El arte como un espacio de creación, disfrute y sobre todo como un medio imprescindible en la contribución a la afirmación de la identidad cultural , Vilma Rodriguez Chihuan
Con motivo del primer aniversario del Centro de Arte Achiqwayra, de Cajamarca, publicamos una nota de la activista,educadora y exelente fotografa Vilma Rodriguez Chihuan, que nos hace recordar que no todos los espacios vitales de Cjamarca estan cubiertos por la barbarie minera.
La decisión estaba tomada, y la emoción algo controlada, pues retornaba a Cajamarca, tras veinte años, desde aquella maravillosa oportunidad, allá por los noventas, donde tuve mi primera experiencia en educación popular, fue mi primer acercamiento con las Rondas Campesinas de Cajamarca y realicé una Tesis sobre mitos y leyendas de Bambamarca, vivencias que sumaron a mi aprendizaje y fortalecieron el deleite y valoración de nuestra identidad cultural.
La vida, como siempre sabia, ponía el “tiempo y espacio” exactos, y sobre todo personajes y situaciones que me volvían a conectar con Cajamarca. Mi sobrino José Carlos Artista Plástico participaría en un Concurso Nacional de Pintura a realizarse en Cajabamba, y andábamos ubicando contactos para que lo apoyen, ya que era su primera vez en esta región. Fue así como, una amiga común, Begoña Dorronsoro me contactó con el pintor cajamarquino Daniel Cotrina, a quien ella conocía desde años atrás. Hecho esto quedó agendado el momento de ubicarle y poder conocerle.
Llegado el día, enrumbábamos junto al Pintor Daniel Cotrina hacia Baños del Inca a la comunidad de Puyllucana. En este viaje me acompañaba una amiga Verónica Morante, quien también quedaría encantada de esta experiencia muy especial.
Bajados del colectivo que nos dejaba a la entrada de Puyllucana, saludaba a mi vista, un personaje amable y vistoso, era el camino que nos llevaba directo al taller de arte, que por supuesto nos hacía pasar por una simpática y colorida placita. Hasta que por fin, el pintor Daniel Cotrina nos abría las puertas de su Taller.
Así como cuando uno mira de frente al sol y se ve cegado por sus rayos, así fue la sensación en el recibimiento de lo que veían mis ojos, pues el primer recinto lo habitaban decenas de dibujos realizados por las niñas y niños que asisten al Taller. Éstos estaban dispuestos a lo largo, ancho y alto de las paredes y te daban la sensación de estar envuelta en un gran papel de colores y formas.
Tres recintos más forman parte de la casa Taller, en dos de ellos donde se guardan materiales de pintura y se realizan muchas veces los trabajos de los participantes. Finalmente está el espacio donde el Pintor Daniel Cotrina se “encierra secreta y abiertamente” para crear sus obras. Caballetes, chisguetes de pintura, oleos por terminar y otros ya terminados que pendían sobre nuestras cabezas y por ende nos daban la bienvenida a este espacio íntimo y público nos dejaban apreciar la creación maravillosa del Pintor.
Sin embargo, llamaba, con voz colorida, nuestra presencia el primer recinto ya visitado, y es que una a una las voces inocentes y lúdicas de los niños que ese día llegaron al Taller a hacer sus dibujos, gratamente nos convocaban. Hasta hoy recuerdo sus gestos, sonrisas y expresiones, los cuales puedo refrescar volviendo a mirar las tomas fotográficas que hice de ellos.
Al volver a recorrer detenidamente, a veces sola con mi mirada y las otras con la guía y voz del Pintor, pude tener el privilegio de “no tener que entender ni racionalizar” cada dibujo observado, desde aquel que presentaba una costumbre, un animal, un baile, una vestimenta y/o paisaje propios del lugar.
Corroboraba así, indiscutiblemente, “el arte es arte” y no tiene necesariamente que estar conminado a transmitir un mensaje explícito determinado sino que en esencia transmitir en el que lo ve la sencilla sensación de placer y disfrute. Eso observaron mis ojos.
Sin embargo, hubo un dibujo que me tocó y detuvo, de esos que te llevan a imaginar, pensar y hasta crear una historia ni bien los ves, pues te dicen mucho, te hablan, te susurran, lo recuerdo aunque me parece que no tenía título.
Éste presentaba a tres ovejas alrededor de una tumba, la cual por cierto estaba rodeada con flores y la típica cruz. Lo que me dejó sorprendida fue que estos tres personajes mencionados parecían entre ellos conversar, como pactar un juramento a hacer algo, y mientras esto sucedía un grupo de Shingos (gallinazos) volaban en el horizonte como cubriendo el pacto jurado en tierra.
