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FEDERICO KAUFFMANN: EN BUSCA DEL PASADO PREHISPÁNICO. Hélard Fuentes Pastor

 



Aunque sus apellidos denotan raíces extranjeras es más peruano que el mismo Chavín. Su conocimiento sobre las culturas prehispánicas, le ha permitido construir un concepto válido en torno a la identidad. El destacado intelectual no se cansa de investigar el pasado andino; a sus 91 años, continúa viajando y profundizando sus estudios, prueba de ello, nos anuncia la preparación de un libro que titulará: La Amazonía Peruana y sus pobladores originarios

Aunque su nacimiento fue asentado en Chiclayo, Federico Augusto Kauffmann Doig pasó gran parte de su niñez en el departamento de Amazonas. Resulta que fue el único hijo del matrimonio entre Friedrich Kauffmann Strauss (n. 22-02-1901) y Ada Eugenia Doig Paredes (n. 20-10-1897). Su padre era un inmigrante alemán, cadete prusiano que por su juventud no llegó a participar en la Primera Guerra Mundial; entonces, en 1919 aprox., se asoció con unos amigos y arribó al Perú, dónde se casó con una lambayecana en 1926. El arqueólogo nos cuenta que inicialmente sus padres se establecieron en Cocochillo (hoy Camporredondo) en el departamento de Amazonas; pero, su madre, embarazada, decidió retornar a su tierra natal.

– Fui concebido en el pueblito de Vilaya, cercano a Cocochillo, pero como mi madre era lambayecana, mis padres decidieron viajar los 14 días a mula que separaban por entonces Vilaya de Chiclayo –afirma el maestro peruano nacido el  20 de septiembre de 1928.

Como a su padre no le gustaba el ritmo de las ciudades, por un lapso de tres años, los dejó en Chiclayo, en casa de su abuela materna. Pronto, Friedrich retornó para recogerlos y vivir en familia. Federico estudió la primaria en una escuelita de Camporredondo, que apenas llegaba a veinte escolares. Al profesor que recuerda vivamente es Luis Homero Chumbe, quien «tenía que abastecerse para atender los años de primaria, primero, segundo, tercero y cuarto».

Aquella infancia de ensueño transcurrió entre torreones, ruinas arqueológicas y costumbres milenarias. Tendría cinco o seis años cuando divisó por primera vez Kuélap, sin imaginar que más tarde sería uno de sus principales investigadores. Federico afirma considerarse chachapoyano y chiclayano. 

Al terminar la primaria sus padres decidieron enviarlo a Lima con unos parientes. Vivió con sus tías y estudió la secundaria en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, del que se siente orgulloso porque en sus aulas se formaron distinguidos personajes como Julio C. Tello, Jorge Basadre, Luis Bedoya Reyes, entre otros. Curiosamente, en aquella etapa no se consideró un ‘buen alumno’, pero una vez que egresó en 1947, después de descansar un año en el cual realizó un viaje de reencuentro con los andes y la selva, cruzando la cordillera de pueblo en pueblo, pasó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (1949), donde sus calificaciones mejoraron.

El destino estaba trazado, a los recuerdos de su niñez se sumaba el de su promoción que se nombró Julio C. Tello y las experiencias de su último viaje, determinando su profesión. Primero, ingresó a Arqueología cuando en dicho instituto no llegaban a los diez matriculados, pasaron los años, y terminó en 1955 como el primer alumno graduado, los demás abandonaron la carrera. Años más tarde, en 1961, nos comenta que se doctoró en Historia y que ambas tesis fueron galardonadas con el Premio Nacional de Cultura como Mejor Tesis del Año. Al respecto, en la Enciclopedia Ilustrada del Perú de Alberto Tauro, se afirma que sustentó: Influencias Inca en la arquitectura virreinal-El fenómeno huamanguino (1955) e Historia de la Arqueología Peruana (1962), respectivamente.   

Al culminar su preparación fue asistente de cátedra del recordado Raúl Porras Barrenechea en San Marcos. A su muerte, tomó el curso de Fuentes Históricas y llegó a ejercer la dirección de la Escuela de Estudios Especiales (1965-1968). 

– Lo reemplacé como docente de Fuentes Históricas del Perú durante muchísimos años. Las otras dos cátedras del doctor Porras fueron asumidas por los doctores Pablo Macera y Carlos Araníbar.

