Este texto es parte de Hawansuyo Ukun Words. Pakarina Ediciones / Hawansuyo 2016. Si gustan de una versión impresa willaylla willaykuwayku
Recuerdos de Yucay
Fredy Amílcar Roncalla
A María Luisa Lira
A los hermanos Cusihuallpa[1]
Ésta es una historia acerca de un escrito inconcluso. Ayer nomás, hace unos diez años, pasé por Yucay. En sus dos plazas, y al lado del palacio de Sayri Tupaq, pude conversar brevemente con María Jesús, que ni a María Luisa ni a María Teresa las había podido hallar en el Cusco, como tampoco a David y su esposa. Ellas eran sobrinas de Jorge A. Lira, al que vi por única vez paradito, esperando su micro al Cusco con un maletín en la mano en el que acaso tenía un nuevo diccionario o canto quechua. Entre los Lira y los Cusihuallpa, del caserón de Kochawillka, mi estadía en Yucay, de unos tres meses, ha dejado en mí un sentido de pertenencia, que se ha ampliado con esporádicas visitas a Ollantaytambo, Willoq, Pisaq y Calca, como si la palabra más fabulosa del quechua: “wayki” me devolviera al Valle Sagrado cada vez que la pronuncio. Llegue ahí a mediados del 79 contratado por Henrique Urbano para buscar incas, recoger nombres de lugares y cuanto pudiera del acervo narrativo de Yucay. Entre los hermanos Cusihuallpa y los Lira fui tejiendo mis relaciones y adentrándome de pocos al pueblo, conociendo los nombres de lugares, algunas tradiciones, descripciones de fiestas, e incontables historias familiares. Ya publicada una primera versión de este artículo en el excelente número 50 de la revista Pututu, Cultura Ollantaytambina, que dirigen los hermanos Carlitos y Oscar Olazábal, volví hace unos meses al querido Cusco. Fue cuando pude verme de nuevo con Maria Lira y con Alejandrina Mesme. Y a los dos días con Emilio, David y Santiago Cusiwallpa en Yucay mismo. Hay hermandades inenarrables que duran para siempre y dan ganas de nacionalizarse valle sagradino al momento de escribir esto.
Pero voy a contar algo del arroz con bicicleta que paseaba en mi mente aquel tiempo que estos queridos hermanos y hermanas -a los que se sumarían, en el Valle Sagrado, Lino Pareja, Darío Espinoza, Marco Flores Aréstegui, Carlitos Olazábal y Odi Gonzáles[2]- me cobijaron como uno mas de su familia al inicio de la década de los ochenta. Una historia de ideas, ni siquiera fetichistas, que se aparecen de improviso, quieren pero no pueden, abren puertas, se manifiestan en bocetos, y al cabo de treintiún años apenas se presentan en estas páginas.
Había llegado de Ithaca el 77, un poco antes del paro del 19 de julio y de la constituyente. Empapado por un semestre andino en Cornell, alumno libre, en donde la etnohistoria ya empezaba a pasar de los predios de Murra al Perú, y el estructuralismo en la antropología andina, con el dualismo y la complementariedad como la niña de sus ojos, estaba en su apogeo. Por el Mac Graw Hill pasó llapan mundi, hasta un loquito francés que hace un tiempo le había dicho a José María Arguedas que en Huancavelica no habían indios. Luego terminé dictando quechua en la Católica a las primeras promociones de estudiantes de historia que empezaron a mirar mas allá del español y de la inmensa división ficticia-real entre el país oficial y los andes. Las malas lenguas de la clase empezaron a llamarme yanqui andino, pero como éramos migas, solíamos tomarnos unas chelas en vez de las clases y terminamos el curso con un tono de padre y señor mío. De esos meses me queda el recuerdo de una bella novia y unas visitas con ella a mi penthouse del Purito Rimac y al Wony, el centro vital que no había dejado ni en mis andanzas por el norte. Eran tiempos en que la poesía era el eje y la vanguardia del universo, que no podía estar en ninguna otra parte que en ese bar de la calle Belén.
