La trama se origina en el espacio imaginario de una geografía gaélica, Myra O’Connor es la heroína arquetípica, pelirroja, que por circunstancias de la hambruna deja su Irlanda natal para verse en medio de otros niños vagabundos, esta vez en el nuevo mundo. América. Un jardín, en medio de un bosque, cuidado por estos niños es la metáfora de la constante lucha por la sobrevivencia, por el equilibrio ecológico, por mantener limpio este mundo que aún es bello.
Tal vez el libro nos recuerde a la cruzada de los niños de Marcel Schwob, pero la diferencia es que éste trasunta el cristianismo de espada y tabardo en pos de la conquista de Jerusalén. En cambio el libro de Palacios nos lleva a nuestra prehistoria, al precristianismo. Los portadores de la biblia cuando llegaron a estas tierras fueron intolerables con las costumbres y creencias. Doncellas que llevaban un ramo de roble prendido en el pecho, como signo de castidad, podrían terminar en la hoguera. Algo de eso es también este libro, con la salvedad que no hay una sola idea de revancha de este periodo de persecuciones; pero sí una reivindicación de la curandera, de la comadrona, de la amable bruja que ayudó a perennizar nuestra especie. Hallowen, que yo descubrí aquí en Europa -hoy en expansión-, siempre me hizo pensar en niños peregrinos en busca de una posada. O simplemente, en nuestra larga trashumancia, de nómadas, en busca de la sombra de un árbol.
Es anti-epistemológico, porque nos recuerda que no todos los niños abandonados terminan en las estadísticas de la mortalidad, muchos llegaran ser adultos, gracias a que han tejido mecanismos y reglas sociales. Ellos son los “Pirañitas”, “Los pájaros fruteros” de la realidad peruana. Ellos no entran en la historia. Es la ficción quien nos recuerda, que hay en todas las latitudes la banda de Myrna o los gallinazos sin plumas.
Melinda Palacios, es peruana. Es joven, con un doctorado en letras por la Universidad de Ginebra, donde fue por un tiempo profesora. Escribió una primera novela Niña Gordita, que va en la segunda edición. Editó, junto con Natacha Crocoll Historia General de las Indias, del cronista Gonzalo Fernández de Oviedo. Es investigadora y conferencista.
Podríamos preguntarnos ¿por qué una limeña escribe sobre el mundo feérico de otras latitudes? Su generación -como la de mis hijas- independiente de la ocupación que ejerza, empieza a desmontar viejos tópicos. Viejas fronteras. Ya no es el mismo manantial ni el mismo cántaro de una arcadia lejana. Es una generación con una capacidad de hollar nuevos caminos. La creación sobre todo es libertad. Hay peruanos que escriben novelas en otras lenguas que la española, son nuevos tiempos. Ya, el nobel Mario Vargas Llosa escenificó obras universales, como La Guerra del fin del Mundo fuera del lindero patrio. Pero también son tiempos en que la emigración cobra un rol protagónico en el escenario de este siglo.
Hace poco en una de las aulas magnas de la Universidad de Ginebra, Melinda Palacios participó, junto con Gina Laplace, Fernando Iwasaki y Renato Cisneros, en un conversatorio sobre literatura peruana, con un auditorio repleto, donde las autoridades diplomáticas del Perú en Suiza, la Universidad de Ginebra y la Librería Albatros fueron los organizadores. Entre muchas cosas importantes retuve: No hay Literatura peruana, en singular, hay literaturas. Myra O’Connor es una de ellas.
Para terminar. Me llega una imagen de un niñito comiendo una calavera, con satisfacción y casi feliz. Es una calavera de azúcar. Aparece en Viva México de Sergei Einsenstein. Es eso este libro, imagen de lo que desconocemos y metáfora de un mundo lleno de caramelos y esperanza.
nt/g.22.1125
(*) acertado neologismo.

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