Luego, su quehacer lo condujo a incontables aventuras como la expedición en que los ashánincas pensaron que se trataba de terroristas, no obstante, el intérprete pudo manejar la situación; igualmente, se ha llegado a cruzar con narcotraficantes. Resultado de sus reflexiones, en 1963 propuso la Teoría Aloctonista, la cual resultaba polémica y controvertida para la época, pues afirmar que el origen de la cultura peruana se encontraba en otro lugar podía considerarse antipatriota. Con el pasar de los años y nuevos hallazgos, Federico Kauffmann declaró que los prolegómenos de la cultura se encuentran en la costa dada la antigüedad de cuatro o cinco mil años. A propósito, el autor comenta la importancia de observar otros procesos de desarrollo:

– Considero indispensable que nosotros, los costeños como los cordilleranos tengamos un mejor conocimiento de nuestra Amazonía que representa nada menos que el 60% del territorio nacional y que hasta ahora venimos dándole la espalda.

El arqueólogo nos ofrece tremendos razonamientos. Nos llama poderosamente la atención sus inferencias sobre la localidad de Cocochillo de Amazonas: «La gente vive desde tiempo inmemorial en latitudes comprendidos entre los 2,000 y 3,000 msnm.  Esto es no es gente de la selva amazónica, como sugiere el nombre de Amazonas. Es gente de origen andino que en tiempos Tiahuanaco-Huari (hacia 500 a.C.) fue, probablemente, ordenada a poblar sectores altos del flanco oriental andino o Andes Amazónicos en el marco de un proyecto de ampliación de la frontera agraria (…) Abundando, sin embargo, las 2/3 partes del norte de la Gobernación de Amazonas sí son amazónicas por su altitud que no pasa los 500 – 700 msnm y en esta región viven todavía etnias amazónicas».

Su esposa, Martha Siles Doig (n. 22-05-1942), ha sido un determinante apoyo en su labor. En varias oportunidades se ha ocupado de graficar los restos estudiados por Federico, cuyo ejercicio lo condujo a desarrollar cualidades para la fotografía. Vale mencionar que con Martha tiene cinco hijos: Friedrich, Christine Amanda (n. 19/12/1963), Martha Amalusa (n. 03/10/1965), Greta Manuela (n. 22/09/1973) y Georg (n. 24/06/1975).

Avanzando en otros aspectos de su trayectoria, para la década del ochenta –según reportan los diccionarios biográficos nacionales– su obra de mayor difusión es el Manual de Arqueología Peruana, que tiene numerosas ediciones y ahora pretende sacar adelante en una versión fundamental para la comprensión de la materia. No cabe duda que aquel aproximado de ochocientas páginas sentó uno de los precedentes más importantes en el conocimiento del Perú Antiguo orientando la enseñanza de dicho periodo en los colegios e instituciones de nivel superior, y continuará guiando a los maestros. Otro de los temas que abordó fue el Comportamiento sexual en el antiguo Perú (Kompaktos, 1978). 

Ha ocupado varios cargos y ha recibido valiosos reconocimientos. ¡Tener cinco doctorados Honoris Causa! No es poca cosa, fruto de su entusiasmo, empeño y disciplina. Uno de los momentos más emotivos fue en 1988 que recibió las Palmas Magisteriales del Perú ganando el apelativo de «Amauta», por supuesto, después de haber ejercido como director del Museo de Arte de Lima (1960-1964, 1969-1971), sub director del Instituto Nacional de Cultura (1974-1972) y del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia, y sus investigaciones en Chavín, Nasca, Pucallpa, Ancón y Amazonas.

Las anécdotas son muchas. Podemos hablar de su gestión como embajador del Perú en Alemania (2009) o cuando es declarado Hijo Predilecto de Chiclayo (2015); sin embargo, los atentados al Patrimonio Cultural tocan la sensibilidad de quien ha dedicado su vida a la protección, llegando a chocar con las autoridades que no ostenta la debida atención. Doctor, ¿Y de qué forma podemos orientar a la juventud para que no dañe el patrimonio? –Le preguntamos.

– Propagar con insistencia el valor que indiscutiblemente tienen los testimonios arqueológicos que hemos heredado de nuestros remotos antepasados. Y cuando se trate de realizar obras de conservación, proceder solo contando los arqueólogos con expertos en la materia –Nos responde con un sentido de pertenencia digno de aplaudir. 

Ahora pienso que un buen arqueólogo no solo es un excelente fotógrafo, capaz de captura desde un paisaje hasta una pieza, sino una persona de mucha sensibilidad como Federico Kauffmann Doig. 

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