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Pizarro y Pensamiento único / NILO TOMAYLLA

Nilo Tomaylla, autor de Cronicas del Silencio, comparte con nosotros este articulo aparecido en la revista Contratiempo

El desplazamiento de la estatua ecuestre del conquistador del Perú, Francisco Pizarro, de la plaza principal de Lima, por el alcalde Luis Castañeda Lossio provocó la indignación del escritor Mario Vargas Llosa en el artículo "Los Hispanicidas", que salió en el diario de El País de Madrid, luego reproducido por la revista Caretas de Lima y otros medios de comunicación del mundo. MVLL, dice que con este hecho se ha cometido una injusticia contra el hombre que había permitido la llegada de la civilización occidental y en particular de la hispánica para formar lo que es el Perú de hoy. A esto se sumaron muchas otras protestas más o menos con el mismo tenor, pero de menor resonancia.

En el argumento que esgrimen los defensores del Conquistador está el eterno susurro del viejo profesor de historia que nos decía de qué sería el Perú sin Pizarro, sin el caballo, sin la rueda, sin el fierro, sin la cruz y sin la lengua castellana; pero jamás se nos enseño a pensar de qué sería el occidente sin ese territorio vasto que se llama América. La historia que aprendimos los peruanos fue siempre a medias, ella nos volvió "hemipléjicos", al haber logrado una influencia en la mentalidad de millones para que despreciemos nuestro lado indio y dar cabida a un racismo imperante.

Pizarro y los otros no eran de los que traían las alforjas llenas de regalos de la civilización para los pobres indiecitos, como pretenden hacernos creer; de lo que sé, es que una de las distracciones favoritas de los conquistadores era hacer correr a mujeres indígenas y soltar sus mastines para que las devorasen vivas; luego venían los pillajes y las intrigas entre ellos mismos por querer apropiarse el mejor botín (el primer hipanicidio contra Pizarro comete aquel otro español que le atraviesa la garganta con una espada). Felipe Huamán Poma describe cómo en el pueblo de Pampachire el cura Alvadan torturaba públicamente a los indios quemándolos con cebo ardiente. Tales crueldades se convirtieron en práctica corriente durante la colonia y aún en la república, sobre todo contra los indígenas que estaban y están siempre desamparados. Pero las versiones mías – soy también un occidental- como las de aquel cronista pueden ser tomadas como tendenciosas, dadas nuestras raíces indias; por eso me permito llamar a un testigo ocular, quién fuera contemporáneo y paisano de Pizarro, me refiero a Bartolomé de las Casas, sacerdote de la orden de Santo Domingo, quien en su libro "Brevísima relación de la detruisión de las indias", Cátedra, Madrid, 2001, pinta de cuerpo entero al conquistador de aquella época:

"Entraban en los pueblos, ni dejaban ni niños ni viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete, o le descubría las entrañas. Tomabanlas criaturas de las tetas de las madres por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas... otras criaturas metían con las espadas con las madres juntamente(...) Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores... y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen; y el alguazil, que era peor que verdugo, que los quemaba, no quiso ahogallos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen, y atizóles el fuego hasta que se asaron de espacio como el quería"

Nadie quiere negar el aporte cultural de España a la peruanidad –incluso imaginándonos un Pizarro con la gramática de Nebrija y los Derechos del Hombre bajo los brazos- de lo contrario sería también negar la patata, el tomate, el chocolate y la coca-cola, en la mesa cotidiana de la humanidad como aporte cultural de los indios. Tampoco está en tela de juicio el mestizaje o el odio, inexistente para mí, a lo hispano o al español de la parte del indio o del mestizo peruanos –basta recordar que la independencia del Perú lo hicieron los propios hijos de los españoles-. Pero lo que no debe aceptarse, a estas alturas, es esa visión falaz de la historia, tan antigua como la viruela, donde Pizarro significa la "civilización" y el indio la "barbarie", propósito grosero que sirvió para justificar los crímenes de ayer y que sirve todavía para perpetrar los crímenes de hoy.

En el artículo de Vargas Llosa – y de los otros peruanos- la memoria de aquellos inocentes que murieron es subordinada a la gloria de sus asesinos. Tal vez por eso el papel de lo miserable y de lo vilipendiado en las novelas y conferencias del escritor peruano más célebre de estos tiempos sea ocupado por indios y mestizos. Pero hay un desacierto al haberles dado el mismo trato al arquitecto Agurto y a todos los que se resisten a seguir adorando a la morgue, a la fosa común, en suma a la muerte que se asome a pie o a caballo.

Ginebra, junio 2003

NILO TOMAYLLA: Escritor peruano, radicado en Ginebra. Este artículo fue enviado por el autor para su publicación en Contratiempo

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