Falacias pizarristas: ¿el “amoroso” siglo XVI?
El próximo sábado 18 de enero se cumplirán 490 años de la fundación de la ciudad de Lima por el conquistador Francisco Pizarro. Por desgracia, ya ha empezado el bombardeo ideológico de nuestra aguerrida derecha política, reclamando que este hecho histórico debe ser entendido y celebrado como uno de los primeros hitos en el “destino mestizo” de nuestro país. Para sustentar esta “ilusión retrospectiva”, los que podríamos llamar con generosidad “intelectuales conservadores peruanos”, se dedican a reciclar ideas y discursos hispanistas elaborados en las décadas de 1940 y 1950 en la España del dictador Francisco Franco. El punto central que esgrimen es que “fue una gran suerte” que la región andina sudamericana, donde se ubica geográficamente el Perú de hoy, haya sido incorporada de manera subordinada —mediante la invasión de los súbditos del reino de Castilla— al sistema mundial desarrollado por Europa desde el siglo XVI en adelante. Este sistema “Occidental y cristiano” se impuso por tres siglos en nuestro país, hasta la Independencia política obtenida como culminación de quince años de guerra (1809-1824).
Nuestros conservadores-hispanistas insisten en una idea relativamente nueva, que tiene solo poco más de un siglo de existencia, aunque buscan hacernos creer que es “una realidad” tan antigua como la presencia de la hueste pizarrista en el imperio incaico, al que, como sabemos, llegaron como invasores a partir del año 1532. Esta idea nueva consiste en afirmar que tres siglos de dominación española en los Andes, y en el resto de Hispanoamérica, fueron una “experiencia armoniosa” y que esta armonía se expresa en la mal llamada “mezcla de razas”, ocurrida entre la población indígena dominada y los dominadores de origen europeo. Al producto humano de estas “mezclas” los españoles del siglo XVI empezaron a llamarlos “mestizos”, un término de la lengua castellana derivado del latín tardío (“mixticius” = combinado), que antes del descubrimiento de América se usaba en la península para referirse a las mezclas entre animales domésticos distintos (a los que técnicamente se les llama hoy “híbridos” y que son genéticamente infértiles).
Nuestros conservadores-hispanistas afirman que las interacciones entre estos grupos—mayoría dominada y minoría dominadora— fueron consensuales y que las relaciones sexuales entre individuos de ambos colectivos —usualmente hombres europeos y mujeres indígenas— fueron amorosas y mutuamente aceptadas. Uno se pregunta qué clase de seres humanos fueron estos “conquistadores amorosos” del siglo XVI, que aparentemente nunca tuvieron discrepancias con sus parejas (a menos que se asuma la sumisión absoluta y callada de las mujeres indígenas a la voluntad de sus dominadores). El primer intelectual peruano que propuso esta “interpretación idealizada” del siglo XVI fue José de la Riva-Agüero y Osma, en la década de 1910. Como en toda idealización del pasado, se tomaron algunos datos de sucesos efectivamente ocurridos en aquella época, pero se les dio una reinterpretación completamente nueva, para adaptarlos a las necesidades del presente desde el que se “estudiaba” (o utilizaba) ese pasado.
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En el Perú de inicios del siglo XX, durante el casi cuarto de siglo de la llamada “República Aristocrática” (1895-1919), la economía exportadora de recursos naturales se desarrollaba y expandía con tecnología y capitales provenientes principalmente de los Estados Unidos. El país se recuperaba de la catástrofe de la Guerra del Pacifico (1879-1883) y del llamado “Segundo Militarismo” (1883-1895). Hasta ese entonces la Independencia de la Republica Peruana, lograda en Ayacucho en 1824, se había justificado ideológicamente como una lucha entre “patriotas peruanos” y “realistas españoles”, por lo que la herencia colonial hispana no era recordada en muy buenos términos por nuestras élites decimonónicas, lo que se intensificó al producirse la Guerra con España (1865-1866). Pero la derrota española en Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898, por las fuerzas militares de los Estados Unidos, causó una “crisis de conciencia” en toda América Latina. Frente al temor del avance de la “civilización protestante anglosajona”, las elites conservadoras y católicas de Latinoamérica empezaron a recuperar y revalorar su pasado colonial hispano.