Chaymi yanqallaña universidadpi purichakuchkanytiy me buscaron para un singular trabajo de traducción. Había llegado un ex dibujante de comics japonés metido de antropólogo de una cosa rarísima que se llamaba poética de la cultura, que suponía que el motor dinámico de ésta y del arte estaba en el caos, la fiesta, el carnaval, la carcajada, la corporalidad y el mito y el ritual. Que a su vez tenían afinidad a nivel profundo con el arte contemporáneo. Y para demostrar todo ello recurría, cajón de sastre, a retazos etnográficos de todo el planeta y cuanta teoría tenía a mano. El asunto es que llegó al Perú a escribir un libro en español quien sabe porque. Pero no hablaba castellano, y su inglés no se lo he escuchado ni a ninguna de las simpáticas changuitas de los restaurant de Little Tokio, en East 10th Street. Me tocó escuchar a Masao Yamaguchi en inglés, entenderlo como podía, traducir y redactar a maquinilla un manuscrito en español, que tengo guardado en una copia de wp4 que sólo lo reconocen las compus prehistóricas. Aprendí como nunca, pero no se exactamente qué cosa. Y se me prendió el hilo que pese a las divisiones y abismos violentos que dentro de poco dejarían miles de muertos en el país había una relación profunda entre las prácticas rituales, religiosas tradicionales y el arte moderno. Entre el querido y profundo ande y aquello que mal llamamos occidente, donde residía el arte de vanguardia que entonces creía(mos) totalmente lejano de la tradición indígena y popular.
Yendo al Valle Sagrado por Saqsayhuaman y Kenko uno sube y baja a Pisaq. En la subida y el tramo de bajada donde la quebrada se va ahondando rumbo al Vilcanota varias paredes incaicas trepan pequeños abismos colgadas en el tiempo y envueltas de musgo, pero siempre con un sentido de armonía e integración que verlas una y otra vez es algo hermoso. Preámbulo al valle que se abre al lado izquierdo y al frente de Pisaq con sus andenes trepando la ladera detrás del pueblo, como si remataran a pasos cortos un concierto de formas y niveles, de líneas curvadas y angulares, de trazos abstractos y harmónicos, de los inmensos andenes del lado izquierdo del pueblo. Contrapuntos entre lo pequeño y lo inmenso, entre peñas y pampas, tierras de secano y de riego, un margen de nevados y picos que albergan antiguas wakas y nuevos apus y el otro más curvado pero no menos hondo. Y va la carretera por el valle hasta casi cerrarse en la fortaleza de Ollantaytambo, donde los muros de tiempo están no sólo en la ciudadela y los andenes que van al río, a Phiri y a Patakancha, sino en el pueblo mismo. Pisaq y Ollantaytambo, las dos puertas del Valle Sagrado.
Si José María Arguedas dejó claro que estamos hechos de música, no es menos cierto que somos geografía, apego a la tierra, a los lugares nombrados, a la belleza permanente y cambiante de los andes. Y que al comunicarnos con ella mediante sonidos, nombres, pagos, invocaciones, memorias profundas, labranza y cultivo de lugares grandes y pequeños, lo que hacemos son actos poéticos.
Entrando la Yucay por la vuelta de Wayoqari camino a Urubamba, lo que se ve es una calle larga cruzada por varias transversales. Desde que la carretera dejó Pisaq no son tan visibles grandes andenes en ambos flancos del valle. Pero uno baja con el río recorriendo paisajes de maizales quebradinos, sembríos de frutilla, durazno, naranjas, bosques de molles, eucaliptos, salvajina, cabuyas y retamas. Que entonces habían a montones con su verde oscuro y sus gallitos amarillos, pero ahora, junto a las ranas, por un no tan misterio biológico y neoliberal, han desaparecido del valle. El pueblo corre paralelo al Vilcanota bordeado por la parte de atrás de unas ciénagas y acequias que lo recorren casi en su totalidad. Al fondo, casi la a salida a Urubamba florecen, quien sabe por cuanto tiempo, los gallos rojos de los pisonayes de las dos plazas del Pueblo. Las cruza la iglesia. Atrás, en el piemonte de dos cerros nobles y curvados hay una serie de grandes andenes incaicos regados por unas acequias que beben de una quebrada que cae perpendicular a la iglesia y las dos plazas. Más al fondo un nevado aparece marcar el final de una línea que pasa por la iglesia y se pierde en el Vilcanota pasando frente a la casa de los Lira. En su transcurso varias piedras inmensas que habían marchado en fila detuvieron su paso cuando el inca las dejó de arrear a la llegada de los españoles. Pero ciertas noches aun sale una yunta de oro desde la base de un inmenso árbol del andén Luqmayoq pata, que está en el mismo eje. Y mirando hacia el cerro Saywa, a la mano izquierda las casas de los gentiles se pegan a las peñas. Mas abajo la laguna de Anqas Qocha, dice está poblada de patos misteriosos y puede enfermar. Se conecta por vías subterráneas con las aguas de la laguna Yanaqocha, aquella que se enfurece cuando uno le tira piedritas, y desemboca en un bosquecillo de qeñuales en la cabecera de Wayoqari[3].
