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Los mensajes de los rebeldes. PdeO LaVid E

En conversación con el articulo el reciente ¿POR QUÉ NO EXISTE UN LIDER? de Nilo Tomaylla, el historiados especializado en historia rural y agraria PdeO Lavid E unas reflexiones de larga duración sobre el contexto actual, nótese el segmento sobre la  democratización de los simbolos y las banderas ademas del dedicado al sacrificio, que coincide con una reciente nota de Gonzalo Valderrama en el Cusco.

Sra Aida Aroni Chillcce y los colores patrios




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Tal vez sea todavía prematuro el poder descifrar y ponderar en su integridad el valor de la rebeldía actual de los peruanos y sus mensajes directos, en este periodo, entre fines de 2022 e inicios de 2023, en unos territorios tan accidentados y complejos, con segmentos de humanidad tan diversos, con una explosión de exigencias tan variadas. Mensajes que, como lo observamos y lo escuchamos, llegan mediante las acciones que se desarrollan, pero también a través de lo que ya han expresado los pueblos, de manera explícita y de forma simbólica sujeta a interpretación.

Es innegable que nos faltan aún la perspectiva y la distancia necesarias, y los análisis de fondo pertinentes no sólo políticos, para penetrar cada una de las facetas de este verano peruano de 2023, tanto desde la óptica social y económica como nacional, pero también en lo relativo a su proyección latinoamericana y mundial la que no ha sido un factor menor.

No obstante, vale la pena avanzar desde ahora algunas hipótesis que luego podremos confirmar o desechar (con toda la libertad que brinda la apertura analítica), gracias al método de pensar históricamente los hechos del presente. Me estoy permitiendo, en este corto ensayo, presentar sólo algunas de esas hipótesis relativas a los mensajes emitidos.

— Los rebeldes parecen decir: Su bandera ya no es solamente la suya, porque otra vez la hemos fecundado con nuestra sangre
La blanquirroja bi-centenaria aparece en todas las marchas y manifestaciones; y no es para festejar un gol o una hazaña deportiva...; está presente en los momentos festivos de las demostraciones, pero también en el dolor del entierro de las víctimas mortales de la represión. Es como si los pueblos y naciones del Perú, de entronque principalmente quechua, aymara, pan- amazónico y mestizo, se hubiesen apoderado plenamente de la bandera existente y los símbolos de la nación criolla decimonónica, que habían sido acaparados por el Estado y sus renovados grupos dominantes, desde la independencia.

Es decir que se ha producido tal vez una reapropiación de la « peruanidad », que haría eco al ya conocido Peruanicemos al Perú, de comienzos del siglo XX; pero ¡ojo!, ya no se trata (o no solamente) de la peruanidad de la independencia criolla.
Ahora bien, con esa bicolor y otras banderas y símbolos propios, locales o provinciales (y con alguna que otra bandera roja internacionalista del movimiento obrero mundial), han llegado también las banderas del Tahuantinsuyo y la Wifala, en las que tal vez lo simbólico represente mucho más para sus abanderados que lo estrictamente histórico o memorial, desencadenando con ello la rabia de todos aquellos, ebrios nacionalistas, como los llamara el Amauta Mariátegui durante la tercera década del siglo pasado, o sea, los que ejercieron, por así decirlo, el « monopolio de la nación » desde el siglo XIX.

No obstante, hoy en día es un nuevo contenido el que le están inyectando a la blanquirroja los pueblos rebeldes del Perú, asociándola con otras banderas, principios y valores (los suyos) y con otros referentes históricos y culturales (también suyos), con otras perspectivas de porvenir; instilándole plenamente una substancia de vida más espesa, más densa, más fecunda, más plural, más integral. Estamos seguramente ante una transformación o refundación de los símbolos reapropiados.

Tal vez sea el hecho mismo de apoderarse de la bandera lo que indique simultáneamente su voluntad de querer componer algo diferente, inédito, de cara al futuro, cuando se hayan

derribado en su integridad los cimientos del chauvinismo criollo, limeño y costeño, aquellos del fracaso histórico de su Estado y proyecto neocoloniales, es decir el afán y los intereses de los grupos de la blanquirroja criolla acaparada.

— Los rebeldes dicen, al parecer: Desde lejos hemos llegado y no estamos dispuestos a ceder, porque hoy o mañana venceremos
Se puede afirmar que hay en su actuar de rebeldía, netamente político, la firme convicción de contar con la razón de su lado, es decir, de « tener razón » en sus luchas y reivindicaciones, en su « bajada » hacia la capital, en la justicia que esperan obtener.