Tras esta experiencia había que hacer un alto y breve silencio, y lo hice, me senté a un lado de la sala donde los niños realizaban sus dibujos, y sin hacer esfuerzo alguno “mi saber, hacer y ser” concluían y reafirmaban que en efecto, el arte es arte, es creación y hasta cura. Pues la sensación que produjo el recorrido de cada dibujo y pinturas degustados en el Taller de Puyllucana llegaron a oxigenar mi lado conceptual y racional y hasta el stress que aún podía quedar de la vida en ciudad, de la cual en este retorno tan ansiado a Cajamarca, me estaba escapando.
Soy Vilma Rodríguez Chihuán educadora y activista en derechos y temas de identidad y cultura, quiero expresar mi agradecimiento al Pintor Daniel Cotrina fundador y Director del Centro de Arte Achikwayra por habernos compartido su espacio artístico desde su Taller, espacio que como bien él lo manifestó viene funcionando y resistiendo en su accionar con el apoyo de colaboradores y amigos tanto de la región, del país y fuera de Perú.
Como educadora destaco este maravilloso Taller de Arte como un espacio de creación, disfrute y sobre todo como un medio imprescindible en la contribución a la afirmación de la identidad cultural en nuestros niños y adolescentes, desde el arte.
Junto a ello, este espacio promueve en cada uno de los participantes, desde el que pinta, dibuja y observa cada creación, el ejercicio al derecho del disfrute, de la libertad y la creación. Esta experiencia es invaluable y exitosa, y estoy segura que desde su inicio tiene por rescatar, sistematizar y difundir mucho de lo logrado. Experiencias como ésta son necesarias en las políticas culturales y educativas de nuestros pueblos.
Vilma y Verónica.
Quiero reiterar mi agradecimiento al Pintor y amigo Daniel Cotrina por invitarme a compartir esta nota, y, despedirme de ésta con una última imagen que viene a la retina de mi corazón y pensamiento.
Terminada la sesión libre de dibujo los niños se despedían de nosotros y se iban a sus respectivas casas. Entonces, Daniel Cotrina nos llevaba al mirador desde donde se podía divisar toda la bella y amplia campiña de Cajamarca. Llegados allí y obvio tras tomar varias fotos del paisaje que se dejaba ver acariciado por el hermano sol en esa tarde, se me ocurrió voltear con dirección hacia donde se ubica la casa que aloja al Taller y me dio la clara sensación, que bajo esos fuertes rayos solares que caían sobre la casa, adentro se encontraba encerrado y feliz el “arco iris” representado en cada uno y todos los colores que quedaban felices, danzando y jugando, animados ni bien el Pintor cerraba con llave la puerta y los dejaba hasta otro encuentro.
La decisión estaba tomada, y la emoción algo controlada, pues retornaba a Cajamarca, tras veinte años, desde aquella maravillosa oportunidad, allá por los noventas, donde tuve mi primera experiencia en educación popular, fue mi primer acercamiento con las Rondas Campesinas de Cajamarca y realicé una Tesis sobre mitos y leyendas de Bambamarca, vivencias que sumaron a mi aprendizaje y fortalecieron el deleite y valoración de nuestra identidad cultural.
La vida, como siempre sabia, ponía el “tiempo y espacio” exactos, y sobre todo personajes y situaciones que me volvían a conectar con Cajamarca. Mi sobrino José Carlos Artista Plástico participaría en un Concurso Nacional de Pintura a realizarse en Cajabamba, y andábamos ubicando contactos para que lo apoyen, ya que era su primera vez en esta región. Fue así como, una amiga común, Begoña Dorronsoro me contactó con el pintor cajamarquino Daniel Cotrina, a quien ella conocía desde años atrás. Hecho esto quedó agendado el momento de ubicarle y poder conocerle.
Llegado el día, enrumbábamos junto al Pintor Daniel Cotrina hacia Baños del Inca a la comunidad de Puyllucana. En este viaje me acompañaba una amiga Verónica Morante, quien también quedaría encantada de esta experiencia muy especial.
Bajados del colectivo que nos dejaba a la entrada de Puyllucana, saludaba a mi vista, un personaje amable y vistoso, era el camino que nos llevaba directo al taller de arte, que por supuesto nos hacía pasar por una simpática y colorida placita. Hasta que por fin, el pintor Daniel Cotrina nos abría las puertas de su Taller.
Así como cuando uno mira de frente al sol y se ve cegado por sus rayos, así fue la sensación en el recibimiento de lo que veían mis ojos, pues el primer recinto lo habitaban decenas de dibujos realizados por las niñas y niños que asisten al Taller. Éstos estaban dispuestos a lo largo, ancho y alto de las paredes y te daban la sensación de estar envuelta en un gran papel de colores y formas.