Cuando España ya no era siquiera una remota amenaza es que comenzó esta nostalgia intelectual hispanista en Hispanoamérica, de la que Riva-Agüero formó parte a inicios del siglo XX. El personaje del pasado colonial al que Riva-Agüero transformó en un “héroe del mestizaje peruano” fue el Inca Garcilaso de la Vega [n.1539-m.1616]. De él escribió en 1916 que había sido un: “gran historiador en cuya personalidad se fundieron amorosamente Incas y Conquistadores, que con soberbio ademán abrió las puertas de nuestra particular literatura y fue el precursor magnífico de nuestra verdadera nacionalidad” (1962, p.62). Nadie antes se había referido al Inca Garcilaso en esos términos. Pero después de Riva-Agüero, todos los que han escrito sobre él lo han hecho dentro de estos parámetros de un “discurso nacionalista”, de una “ideología del mestizaje” en que se acentúa la supuesta “armonía de las razas” surgida en la Época Colonial.
Que quede claro que esto no fue un “descubrimiento” de un hecho ocurrido en el siglo XVI que nadie había visto antes que Riva-Agüero. Más bien, se trata de una “invención” de Riva-Agüero, quien reinterpretó lo sucedido en el siglo XVI para satisfacer las necesidades de un “discurso nacionalista” en el siglo XX. Esta llamada a las “armonías raciales” se hacía especialmente necesaria en un país como el nuestro, que en aquella época tenía una mayoritaria población indígena y una minoritaria élite de origen europeo. Así lo muestran los datos de los censos de población de los que disponemos: 58% de población indígena (y 21% mestizos) en el año 1795 (sin incluir Puno); 63% (y 18% mestizos) en el año 1812 (incluyendo Puno); 57% (y 24% mestizos) en el año 1876; y, finalmente, 45% indígenas (y 52% blancos y mestizos, intencionalmente puestos en conjunto) en el censo del 9 de junio del año 1940.
El discurso oficial “mesticista” trató de ocultar las diferencias socio-étnicas y las desigualdades económicas de la población, promocionando la “ilusión retrospectiva” de que los peruanos estábamos “destinados” a un futuro armónico de unión e identidad mestizas. Los rezagos de este discurso a principios del siglo XXI todavía se expresaron en las campañas comerciales en torno a la llamada “gastronomía neo-andina” (“Mixtura”). Sin embargo, esta propaganda no ha podido ocultar el notorio racismo anti-indígena, en un contexto de negación de los propios orígenes étnicos de nuestros flamantes “mestizos” de Lima y provincias, evidenciado en las campañas políticas por la presidencia, especialmente en el 2001 (Alejandro Toledo) y en el 2021 (Pedro Castillo).
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Volviendo al aniversario de Lima y a la glorificación de Pizarro, se afirma --con el aplomo que suele proporcionar la ignorancia de lo que solo se conoce superficialmente--, que el susodicho conquistador se casó con una hija del emperador inca Huayna Cápac --una princesa hermana de Huáscar y Atahualpa--, con la que tuvo una hija, a la que proponen considerar como “la primera mestiza”. Como nuestros conservadores-hispanistas son usualmente también católicos militantes y patrocinadores de los valores de la familia cristiana, para reafirmar la “ideología del mestizaje armonioso” que tercamente promueven, no reparan en las inexactitudes --cuantas sean necesarias-- para insistir en la idealización del pasado con el que sueñan.
