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Notas para una poética de los principios.Violeta Percia

 Violeta Percia comparte su contribución al catálogo de la reciente exposición "La palabra indígena"  que se realizó el Centro de Pueblos Originarios de la Biblioteca Nacional Argentina, que se puede leer y bajar aqui






Notas para una poética de los principios
Por Violeta Percia
 
 
La poesía nos recuerda, a la vez, el carácter dado al mundo y aquello del orden del mundo que nos trasciende. Más aún, el pensamiento poético forma parte de las mediaciones que realizamos entre este mundo y nuestra experiencia. En este sentido, la imaginación poética puede ser una imaginación transformadora en la medida en que nos permite comunicarnos con esa trascendencia, pero también hacernos sensibles a nuestro ser en el tiempo para poder, de ese modo, trazar caminos, formas de la escucha, maneras de llamarnos y de reconocernos en el presente. Un mundo sin visiones poéticas supondría, entonces, una sociedad que se da la ley a sí misma y queda expuesta a un ámbito que debería comprender pero que nunca podrá captar como tal porque ya no es capaz de distanciarse de lo que ella misma cree o crea. 
 
El escritor Leonel Lienlaf decía que la poesía abre caminos y que el poema es un inicio (no una llegada). Es una interrogación y un diálogo con la historiacon mi historia, con el territorio y con lo que conlleva habitarlo. Liliana Ancalao dice también que la poesía permite transparentar el territorio, devolverle la memoria y volver a nombrarlo. La palabra poética asume la tarea de abrirnos el corazón en la mirada, pues es como un ojo o un haz de luz por donde pasa clarificada la consciencia: lo que se ve, lo que se ha visto, lo que ha sido mostrado. 
 
Como se sabe, todas las naciones modernas pensaron su identidad a partir de una poética fundacional. El modo en que se construye esa tradición literaria, las ficciones que recrea y las pasiones que la mueven han estado en el centro de las reflexiones borgeanas, en las que el autor confiesa lo que una literatura traduce y arrastra a través de sus geosofías, de sus formas de la memoria y de la concepción de un lenguaje que descubre (o encubre) nuestro modo de nombrarnos –lo que es casi como decir, también, nuestro modo de mirarnos–. 
 
Los procesos históricos de nuestro país, al igual que los del continente, han andado y desandado injustas formas de marginación, de silenciamiento y de negación de las poéticas y las narrativas de los mundos originarios, excluyendo además sus idiomas del idioma de los argentinos. Esta suma de contradicciones se amparó en la compleja relación que existe entre sistemas de pensamiento codificados en la escritura y otros codificados en las oralidades. A este nudo, en los último treinta años, se le ha encontrado una respuesta ética de la mano de un intenso movimiento de escritoras, escritores y poetas de naciones y pueblos originarios, gran parte de los cuales escriben de manera bilingüe, muchas de las veces autotraduciendo sus propios textos o escribiendo a dos lenguas en el marco de la interculturalidad y el bilingüismo que les atraviesa. 
 
Pero si es posible en la actualidad hablar de literaturas indígenas contemporáneas es porque estas poéticas no son obras aisladas o nuevas surgidas en las últimas décadas, sino que forman parte de procesos poéticos y concepciones filosófico-teóricas ininterrumpidas en el curso de la historia, presentes en las tradiciones orales y las oralituras de cada nación o pueblo preexistente. En otras palabras, las poéticas actuales hacen reflexión y legitiman su fuerza de conocimiento, conceptual y visionaria, en el pensamiento y la memoria oral presente en la experiencia colectiva de sus pueblos, así como en la conciencia de sus sabios individuales. La poesía piensa entre lenguas, pero también a la luz de palabras antiguas que echan raíces en el tiempo de la escritura, desde y hacia esa fuente que es la oralidad y la tradición, sin dejar de cavilar el presente en sus contradictorias formas y de considerar otros interlocutores para hallar respuestas.
 
En este contexto, el hecho de que las literaturas de naciones y pueblos originarios se consideren hoy parte de las literaturas nacionales no deja de ser un motivo de restitución de nuestras memorias y nuestros caminos, en la medida en que exhibe el hecho de que la literatura argentina, al igual que las literaturas latinoamericanas todas, se reconocen plurilingües no sólo por una verdad histórica o demográfica, sino por la razón poética y espiritual de los territorios mismos que poblamos como naciones.
 
Estas poéticas no deben pues abordarse como un catálogo o muestrario de autores, autoras o creadores aislados, sino en función de una representación que implica una posición superadora del pensamiento como un signo histórico que moviliza distintos conjuntos de identidades sociales, de tradiciones y de historias que recogen fragmentos de una experiencia compartida, cuya diversidad lingüística expresa diferentes maneras de habitar lo que tenemos común (el mundo). 
 
Hegel albergaba la convicción de que la historia llegaría a su fin cuando hubiera dejado de ser posible toda duda y discusión sobre el principio. Las literaturas llamadas indígenas, amerindias, de las Naciones Primeras o de las Naciones y los Pueblos Originarios reabren la historia literaria en la medida en que continúan preguntando nuestro origen –en cuanto nos encuentra en el presente y nos orienta hacia un futuro imaginable. Se dice en los bosques que no hay árbol sin raíces que pueda sobrevenir a los vientos y los temporales; como los árboles, somos parte vital de una consciencia que necesita conocer y recorrer los principios en que se arraiga su existencia para soportar los vendavales de la historia. 
 
 

 

 


 

 

 

 

 

 

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