Lo que es muy significativo en conjuntos de pueblos y antiguas naciones a cuyos antepasados los colonizadores, e incluso su herederos contemporáneos, calificaron de « gente sin razón », para justificarse a sí mismos sus tropelías y vilezas, y vanagloriar su conquista y colonización reproducidas.

Pero junto con la razón, también parece haber en sus acciones y manifestaciones, en su firme determinación, un claro componente sacrificial. Como si dijeran ahora es cuando, cueste lo que cueste, aunque muramos (casi un « morir por la patria »), es la hora esperada, ya no podemos tardar ni soportar más. Como si fuera el momento de la redención tan ansiada y esperada, y que les dijeran a los dueños del poder: van a ver lo que van a ver, van a ver quiénes somos, lo que valemos, de qué material estamos hechos...

Por ello, no sería exagerado afirmar que hay asimismo un elemento constitutivo mesiánico (otra vez, como en la época de la gran rebelión andina del siglo XVIII), un mesianismo perfectamente asumido y renovado que resurge, luego de haber sido reprimido y refundido en las memorias y en las entrañas, que hoy aflora de nuevo y se manifiesta con fuerza y violencia — necesariamente, que empuja a sus protagonistas hacia actos decisivos, sin temor, porque es lo que se espera de ellos, casi como una misión.

Es como si afirmasen que están de regreso, para anunciar que han resistido y sobrevivido, que no pudieron acabar con ellos, que son los hijos, los nietos y los descendientes directos de los descabezados (y los decapitados) del siglo XVIII y de tantos otros desaparecidos en las penumbras y el silencio de las tragedias olvidadas de nuestra historia.

Como si manifestaran, con cólera y con alegría al mismo tiempo, que vienen por lo suyo, por lo que les pertenece y les fuera arrebatado por los nuevos dueños de sus tierras y su espacio. Aunque tal vez sospechen que ahora ya son diferentes de sus antepasados, que hoy en día son sobre todo los pueblos soberanos que quieren ejercer plenamente sus derechos y que exigen reconocimiento, para conjurar el profundo desprecio del que han sido objeto.

A lo que se agrega el hecho de que la persistencia de sus manifestaciones y marchas ya es la objetiva derrota de las fuerzas represivas y el Estado, sobre todo porque no han logrado aquéllas ni amedrentarlos ni desalentarlos, porque su apoyo popular ha aumentado y la perspectiva es de que no cese de aquí en adelante, aunque disminuyan o se detengan temporalmente las demostraciones.

Sabemos por cierto que eso volverá aún más peligrosas y agresivas a las fuerzas policiales y militares (o sea más criminales), bajo la batuta de quienes temen por su poder y privilegios. Pero, en el espacio peruano en particular existe grande el riesgo de que tales fuerzas represivas aceleren su propia descomposición interna, su descalabro y ruina, como deben de estarlo meditando muchos.

— Al parecer, los rebeldes llegan proclamando: Si no necesitamos azuzadores, tampoco nos hacen falta portavoces ajenos
Los pueblos rebeldes ya empiezan a tener sus propios intérpretes y sus inteligentes representantes, femeninos y jóvenes, que se han vuelto sus verdaderos mensajeros. Tal vez sea el inicio del declive final de los « indigenismos » e « indianismos » diversos, de raigambre

criolla; lo que quizás al mismo tiempo les augure poco futuro a los diversos y tradicionales intermediarios presuntamente ineludibles.
Ahora se declaran dichos pueblos en pie de igualdad (no requieren compasión alguna), con sus propios líderes y lideresas, de una claridad excepcional para expresar sus ideas y los agravios de que fueron y son víctimas, en castellano y en sus propias lenguas (en un bilingüismo o poli- lingüismo asumidos y no solamente padecidos), porque están propugnando dicha igualdad haciendo uso de su libertad de pueblos libres, porque es esa libertad la que también están imponiendo en los hechos, en la práctica; como en un despertar, en el que todos los sentidos se reavivan y reanudan al mismo tiempo.