Francisco Pizarro nunca se casó, ni en el Perú, ni antes en Panamá, ni en su natal Extremadura. A partir de 1532 tuvo a dos princesas incas como concubinas, doña Inés Huaylas (hija de Huayna Cápac) y doña Angelina Yupanqui (vinculada a Atahualpa). Convivió por varios años con ambas dos y al mismo tiempo. El cronista Pedro Cieza de León --quien estuvo en el Perú entre 1547 y 1550, y recogió información directa de conquistadores que habían participado en las expediciones de exploración y conquista con Pizarro y Almagro desde 1528--, escribió sobre lo ocurrido en Cajamarca después de la ejecución de Atahualpa (26 de julio de 1533): “Esto pasado, Piçarro e los prençipales que con él estavan, en lugar de faboreçer [a] aquellas señoras del linaje real de los Yngas, hijas de Guaynacapa, prinçipe que fue tan potente e famoso e casarse con ellas para con tal ayuntamiento ganar la graçia de los naturales, tomávanlas por mançebas, començando la desorden del mismo governador. Y así se fueron teniendo en poco estas jentes en tanto grado que oy día los tenemos en tan poco como veys los que estáys acá” (Tercera Parte, cap. LV; ed. 1987, p.171).
A su concubina doña Inés hizo que se casase en 1537 con Francisco de Ampuero (con quien vivió en Lima y de quien tuvo tres hijos mestizos más), y su concubina doña Angelina fue casada en 1544, después de la muerte de Pizarro, con el intérprete y cronista Juan de Betanzos (con quien vivió en el Cuzco y de quien tuvo una hija mestiza). Con cada una de estas dos princesas incas Pizarro había tenido dos hijos. Estos cuatro hijos mestizos, nacidos fuera de matrimonio, fueron legitimados después de enviar una petición especial a la Corona española en 1540.
Tras el asesinato de Pizarro en 1541, sus dos hermanos, Gonzalo y Hernando, expresaron en distintos momentos interés en casarse con la hija mayor del occiso, su sobrina carnal, la adolescente doña Francisca Pizarro [n.1534]. El interés era, en realidad, para que las riquezas que ella heredaba de su padre no salieran del control de la familia. Finalmente, residiendo ya en España, Hernando y Francisca se casaron en 1552 y tuvieron cinco hijos. Este matrimonio, que entonces como ahora era considerado un incesto por el cercano grado de parentesco entre tío y sobrina --pero que era usualmente tolerado en el caso de familias nobles--, se logró con una dispensa otorgada por la Iglesia, en una sociedad con valores aristocráticos en la que las personas, por ley, no eran consideradas iguales entre sí y los nobles tenían privilegios legales especiales.
Probablemente los militantes de los grupos religiosos que apoyan la “ideología del mestizaje armonioso”, así como nuestros “intelectuales conservadores peruanos”, no tienen la menor idea de estos importantes detalles históricos, que invalidan de raíz sus sueños de un pasado glorioso y de un futuro tan retrógrado como son reaccionarias las idealizaciones que aquí criticamos.
Referencias:
José de la Riva-Agüero y Osma [n.1885-m.1944], ‘Estudios de Literatura Peruana’ (Lima: Instituto Riva-Agüero, 1962), Obras completas, tomo II.
Antonio Cornejo Polar [n.1936-m.1997], “El discurso de la armonía imposible (El Inca Garcilaso de la Vega: discurso y recepción social)”, ‘Revista de Crítica Literaria Latinoamericana’, año 19, no. 38, 1993, pp.73-80.
Pedro Cieza de León [n.ca.1518-m.1554], ‘Crónica del Perú: Tercera parte’; edición de Francesca Cantú (2da. ed. Lima: PUCP, Academia Nacional de la Historia, 1987).
María Rostworowski de Diez Canseco [n.1915-m.2016], ‘Doña Francisca Pizarro: Una ilustre mestiza, 1534-1598’ (2da. ed. Lima: IEP, 1994).
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