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Extractos de Comentarios no reales. Pamela Cáceres

 Pamela Cáceres nos ha permitido reproducir fragmentos de sus Comentarios No Reales, donde no habla de incas y mas bien desde el vulgo, del cual es parte, explorando y cuestionando  a partir  de algunos términos populares  actuales, nuestras ambigüedades y abismos. Refrescante lectura.  Tiempos cuando abundan espejismos y faltan espejos




PROEMIO AL LECTOR

Ciertamente mucho se ha escrito de antiguallas del Cusco. Al ser yo natural de aquella ciudad afirmo pues que algunas hazañas contadas sobre esas tierras son ciertas y otras no tanto. Si bien los reyes incas han aparecido en aquellas historias, es de saber la poca atención puesta en el vulgo cusqueño. Así pues, ante el conflictivo amor que guardo por mi tierra y gentilidad he de contar algunas historias de las que tengo más clara noticia, pues yo las vi y las viví como la chusma que declarando a boca llena digo que soy. Dejo claro entonces que no encontrará aquí narraciones de reyes. De los reinados han de encargarse otros historiadores vasallos de esos mismos reinos.

CAPÍTULO I
SI HAY MUCHOS MUNDOS

En mis niñeces, había llegado yo a leer que un ilustre cusqueño, Inca de letras, afirmaba que existía solo un mundo. Fue horripilante y desalentador, me hubiera gustado seguir imaginando que aquel viejo Colón era un astronauta que salía de su antiguo mundo para llegar a uno nuevo.
Al cabo de un tiempo, un pariente mío, más creyente en los números que en las letras, me explicó el asunto dibujando algunos círculos mal hechos en un papel cuadriculado. Cada círculo encerraba otro y otro y otro. Este es el universo; esta, la Vía Láctea; luego un círculo más, el sistema solar; ahora la Tierra; los continentes; América, los países; el Perú; los departamentos; Cusco; las provincias; los distritos; las calles; las casas. Finalmente aparecía un infinitesimal puntito en color azul: «Esa eres tú» dijo mi pariente señalando mi retrato.
Pensé entonces que aquellas líneas en el papel no demostraban que el mundo fuera solo uno, sino más bien, confirmaba mi presunción: sí había varios mundos, pero para desgracia mía un maldito orden señalaba la posición de cada uno de ellos. Una despiadada jerarquía donde un mundo pequeño y débil era prisionero de otro más grande y poderoso y así sucesivamente. De tal manera, he entendido la existencia de los varios mundos y de las varías líneas invisibles que ordenan a mi gentilidad.

CAPÍTULO II
DEL NOMBRE «MESTIZA»

Has de saber respetado lector que no ha sido fácil hallar el término adecuado para dar título a estas líneas. Podría decir también que mis comentarios son «mestizos» palabra que recién en estos tiempos es pronunciada apaciguando muchas almas. Sin embargo, en Cusco no gustaba mucho por traer recuerdos sospechosos.
En la Ciudad Imperial decir «mestiza» era igual que arrojar un insulto. Para explicarme he de contar que cuando asistía yo al mercado de San Pedro muchas veces contemplé riñas donde las señoras cusqueñas decían «mestizas» tratando de humillar a ciertas vendedoras, sobre todo a aquellas que ofrecían carnes o cuyos puestos parecían grandes y prósperos y por supuesto no vendían sentadas en el suelo.
Las señoras no llamaban a estas vendedoras «indias», «indiecitas» «mujercitas» ni «campesinas» como se decía a quienes se veían como más sumisas y más pobres, pero tampoco se las trataba como patronas, aunque tuvieran más economías. Eran mujeres corpulentas con trenzas, sombrero, falda, mandil y medias nylon que respondían sin mayor sujeción a sus clientas en castellano, algunas palabras quechuas y una que otra ingeniosa lisura.
En un libro he consultado también que «mestiza» significaba «promiscua». Seguramente, era un término similar a «chichera». Un gran autor apurimeño, retrata pues a las chicheras como mujeres con gran ejercicio de poder sobre su negocio y su marido.
Por último, he de recordar que las señoras cusqueñas también insultaban a estas mujeres como «placeras» o «habaceras». Luego, ya adulta, me he sorprendido de no encontrar en ninguno de los insultos enumerados aquí tacha o defecto. En esos tiempos, yo hubiese querido ser una «mestiza» dueña de su bolsillo, de una lengua desencadenada y con un natural gusto por los goces de la carne. Así también, en la tierra donde ahora yo me encuentro, Arequipa, muchos se llaman «mestizos» sin problemas y hasta con orgullo.
Pero, si decido no usar este término para llamar a mis comentarios es sobre todo por no ceder al vano contento que produce su uso en los señores de los reinos que entienden por la palabra cualquier mezcla capaz de elogio fácil y comerciable.

