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El sueño. Fredy Roncalla

 




 


 

Solía soñar el pueblo.

 

Mucho antes era llegar volando  y ver todo verde. A veces uso cuantos edificio muy nuevos y también un chalet a todo dar en la estancia.

 

Ya casi nunca los túneles. O los cerros escarpados a los que uno subía con facilidad, pero tenía que bajar arañando el abismo para llegar a la superficie menos rápido que el agua de las cascadas. Había un camino que bajaba a la cuidad por filudas pendientes y daba a una barriada de casas incrustadas una entre otra donde alguna vez amé una muchacha, pero al regresar a buscarla nuca supe que línea de micro tomar para recoger los pasos del corazón.

 

Y cuando caminaba río arriba, manadas de toros enjalmados  precedían intensas fiestas de waqrapukus, arpas, violines, y mantas coloridas, hasta que al llegar a la ciudad casi de noche la veía llena de edificios, hoteles de cinco estrellas, bares a todo dar, y calles en donde uno que  tenia  que buscar harto para encontrar una simple cantina de te piteado y guapas jovencitas que esperaban e momento  preciso para irse mas allá de los cerros

 

Es el efecto de la minería se decían los sueños el uno al otro. Y se iban intercalando con detalles  que ya no recuerdo.

 

Pero con la certeza de cuando ay la cosa estaba entre la espada y la pared uno podía  despertarse.

 

Varias veces derroté a los asaltantes de la esperanza con ese simple truco.

 

Pero hace poco los sueños retornaron a un galpón de la calle Comercio de Chalhuanca Unos cuantos músicos seguían a los vecinos con una tonada tristísima. Salían a la calle y volteaban a la esquina con los trajes raídos,  anticuados. Con la  barba crecida y las polleras oscuras. Andaban sin decir nada  con la cabellera revuelta. Y tal vez nunca llegarían  hasta la falda de cerro.

 

Los ojos del sueño no estaban en peligro, pero sintieron que  la tristeza era insoportable, sin rumbo.

 

Era el momento de despertar.

 

Lo hice brevemente. Pero cuando vi los días quebrados de estos días quise retornar  rápidamente. Ta vez ellos, los que marchaban,  ya habían llegado hacia una colina donde  se podía ver un poco de horizonte.

 

Pero fue imposible

 

Ya en ninguna parte existían los sueños.

 

 

 

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