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Mis hermanos. Jesus Orccottoma



Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar, y una hermana que se llama libertad. ( Atahualpa Yupanqui).
En ciertas ocasiones, cuando uno pregunta en los escenarios rurales por los miembros de la unidad familiar, en la respuesta que se recibe, generalmente se incluyen a los muertos y a los vivos. Efectivamente, eso mismo solía decir mi mama, que nosotros éramos once hermanos pero que, se murieron tres, así que los vivos éramos ocho, y el orden que tenía de nuestros nacimientos se desordenó completamente.
En este relato caprichoso y antojadizo, rescato las percepciones que ella tenía de sus hijos vivos y, añado otros tantos desde mi lado. La numeración que sigue a continuación es, de mayor a menor; quiere decir, del primogénito hasta el último que soy yo:

1.El primero se llamaba Luis, ahora se llama José Luis. El primogénito es de corazón grande y el más solidario de todos. Cumplió con el mandato de su padre: de apoyar a todos los hermanos sin excepción alguna. El que guarda y rememora los recuerdos más frescos de su pueblo de origen; maestro de ceremonias en las fiestas patronales; quechuahablante inmortal y; dirigente fundador del primer club y del centro poblado Mariano Melgar. Devoto religioso, practicante y creyente en la salvación divina de la vida. Tranquilamente, hubiera sido un sacerdote o un arzobispo. Así que, la ocasión de tener una santidad en la familia perdimos por culpa de los hermanos menores y por algunos pecados suyos.

2. El segundo se llamaba César, de acuerdo a su partida de bautismo; ahora, es Julio César. Amante de la historia de las guerras y de la literatura. Vivió más con los abuelos y se escapó del lado de sus padres a temprana edad. Desde niño era de rienda suelta, llena de travesuras buenas y malas. Aprendió rápido a escribir y leer, por eso los días lunes en la escuela, era el declamador de poesía escogido por el director. Cuando llegó a Lima cogió la leva y estuvo en el ejército reenganchado por muchos años, como instructor de los soldados. En un concurso para ingresar a la FAP, narró la historia de Gioconda a uno de los jurados por media hora: impresionó mucho al jurado y logra ingresar en los primeros lugares. Autodidacta declarado, memorioso, andariego y casi gitano. Su meta era ser oficial de las fuerzas armadas en “…algún día”. Ese sueño, finalmente logra a punta de esfuerzo personal. De haber sido un soldado de leva desconocido pasa a ser oficial de la PNP. Por eso sus compañeros decían de él: era escogido para los discursos en las ceremonias militares; hacia mejor que uno que ha estudiado en la escuela militar”.

3. El tercero, Ubaldino. Su nombre verdadero es Ubaldo. Su apodo desde que era niño era el Dr. Manzanilla. Hasta ahora no sé de por qué ese apodo en la esfera familiar. Según las versiones de mi mamá: “era demasiado calmado hasta decir “basta”. Lento como una tortuga. En su adolescencia se enamoraba a la dueña de un huerto de duraznos y manzanos, por cierto, un acercamiento interesado, más por las frutas que por la chica. Cuando llegó a Arequipa, estuvo en un seminario para ser sacerdote, pero pasaba mucha hambre, porque los gatos y los perros tenían más comida que los seminaristas. Se escapó por esas razones. El primer bohemio de la familia, cantor llorón de vals de cantina y militante de la lampa. Tenía una suerte maldita: ganó tres sorteos de casas en tres zonas diferentes. El mismo decía: ”yo tengo la suerte de un toro” .Claro, obvio…no de corrida de toros.

