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Descubriendo el descubrimiento / capitulo 12 de escrito mitimaes

DESCUBRIENDO EL DESCUBRIMIENTO


En lo que respecta a la llamada “América” o el “Nuevo Mundo”, la noción misma de descubrimiento implica una serie de falacias que, más perniciosas que los tiros, los quetes y los fumeques, forman parte de nuestras adiciones vitales de seres colonizados. Si mis cálculos no andan mal, según el calendario Nahuatl , el lapso del 1 al 20 de octubre corresponde al mes Tepeilhuitl, mientras que los días 11 y 12 corresponden al año 5 conejo. Cada una de estas fechas tiene un simbolismo de vastas posibilidades interpretativas, pero mi ignorancia de hombre “americano” no me permite dar cuenta de ellas. Esta incomprensión no mejora cuando paso a referirme a la naturaleza del tiempo en los andes pre- y post- atahuálpicos. Aquí, no me queda otro remedio que recurrir nuevamente a Guamán Poma . Uma Raimi Quilla, es el nombre que le corresponde a Octubre según el príncipe autor. En la época pre-atahuálpica, el Uma Raimi Quilla o mes de la fiesta principal, consistía en una serie de ritos de penitencia donde los hombres hacían sus ofrendas a las wakas para pedirles lluvias, y hacían invocaciones a Runakamaq y Wari Wira Cocha, ambas manifestaciones creadoras y generatrices. Si en la época pre-atahuálpica Wiracocha era un dios creador importante, síntesis entre los principios masculinos y femeninos, luego de la conquista el wiracocha pasa a ser el hombre conquistador: el generador del orden colonial. Actualmente vivimos en el tiempo de los wiracochas: el “tiempo real” del calendario occidental. De acuerdo a ese tiempo se nos dice que el doce de Octubre se celebra el descubrimiento de “América”, porción del planeta nombrada por los europeos en alusión a un oscuro dibujante de mapas. Se nos dice también que en 1992 vamos a recordar los 500 años de uno de los más grandes genocidios de la historia de la humanidad. No sabemos cómo podrían ser interpretados estos eventos desde la perspectiva del calendario Náhuatl o del Incaico , pero a unos cuantos días de 12 de octubre de 1991, es por lo menos necesaria una reflexión acerca del “descubrimiento”. De entrada, este concepto tiene una base racista. El descubrimiento de América, por parte de un agente europeo afirma la humanidad de éste y niega la de los antiguos pobladores de estas tierras. Así, cuenta más la megalomanía, la ansiedad de fama y riqueza, la neurosis católica y el desarraigo de Colón y sus navegantes, que el conocimiento vivido de los caribeños de sus tierras. Las cegueras mentales de este personaje le hacen ver en las islas del Caribe no a seres humanos sino a posibles buscadores de oro, esclavos, concubinas y alimento de los perros en casos de insumisión. Si toda aventura de colonización es, en última instancia, una negación de la humanidad del colonizado, no es casual que dentro del mismo término colonización esté inmerso el nombre de un personaje que para Europa fue el Almirante del descubrimiento, y para nuestros abuelos el Almirante del terror. Si la humanidad de los abuelos fue negada por la invasión, esto no constituyó sólo un momento, pues, como bien sabemos, la iglesia se dió el derecho de discutir si los ‘indios’, eran o no humanos, mientras que nuestro número decrecía a causa de una explotación y genocidio sin precedentes en la historia de la humanidad. Desde el punto de vista del europeo esto sigue la lógica de la invasión: el que invade es el que acuña los términos coloniales . Al cabo de los siglos no es casual ni extraño, entonces, que intente reforzar su fantasía de ser el agente único y central de la historia universal, celebrando el llamado descubrimiento. Es, pues, una movida ideológica de gran coherencia interna. Lo que sí resulta extraño es que entre nosotros, indios, e hijos de indios, herederos de la violencia colonial, el nivel de alienación sea tan profundo que nos permita aun contemplar la celebración del evento. Si a los judíos, -como lo hace notar un paisano aymara del Perú en una declaración periodística- la simple posibilidad de celebrar la llegada de Hitler al poder les causaría espanto, tanto o más espanto debe causarnos aceptar el hecho y las consecuencias de haber sido “descubiertos”. ¿Quiere decir eso que nuestros abuelos no tenían conciencia y no eran humanos? ¿que su modo de vivir no era válido? ¿que su conocimiento, al no coincidir con la textualidad de los mitos cristianos era obra del demonio y debió ser eliminada? ¿que nuestros aportes en astronomía, arquitectura, hidráulica, música, filosofía, agronomía y matemáticas no eran lo suficiente para producir las más diversas formas de vivir humanamente?. Una reflexión profunda nos debe hacer evaluar y descubrir qué es lo que hay de encubierto y descubierto cuando se habla del descubrimiento. Hay que recuperar la capacidad de ser sujetos de nuestros propios enunciados. Tal vez, al momento de la llegada de las carabelas a las islas de los arahuacos, taínos y siboneyes, los abuelos hayan sido los primeros en descubrir objetos extraños acercándose a las playas. De la misma forma, es muy probable que un campesino de Urubamba haya sido el primero en ver a Hiram Bingham, un arqueólogo ególatra y desvariado con un gran futuro de huaquero o saqueador de patrimonios culturales que, supuestamente estaría subiendo una ladera para “descubrir” Machupiqchu, uno de nuestros lugares más queridos. Muchos de nosotros empezamos esa tarea, pero es de esperar que la alienación generalizada sea pasto para otra bacanal ideológica a celebrarse el año entrante, porque “en octubre no hay milagros” como dijo hace tiempo el novelista Oswaldo Reinoso, haciendo referencia al Señor de Los Milagros, o Cristo de Pachacamilla, dios de los negros y demás desposeídos, que en este tiempo de wiracochas y eurocentrismos es otra forma de referirse al dios Pachakamaq que, ubicada al occidente del Tahuantinsuyo, y balanceando el poder generador del lago Titiqaqa, era una de las wakas más importantes de aquel entonces.

Brooklyn, 1 de octubre de 1991

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