Tres recintos más forman parte de la casa Taller, en dos de ellos donde se guardan materiales de pintura y se realizan muchas veces los trabajos de los participantes. Finalmente está el espacio donde el Pintor Daniel Cotrina se “encierra secreta y abiertamente” para crear sus obras. Caballetes, chisguetes de pintura, oleos por terminar y otros ya terminados que pendían sobre nuestras cabezas y por ende nos daban la bienvenida a este espacio íntimo y público nos dejaban apreciar la creación maravillosa del Pintor.
Sin embargo, llamaba, con voz colorida, nuestra presencia el primer recinto ya visitado, y es que una a una las voces inocentes y lúdicas de los niños que ese día llegaron al Taller a hacer sus dibujos, gratamente nos convocaban. Hasta hoy recuerdo sus gestos, sonrisas y expresiones, los cuales puedo refrescar volviendo a mirar las tomas fotográficas que hice de ellos.
Al volver a recorrer detenidamente, a veces sola con mi mirada y las otras con la guía y voz del Pintor, pude tener el privilegio de “no tener que entender ni racionalizar” cada dibujo observado, desde aquel que presentaba una costumbre, un animal, un baile, una vestimenta y/o paisaje propios del lugar.
Corroboraba así, indiscutiblemente, “el arte es arte” y no tiene necesariamente que estar conminado a transmitir un mensaje explícito determinado sino que en esencia transmitir en el que lo ve la sencilla sensación de placer y disfrute. Eso observaron mis ojos.
Sin embargo, hubo un dibujo que me tocó y detuvo, de esos que te llevan a imaginar, pensar y hasta crear una historia ni bien los ves, pues te dicen mucho, te hablan, te susurran, lo recuerdo aunque me parece que no tenía título.
Éste presentaba a tres ovejas alrededor de una tumba, la cual por cierto estaba rodeada con flores y la típica cruz. Lo que me dejó sorprendida fue que estos tres personajes mencionados parecían entre ellos conversar, como pactar un juramento a hacer algo, y mientras esto sucedía un grupo de Shingos (gallinazos) volaban en el horizonte como cubriendo el pacto jurado en tierra.
Tras esta experiencia había que hacer un alto y breve silencio, y lo hice, me senté a un lado de la sala donde los niños realizaban sus dibujos, y sin hacer esfuerzo alguno “mi saber, hacer y ser” concluían y reafirmaban que en efecto, el arte es arte, es creación y hasta cura. Pues la sensación que produjo el recorrido de cada dibujo y pinturas degustados en el Taller de Puyllucana llegaron a oxigenar mi lado conceptual y racional y hasta el stress que aún podía quedar de la vida en ciudad, de la cual en este retorno tan ansiado a Cajamarca, me estaba escapando.
Soy Vilma Rodríguez Chihuán educadora y activista en derechos y temas de identidad y cultura, quiero expresar mi agradecimiento al Pintor Daniel Cotrina fundador y Director del Centro de Arte Achikwayra por habernos compartido su espacio artístico desde su Taller, espacio que como bien él lo manifestó viene funcionando y resistiendo en su accionar con el apoyo de colaboradores y amigos tanto de la región, del país y fuera de Perú.
Como educadora destaco este maravilloso Taller de Arte como un espacio de creación, disfrute y sobre todo como un medio imprescindible en la contribución a la afirmación de la identidad cultural en nuestros niños y adolescentes, desde el arte.
Junto a ello, este espacio promueve en cada uno de los participantes, desde el que pinta, dibuja y observa cada creación, el ejercicio al derecho del disfrute, de la libertad y la creación. Esta experiencia es invaluable y exitosa, y estoy segura que desde su inicio tiene por rescatar, sistematizar y difundir mucho de lo logrado. Experiencias como ésta son necesarias en las políticas culturales y educativas de nuestros pueblos.
Vilma y Verónica.
Quiero reiterar mi agradecimiento al Pintor y amigo Daniel Cotrina por invitarme a compartir esta nota, y, despedirme de ésta con una última imagen que viene a la retina de mi corazón y pensamiento.
Terminada la sesión libre de dibujo los niños se despedían de nosotros y se iban a sus respectivas casas. Entonces, Daniel Cotrina nos llevaba al mirador desde donde se podía divisar toda la bella y amplia campiña de Cajamarca. Llegados allí y obvio tras tomar varias fotos del paisaje que se dejaba ver acariciado por el hermano sol en esa tarde, se me ocurrió voltear con dirección hacia donde se ubica la casa que aloja al Taller y me dio la clara sensación, que bajo esos fuertes rayos solares que caían sobre la casa, adentro se encontraba encerrado y feliz el “arco iris” representado en cada uno y todos los colores que quedaban felices, danzando y jugando, animados ni bien el Pintor cerraba con llave la puerta y los dejaba hasta otro encuentro.
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