Quizás quieran proclamar también la necesidad de una auténtica fraternidad, de unas nuevas relaciones entre pueblos iguales y libres en los territorios del espacio peruano; algunas voces ya se oyen al respecto. Pero ello exige y depende también de que se abandonen para siempre el chauvinismo y el racismo, criollos, limeños y costeños, de que se dejen de lado los « modelos » absolutistas y unitaristas de concebir el Estado y las relaciones entre pueblos vecinos, aunque diferentes. Lo que vale tanto para costeños como para serranos...

Depende de que se respete estrictamente la democracia plural de los pueblos del Perú y que se dejen cabalmente de lado los mecanismos y prácticas políticos jerárquicos del pasado, es decir, que se imaginen nuevas formas de articulación territorial entre pueblos unidos en virtud de su libre consentimiento. Hay y habrá obstáculos y no será simple, pero bien sabemos que nada de duradero o auténtico lo es.

— Los rebeldes lo han dicho y repetido: Nadie sino nosotros mismos hemos financiado nuestros desplazamientos, y hemos llegado con las alforjas repletas
Lima y el Estado centralista ya no están tan lejos como antes, aunque quieran ellos siempre mantener sus distancias con los que les reclaman desde los territorios y que deseen « atender » sólo cuestiones materiales, para dejarlos en su calidad de eternos pedigüeños, constantemente necesitados y asistidos, bajo una permanente tutela y dependencia centralizadas.

Porque parecen afirmar— ¿quiénes son esos atrasados de remotos lugares (para decirlo en términos suaves y amables), para venir, abanderados, a explicarnos cómo se debe de asegurar y encuadrar la organización del territorio y la economía y las finanzas, cómo se deben de tratar los grandes asuntos de la política nacional, de qué manera hay que combatir los desastres de la corrupción en las regiones, cuál es la mejor manera de reestructurar las relaciones con los Estados vecinos? Qué se han creído? ¿Acaso son cuestiones sobre las que puedan pronunciarse y dar su opinión, semejantes ignorantes?

Y sin embargo, los rebeldes parecen haber llegado a Lima con sus capachos, mochilas y alforjas llenas de ideas nuevas y propuestas de razón, expresadas de diferentes maneras, en diferentes lugares, a veces incluso en términos de ruptura o separatismo (perfectamente válidos, por otro lado, a estas alturas del partido). En sus equipajes han traído, junto con sus cuestionamientos generales, muchos problemas y asuntos por discutir, con los que quieran hacerlo. Tal vez algunos de ellos sean:

-Fraternidad y destino común, o libertad de asociación;
-Casa común y autodeterminación, 
o autodeterminación e independencia;
-Nación de naciones, 
o pueblos y naciones libremente asociados;
-Federación concertada, 
o confederación con libertad;
-Unión centralizada de pueblos y naciones libres, 
o diversidad nacional coordinada;
-Pueblos de territorios, 
o territorios de pueblos;
-Pueblos de lenguas y cultura, 
o culturas de lenguas populares;
-Economía nacional de economías regionales, 
o economías regionales de articulación transandina y transamazónica;
-Estado nacional con poder territorial, 
o poder territorial dentro de una confederación estatal.

Si quieren hablar de ello (y lo más probable es que lo quieran), ¿Quién los escuchará, puesto que no serán ni el Estado realmente existente ni sus grupos dirigentes chauvinistas quienes lo hagan? ¿No tendremos que ser los que como ellos pensamos que hay que aplicar soluciones radicales a históricos e irresueltos problemas estructurales? ¿Acaso no tienen derecho a intervenir sobre cada una de esas cuestiones? En realidad, todas esas preguntas y cuestionamientos deben y pueden tener cabida, dentro de una democracia plural que queda por concebir.

El nuevo sistema político y el probable nuevo Estado (o Estados?) de los territorios, que están por inventarse, tienen que adaptarse a la voluntad, las necesidades y las decisiones de todos los pueblos y naciones del Perú, amazónicos, andinos y costeños, sin calco ni copia, sin a priori, pero con el indispensable conocimiento universal de todas las experiencias anteriores, incluso en otros hemisferios, que puedan sernos útiles, sin que nos volvamos otra vez a creer el « ombligo del mundo ».

Es hora de escucharlos y no de proponerles « soluciones políticas » prêt-à-porter (llaves en mano), ya masticadas, en cuya discusión y formulación no hayan participado. Más que la « nueva constitución » como resultado o como texto o documento, es el proceso social y nacional constituyente el que resulta importante. Ese camino ya lo han empezado a recorrer los pueblos y naciones del Perú. Los territorios del espacio peruano lo necesitan hoy más que nunca.

