de protesta o bien, para hacer la cosa más efectiva, quemarse a lo bonzo en algún sitio más concurrido.

Una vez barridas las cenizas, las autoridades multaron al estudio de abogados por propiciar medidas que atentaban contra el aseo de las calles, reservándose expresamente el derecho de dirigirse a cada uno de sus miembros, desde entonces y en cada comunicación oficial, como “Dr. Tal y Tal, sucio hippie con corbata”.

Reflotada la noticia por el escándalo de los vales de hamburguesas, sin embargo la prensa europea se mostró escéptica en cuanto a la remota posibilidad de que un cataclismo celeste hiciera añicos nuestra contaminada pelota azul de baloncesto, atribuyendo esas intencionadas versiones al conflicto entre “esas egoístas potencias celosas de sus exportaciones, de este lado del mundo y del otro que ya saben”, sin dar nombres ni mayores precisiones. Finalizaba llevando tranquilidad a todos los países miembros de la Unión Europea, ya que si el meteoro ingresaba a nuestra compartida atmósfera se haría mil pedazos y estos caerían seguramente de modo selectivo, acabando con toda forma de vida exclusivamente en aquellos territorios fuera de su jurisdicción.

La monolítica versión de los hechos adoptada por los medios del Viejo Mundo fue corroborada con el acostumbrado mohín de asentimiento por varios eurodiputados reunidos para trabajar febrilmente en Bruselas, durante un intermedio en un torneo de golf por parejas y mientras eran asediados por los corresponsales, inclusive antes de permitirles llegar al hoyo nueve.

Las reacciones en el resto del planeta, en referencia a las controvertidas versiones de lo mismo, cuando ya estaban desplazando de las primeras planas a las recetas de sushi y las intimidades de cualquiera que dispusiera de un sitio asegurado en la revista Fortune o siquiera en Ricachones Today, no se hicieron esperar, basándose particularmente (aunque no de modo definitivo, siempre sujeto a la aparición de algo más interesante) en la presencia de esa enorme bola de fuego que ya se podía observar de día y de noche allá arriba, con solo alzar la cabeza.

Si bien fue desmentido rotundamente que todas las personas cuya estatura fuera mayor de un metro con sesenta centímetros tenían chamuscado el cabello, el primer ministro del Reino Unido, lord Jumping-Ass, se sintió obligado a emitir un comunicado en nombre de su Graciosa Majestad, coincidiendo felizmente con su 179º cumpleaños, donde aseguraba que como siempre la mayor preocupación en Buckingham era la seguridad del histórico islote y sus más famosas colonias de ultramar, y entre ellas y muy en particular la joya más preciada de la Corona: Atkinsons.

Juzgada la declaración británica como ligeramente autorreferencial, no tardó en desatar una nube de críticas, pronto barridas por las mareas que estaban avanzando sobre los continentes a causa del repentino descongelamiento, en apenas cuarenta y cinco minutos, de la Antártida, el Ártico y todas las heladerías y los congeladores del planeta.

Argumentó la ONU, desde sus nuevas oficinas flotantes en algún sitio al oeste del Caribe, que ya había formado treinta y tres comités de urgencia con sus respectivas comisiones y subcomisiones para afrontar de un momento al otro las conversaciones preliminares al estudio del problema. Luego hasta se animó a difundir una predeclaración conjunta, con los votos de Rusia y China en disidencia, señalando textualmente que —según las últimas investigaciones encomendadas a sus chicos de confianza— si la pelota maldita venida del más jodido infierno se empeñaba en dárnosla, iba a hacer el boquete en Asia y nada hacía prever que fuera a ser de lado a lado.

La difusión del tranquilizador comunicado originó las inmediatas protestas de Moscú mandando distribuir por todas las cancillerías el presidente ruso Nikita Sabotin, Magnífico Señor de Todas las Repúblicas, un documento oficial titulado “Por qué siempre todo cae sobre nosotros” y amenazando con represalias si Occidente no hacía algo que no fuera esta vez solo a su favor. Las severas medidas comenzaban por prohibir por tiempo indeterminado las exportaciones de caviar y esturión fresco a las naciones del oeste, advirtiendo que el veto abarcaría luego, también, a los envíos de repollo procesado y las muñequitas mamushka, aunque no era necesario que las cosas llegaran a tales extremos.

La oficina de prensa del Kremlin emitió el ultimátum solo en ruso, percatándose después de su involuntario error. Tras algunos fusilamientos disciplinarios se apresuró a mandarlo traducir al ucraniano, el tártaro (actual y medieval, por las dudas), el buriato, checheno, karacho-bálkaro, yakuto para principiantes y calmuco avanzado, por lo que al momento de comenzar los primeros incendios continentales de mediana magnitud los cuerpos diplomáticos seguían intentando descifrar el documento, aunque señalando los propios de países centrales que habían obtenido grandes avances en los últimos meses.

La actitud elegida por Beijing, coherente con su acostumbrada prudencia en cuestiones diplomáticas, se limitó a enviar los planos sin enmarcar de la gigantesca red de contención que juraba poder construir en solo cinco días, con parantes estratégicamente ubicados entre las fronteras con Mongolia, la India y Vietnam, de manera que si “esa enorme bola de mierda capitalista”, especificaba el comunicado emanado del MCCXXXIV Congreso del Partido Comunista Chino, cometía la torpeza tan burguesa y decadente de caer en su territorio soberano, sería de inmediato relanzada al espacio acorde con las leyes de la física, que como bien se sabe fueron descubiertas e inmediatamente patentadas por el Celeste Imperio hace una punta larga de años. Las declaraciones fueron tomadas en la mayor parte de Occidente como otra fanfarronería más de Beijing, aunque resultó aceptada de inmediato su iniciativa de comprar toda la producción de protector solar que ya estuviese empaquetada al oeste de Greenwich.

 

(FRAGMENTO)

 

(1)Editorial Palabrava, ISBN 978-987-4156-65-5, 114 pp., Santa Fe, Provincia de Santa Fe, Argentina, 2023. Disponible en tiendas virtuales y en: https://www.editorialpalabrava.com.ar/productos/se-acaba-el-mundo-y-nosotros-afeitandonos/

 

 

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