CAPÍTULO III: DE LA PALABRA «WAKCHA PITUKO» Y SUS
MUCHAS DEFINICIONES

He leído en cierto libro que los peruanos tenemos gusto por llamarnos «clase media». Tanto ricos como pobres nos decimos así, pero siempre, queda claro, por razones distintas. Unos por mostrar ser batalladores, a pesar de sus ventajas y pocos talentos, y nosotros por engañar la miseria y proteger la poca distinción de que gozamos. No es pues pertinente el uso deste vocablo, por sernos engañoso. Saben los mercachifles cómo gracias a las fabulaciones de sentirse «clase media» venden muchos enseres ya a unos, ya a otros. Estos mismos mercachifles nos llaman por «masa», «mercado», «target», «público objetivo» y en sus corazones nos piensan como una vulgar chusma que muerde el anzuelo.
He sabido de otro sustantivo compuesto por la unión del quechua y el español cuya escritura todavía no llego bien a definir: «waqcha pituko» o «wakcha pituco» u otra forma que he hallado en las nuevas virtualidades. Debo decir que nunca escuché en mis niñeces, pero que me da mucha gracia. La segunda palabra «pituco», es bien conocida, pues señala al que presume ser mejor en economías y en sangre que el resto de sus allegados.
Sobre la palabra quechua, he leído del ilustre cusqueño, inca de letras, que los vasallos llamaban al gobernante inca como «huacchacúyac» que significaba «amador y bienhechor de pobres». En otro admirable libro de un garcilasista arequipeño se habla del mestizo «guaccho» que en la colonia era el desgraciado que no gozaba de lugar definido en la sociedad, y hace allí cierta relación con el gaucho que a caballo parece vagar por las soledades de las pampas del país argentino.
También en Arequipa he escuchado a mi querido pariente político decir «wakcha» a una media que anda por allí perdida sin su pareja y que, por tanto, ya no sirve para nada. He pensado, entonces, que se perecería a «Sanpan ccari», palabra repetida mucho entre mi familia cusqueña para señalar al varón que por su poca utilidad para el hogar se convierte en «hombre solo».
Finalmente, en los diccionarios leídos he encontrado que el primer significado de «wakcho» es «pobre» pero también se menciona «huérfano».
Si hablamos al pie de la letra, el «wakcha pituko» es un «pituco pobre». Pero, en quechua, por las muchas cosas que un mismo vocablo indica, es posible también pensar en un pituco «perdido» o «desorientado». Varón o mujer que creyendo pertenecer a otros círculos sociales vive con la gentilidad, y se duele y sufre y gruñe por pensarse superior y pasar sus días como lo hace, un alma en pena debido a sus erradas fabulaciones.
Tuve noticia que en estos últimos años los wakcha pitukos se han vestido con polo blanco y han salido en tropilla acusando a su gentilidad de no dejarles seguir con sus negocios por hacer demasiado alboroto político. Has de saber respetado lector, que el wakcha pituko siempre pone el dinero por delante, le urge ser señor de estos reinos y apoya a los señores. Como un espantapájaros se yergue encima del suelo; siempre clavado en el mismo hueco es burlado por el viento, todo vestido de trapos menores sirve al patrón asustando a quienes vuelan libres. Según él, este es camino fácil para salir de su miserable penar y creyendo así, pocas veces da su pie en bola.
Vaga pues un «wakcha pituco» en todas las familias, en todos los barrios, entre los compañeros, ya sea de estudios o ya sea de trabajo, en las ferias, en los mercados, en las cachinas y en toda combi de transporte urbano.

CAPÍTULO IV: DE NUESTRA CARENCIA DE NOMBRE Y DE LOS CUESTIONAMIENTOS «¡¿SABES TÚ CON QUIÉN ESTÁS HABLANDO?!» O «¡¿SABES TÚ QUIÉN SOY YO?!»

Estas indagaciones de cómo nos llamamos a nosotros mismos son en verdad pensamientos sobre quiénes somos. Carecemos de vocablo para nombrarnos con gusto y pertinencia al mismo tiempo, o sea, con amor propio, pero sin engaños. Y siendo huérfanos de nombre nos contenta mucho imaginarnos distinguidos y diferentes por gozar del barato que algunas veces hacen los señores destos reinos.
Ante la dificultad de dar con quiénes somos, nos auxilia siempre afirmar aquello que NO somos: no somos indios, o no somos tan indios, y no somos sirvientes, o no somos tan sirvientes, y no somos ignorantes o no somos tan ignorantes, y no somos pobres o no somos tan pobres. Y del otro lado, lo mismo, aunque con dolor de corazón: no somos blancos, o no somos tan blancos, y no somos patrones o no somos tan patrones y no somos letrados o no somos tan letrados y sin intermedios, definitivamente no somos ricos ni tan ricos.
Dichas negaciones son insuficientes para engañar a esta falta de nombre. Por tanto, cuando sentimos que un inferior ha faltado a nuestro amor propio, le arrojamos cuestionamientos como «¡¿Sabes tú con quién estás hablando?!» o «¡¿Sabes tú quién soy yo?!»
No debe pues pensarse que estas son preguntas retóricas para hacerle recordar al inferior la distinción que nos separa y que todos ya conocen con seguridad. En este caso sí es bueno tomar la pregunta al pie de letra, pues como ya se ha dicho en los inicios, no tenemos nombre exacto, y es verdad que no sabemos la respuesta. Con el fin de entender mejor esta carencia me permitiré relatar un pasaje de mis niñeces cuando una señora me interrogó si yo sabía quién era ella, pero he de hacerlo en el siguiente capítulo, pues quedo ya excedida en vocablos.

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