— La rebelión de los pueblos es también una prueba de su generosidad.

Lo queramos o no, lo veamos o no, nos hayamos percatado de ello o no, las manifestaciones del verano peruano de 2023 llevan en inherencia una voluntad de reconciliación, de brazos abiertos dispuestos a estrechar a otros brazos, algunos extraños y hasta otrora enemigos. Pero parece tratarse de una reconciliación auténtica, con previa e ineludible justicia social y nacional, una reconciliación verdadera, sin olvido ni perdón.

Llevan en su andar por los territorios del país un testimonio de generosidad humana, con sentimientos que vienen de lo más profundo del alma de los pueblos y naciones del Perú, de su sentir antiguo, de su telúrica afinidad; es imprescindible tomar conciencia de ello. En última instancia, son signos de afección y hasta de amor por reanudar en un futuro diferente relaciones distintas, que rompan con el odio y el crimen, con el enfrentamiento a muerte y la masacre, tan terriblemente enraizados en nuestro espacio peruano.

Son intentos para que se acabe con esa secular ausencia de fraternidad que se ha erigido en signo supremo y original de los peruanos, desde la conquista sanguinaria y la colonización violadora de espacios, de sociedades antiguas, de pueblos laboriosos, de mujeres y hombres que vieron la llegada de seres semejantes, pero sedientos de riquezas, ambición y reconocimiento militar... Mucho más de los que ya conocían y habían padecido antes.

Tal vez seamos los peruanos un caso patológico de falta de fraternidad. No es que no la haya en absoluto. Pero se restringe aquélla a grupos formados o predeterminados, que pueden ser geográficos o regionales, de barrio (a veces), de colegio o generación (no siempre), de clase (por interés común, sobre todo)..., o de amistad duradera... ¡Pero hasta ahí nomás!... Como graficaba el gran José María Arguedas (ese gigante precursor que murió de Perú, aquella enfermedad tan dolorosa), los peruanos son mellizos que salen al mismo tiempo del vientre materno, pero desde que apenas nacen ya están luchando por matarse, el uno al otro... Contrariamente a lo que pasó en otras colonias hispanoamericanas o ya en los nuevos Estados independientes, no hubo en estos territorios de peruleros mercantiles, de frenéticos buscadores de metales preciosos, de usurpadores y acaparadores de tierra y riquezas naturales, de traficantes de guano, caucho y coca, de gringos y neo-gringos azucareros y algodoneros, de magnates de la anchoveta, ninguna compasión por el género humano que les había enriquecido.

Pero tampoco ningún ajuste de cuentas, ninguna liquidación de deudas atrasadas, ningún reinicio o nuevo enrumbar de la vida colectiva, sobre nuevas bases.
Hoy en día, con su rebelión, los pueblos y naciones del Perú han lanzado un llamamiento que se dirige no sólo a los habitantes de todos los territorios del espacio peruano, pero que tiene a ellos como sus principales destinatarios; es un llamado a la diversidad de las 
sangres encontradas de su poblamiento (como escribiera Arguedas), a su geografía humana accidentada, para superar prejuicios y racismos que no tienen (y nunca lo tuvieron) razón de ser; para desechar chauvinismos y presuntas preponderancias, jerarquías o superioridades, para hablar de igual a igual... Un llamado, tal vez el primero, a la fraternidad de los habitantes de estos territorios.

Tal vez sea la última oportunidad que se le presente al espacio peruano. Si el problema y posibilidad involucionó hacia el impase imposible, y si la ilusoria « nación en formación » parió un engendro deforme, tal vez los rebeldes del verano de 2023 quieran abrir el camino para reconstituir un producto más sincero y honesto..., más parecido a ellos mismos, a su imagen y semejanza, después de un fracaso de dos siglos.

El Estado fallido actual, su estructura represiva, sus grupos dirigentes, sus intereses y su endémica corrupción, sus instituciones serviles y domesticadas, son hoy por hoy el obstáculo mayor, el más importante de todos, para salir del impase que se ha generado entre, por un lado, un conjunto popular, social y nacional, que ha madurado en su diversidad y que empuja para seguir creciendo y avanzando y, por otro lado, un esperpento corporativo estatal, anacrónico e ilegítimo, que ya sólo se justifica por el hecho exclusivo de existir.

Salvo mejor parecer...

PdeO LaVid E. Febrero de 2023 

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