Gracias al ojo avisor de Isaac Soto Gamarra, Mauro Pedraza Sierra (Mauricio Mauricio) nos premite reproducir una divertida crónica de viaje abanquino escrita en clave Huámbar. Gracias Mauro, me pasó parecido con una huaylaka gringa en un trencillo del museo Getty, en Los Angeles
“Sube sube, Arco ,Tamburco, El Mirador...", dice el pucsu cobrador de la línea 4 que recoge pasajeros en la Av. Díaz Bárcenas y Huancavelica. Una mujer joven y yo abordamos. Quedaba un asiento disponible. El trayecto es largo, justificaba ir sentado, además, para contemplar los encantadores paisajes y el cielo de ensueño de Abancaycito.
El asiento tiene un letrero: “Reservando para personas adultas”, por lo tanto, dije: "yo mismo soy", y empecé a acomodar mi humanidad enjuta y gigante como un maguey para sentarme, en eso, la joven: "Un caballero educado y guapo como Ud. debe ceder el asiento a una dama...", mientras me sonreía como el sol de mediodía.
Ella sostenía en la espalda su quipi con papas, charqui y un atadito de asnapitas. Cortésmente le respondí: "Sorry, la ley reserva un asiento para los canositos", la jovencita obstinada replicó: "tatao no más siahh, si pareces de 38 añitos" mientras me pulsaba el brazo y pecho mañosamente con sus dedos. Lo que no sabe, no cedo ante las lisonjas ni insinuaciones, soy hombre serio y fiel a Eva María.
Entonces, la joven empezó a esputar palabras altisonantes, lamentablemente respondí, algunos pasajeros se sumaron al coro tomando partido. El micro emprendió la subida por la Núñez y los gritos predominaron casi toda la Prado. El insufrible, tolerante y vetusto asiento se mantenía lánguido.
Al llegar al cruce de la Av. Arica, los gritos se convirtieron en Do Mayor de Pavarotti, opacando a "Entre Manos" que entonaba "Negra del alma, negra de mi vida...". El microbús había dado la vuelta con pesadez a la silueta de la iglesia del "Señor de la Caída", en eso, cerca de “El Carrizal”, el chofer frena intempestivamente, furioso y abatido se pone de pie y exclama: "Siiiilencio, este es mi carro y se sentará en ese asiento, la persona que se considere el más opa de Abancay", dio la media vuelta y se santiguó el chofercito carretero de rostro cetrino y aliviado, acomodo pausadamente el cuerito de carnero de su asiento, se sentó, puso primera y arrancó. Mágicamente el silencio reino, que ni los chillicos osaron estridular.
Dos cuadras más arriba, los pasajeros empezaron a correr apuestas con ese típico humor piki. Un wasigasto dijo: “una chichita que él tío afloja por su reuma”, otro métete: “otra chichita que el tío se baja en el Arco por llamado de su próstata…”, y así continuaron esos laclas coloreando el viaje.
Van casi dos horas de viaje. El cobrador dice: “Baja baja en la granja San Antonio el inge”, ya faltaba poco, muy poco -ufff felizmente- para llegar a nuestro encantador y reparador destino, ambos, la huaylaca y yo, éramos los únicos agarrados del pasamanos sin inmutarnos, con el orgullo al tope, firmes y de pie.
Se debe rescatar y divulgar estos relatos llenos de sabor y color andino. Kusachapuni wawkicha Fredicha.
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