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Mi casa. Jesus Orccottoma



Dentro del pueblo, el sector donde vivíamos se llama Chinpa calle (la calle pasando el puente o la calle del frente). Herencia recibida por mi mamá de sus padres adoptivos Nicolás y Nieves. A  ella declararon en el Testamento como “la única heredera universal de sus bienes”.
La puerta de entrada, conocida como el zaguán, donde guarecían caballos y mulos en tiempos de lluvia. A la derecha, un cuarto llamado tienda, donde había sacos de coca, cacao, café en granos; además, estaba las espuelas, la pistola de cañón largo, el pantalón de montar, la manopla de fierro para las peleas y, una taleguita de nueve décimos de plata, celosamente guardados. Todo eso, como huellas de mi papá, de haber sido arriero en tiempos lejanos. Al costado otro cuarto, que era el dormitorio de la abuela Nieves. Ella se iba a su cuarto, a las seis en punto de la tarde de todos los dias, acompañado de mi hermano Mariano Mercedes, a rezar padre nuestros y ave marías hasta las nueve de la noche. En el largo de la casa, cuartos con dos pisos; es la única obra de mi papá. Al costado del mulo, y con escalera y corredores de madera, una construcción de adobes y techo de tejas. En el primer piso, una sala con cuadros de santos de la época colonial. Y dentro de esa sala, dos depósitos o trojes: uno, para el trigo y; el otro, para la cebada. En el segundo piso, el troje o taqqe, armado    y trenzado de waranway para el maíz. Y en la única ventana por donde los rayos solares penetraban, los objetos rituales de mi padre para el pago a la tierra. 
El patio donde está parado el mulo, lugar de muchos recuerdos: la despedida a mi papá para sus viajes, con mates, té y chicha caliente, desde las dos de la mañana hasta la hora de partida; cuando regresaba mi padre de sus viajes (la campanilla del primer mulo, sonaba a lo lejos), entonces había muchos ajetreos de comadres y compadres; platos calientes, la mejor chicha para tomar y, la alegría desbordante entre ellos; cuando había labores en una chacra grande (de 10 yuntas de buey), herramientas y  tinajas de chicha, cargadas en angarillas (cestos de waranway) por los burros, al final de la faena, peleas, disputas y trifulcas; en tiempos de fiesta, una mesa larga con una manta a colores, para el almuerzo de los invitados y de los hijos que regresaban.
Al fondo de la casa, el canchón o la huerta. Entre hierba buena, manzanilla y orégano, había una planta de durazno que nunca dio frutos; y un árbol de mora de muchos años. Es allí donde el brujo del pueblo hacía bailar a los sapos, después de las seis de la tarde, para sus brujerías. Por eso era prohibido acercarse. Es allí, donde cacé un picaflor de muchos colores con mi honda artesanal y, de inmediato resucitó, milagrosamente. 

 

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