4. El cuarto se llamaba Benigno según el Calendario Bristol, pero se cambió a Eulogio al conocer las grandes ciudades. Para servir a la patria, voluntariamente se presentó junto con sus compañeros de la escuela (Leoncio y Cancio), al ejército, para ser soldado raso. No tuvo mucha suerte en la ciudad y, por orden del hermano mayor volvió al lado de nuestros padres. Mi padre era muy sabio con él: para que no escapara nunca más de su lado, buscó una estrategia maravillosa: un día mandó pastar su ganado junto con una chica de su edad. Terminado el día, entre juegos, él se había traído el sombrero de ella. La chica en horas de la noche aparece para reclamar su sombrero. Mi padre atiende con mucha generosidad, la hace pasar a la sala; luego llama a su hijo. Una vez estando los dos en la sala, mi padre sale con disimulos de ese lugar, inmediatamente cierra la puerta y echa candado. Al día siguiente, cuando viene el padre de la chica y, mi papá le cuenta esta pequeña historia de la noche anterior, ambos acuerdan la fecha del matrimonio. Solo así se quedó en mi pueblo de origen. 
5. La única hermana en la familia era Pascuala porque había nacido en la semana de pascuas (semana santa). Así que, su cumpleaños podía ser un día cualquiera, en marzo o abril, según el calendario de la semana santa. Luego se cambió de nombre a María Cleofé. Mi papá era muy celoso con ella, así que ella se fugó sin terminar la educación primaria, llevándose como tesoro, una bolsa pequeña de nueve décimos de plata que tenía mi papá. En su periplo estuvo en Cusco, Lima y Arequipa. Se casó en Arequipa, vivió en Yanahuara y tuvo un hijo que, descubrió a temprana edad su talento: un emprendedor social con mucha vitalidad. 
6. El sexto se llamaba Mercedes, nació el 24 de setiembre, fecha de la fiesta de la Virgen de las Mercedes. Ni modo, pese a ser varón, le pusieron el nombre de Mercedes. Estando en Lima, recién recompone su nombre compuesto a Mariano Mercedes. Sus compañeros de escuela y su generación siguen llamando como Mercedes; en los juegos infantiles siempre era nombrado para ser sacerdote (en el caso de matrimonios). Lector autodidacta, memorioso notable y narrador con una oralidad de abuelos. Para él, la vida y el tiempo no tiene límites ni horarios. 
7. Gregorio. Es el único hermano que conserva su nombre de nacimiento y de bautismo. Se fue muy niño a Arequipa llevado por mi hermano mayor. En su adolescencia llega a Lima y, rompió con todos los esquemas tradicionales de relaciones familiares: un poco hippie, con pelo largo, poco respeto a la autoridad de los hermanos mayores, bohemio y respondón. Pero muy habiloso con las manos (eso que se llama desarrollo de motricidad fina), por eso entre bromas el mismo se autocalificaba: “yo soy médico cirujano”. Algún día quise ganarle en un juego de taco, pero no pude ni podré. Conocía a la perfección los efectos en los golpes, las triangulaciones y el toque fino para quedar en una posición imposible para el rival.
Y yo me llamo Julián, nací en el día de San Julián, en febrero loco. Y en el momento de la inscripción agregaron el nombre de Jesús. Ni por eso soy creyente ni religioso. Deje los choclos tiernos, los loros de pico rojo, el sauce junto al rio, la balsa artesanal y las truchas, los venados y los zorros y me fui a Lima. Al llegar a Lima, yo también me cambié de nombre, pero no voy a escribir de eso, todavía es un secreto familiar.
Al hermano mayor lo conocí cuando tenía ocho años y él como treinta. Desde entonces, tengo la primera foto de mi vida. Al segundo hermano, que era militar, lo conocí por tarjetas, cartas y fotos que mandaba a sus enamoradas y a mis padres. Era el preferido de mi padre para sus discursos con sus amigos y con los visitantes. Pero el ganadero arequipeño que vino a mi casa y, al leer sus tarjetas y cartas, glorificó demasiado de él; y de esa manera, logró comprar el toro amarillo a bajo precio. Y nos quedamos llorando cuando ese toro dio la última vuelta a la curva del camino.
El Dr. Manzanilla, al volver a casa después de ocho años de ausencia, quiso entrar a la casa diciendo: “soy ganadero de Arequipa”. Con el tengo la mejor relación de hermanos. A Eulogio, recuerdo robando arrobas de trigo de la casa, para vender y, así tener dinero para sus correrías en los pueblos vecinos, con el mulo canoso de mi papá. Mi hermana era otra mamá para mí: me compró la ropa de la ciudad y me acompañó a Acomayo para que terminara de estudiar primaria. Con Mariano Mercedes, tenemos esa relación de hermano mayor-hermano menor; estudiamos juntos la educación primaria en Acomayo. A Gregorio, lo conocí en Lima, en su adolescencia. Cuando terminé la universidad, dejé a él el trabajo que desempeñaba, de esa manera aprendí a jugar taco como debe ser.
Para terminar esta nota, queda clarísimo que no somos unidos y, casi todos cambiamos de nombre. En una novela que leí decía que, se cambiaba de nombre para engañar a la muerte. En este caso, a la muerte cotidiana.
La visión de niño que tenía de mis hermanos y de mis primos (de mucha magia y fantasía), se rompió como un vaso de cristal. Eso pasó en Lima; la realidad tenía otras dimensiones muy complejas y duras. Por ejemplo, mi hermano mayor trabajaba en la sección de nutrición de un hospital; un primo que aparece en las fotos con uniforme de marinero, o en un puerto de Panamá, se cae por pedazos, cuando descubro que él era obrero en una fábrica textil, dedicado a barrer el patio de ese local.

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