Cada lugar tiene un nombre y un orden. Una temporalidad y sus símbolos. Mucho tiempo separa Kañariyoq (nombrada en referencia a los Kañaris) de Tenería (nombrada en torno a un taller de tintes), y el nombre mismo del pueblo –Yucay como engaño- está en los albores de la historia. Como cuando el inca recalaba a pasar sus weekends, o como cuando Manko Inka partió al Cusco con la intención de partirle la madre a los españoles. La línea que va de la iglesia al nevado ordena los sentidos. Tengo al lado del escritorio todos los nombres y los croquis. Y los apuntes de las veces que he tratado de hablar de todo esto. Pero esta es una historia de unos escritos imposibles, y prefiero trabajar con la corta memoria.
El caso es que el saqra estructuralismo, el vanguardismo, los arrebatos prebajtinianos de Yamaguchi y el semestre andino me estaban fermentando más rápido maíz que blanco en chichería. Hablaba de ello con mi warmi, que llegada de Boston con su gran alegría estaba deslumbrada por todo y nuestro diálogo caía en el remolino de la mímesis, hasta que regresó a sus estudios y me quedé sapachallay kay mundupi, cantando acaso imaparaq urpi te habré conocido, aunque esos tiempos eran del Comunero de los Andes y la Rosa Blanca. Fue entonces que dejando de lado las fiestas, los chismes, los harawis de la jornada, y el cotorreo interminable con todo el mundo, un día, debajo del pisonay de la plaza de Sayri Tupaq- donde vivía su famoso tío - hablé con María, y le expliqué lo que estaba observando. Que a ambos bandos de esa línea había mitades, y que los nombres de los lugares seguían el patrón espacial de la complementariedad andina. Dibujé un croquis con los nombres que ya había recogido y empecé hacer rayas trazando las supuestas conexiones simbólicas de un lugar a otro. Nunca más volvimos a hablar del asunto. Creo que en ese momento pensé, con arrogancia limaca, que lo que le estaba presentando era far out, pero al cabo del tiempo sé que la cosa fue al revés. Que mi esquema era demasiado frío, conceptual, que fetichizaba los topónimos y los hacia significantes vacíos de juegos formulaicos y conmutacionales, como en efecto suele suceder cuando ciertos conceptos empiezan a tener vida propia y les vale madre su referente inicial. Además, en el caso de los nombres de los lugares en el valle y el ande, éstos evocan como símbolo, pero tienen un referente y campo especifico, un haz de imágenes poéticas que los hace único y distintivo. Sé por ejemplo que Trigo Orqo, Alma Samarina, y Wanchuni tienen imágenes especificas a la geografía de la imaginación asociada a mi Huaraqo de infancia. Y que del mismo modo para los yucavinos Kochawillka, Paraqay Pata, Marquesado, Anqas Qocha, Llawlli Moqo y otros no son sólo nombres. Cada lugar tiene un espíritu y una especifidad fenomenológica que a la distancia es potenciada por el recuerdo y en el lugar por el ritual, la fiesta, el ciclo agrícola… la cotidianeidad.
Mas allá de lo que pudo ser una incomunicación insalvable María demostró que si es importante el intercambio conceptual, lo es mucho más la inteligencia afectiva manifiesta en el lenguaje de la amistad, el humor, la generosidad y sobre todo la hospitalidad. Seguimos conversando en Yucay, en el Cusco, en Lima, y en el Phasyuk. Era de Yucay y venía de San Antonio de Abad, donde la antropología estaba más cercana a los procesos humano sociales, y a las dramáticas disyuntivas que a inicios de los ochenta se les presentaba a cualquiera que tuviera un poco de compromiso social: la política lo permeaba todo y su mandato tenía un manto religioso. Ya en otras ocasiones, bajo el pisonay o en un boliche frente al antiguo mercado del Cusco, pude ver que el pensamiento de María siempre estuvo centrado en la realidad, y en un largo trabajo en comunidades campesinas del sur andino.
Fuera del tiesto, la kallana, el fogón, el humo renegreando el cielo raso, y de los cututos paseándose por la cocina, el rollo estructural, su tentación algebraica de asociarse en formulas y teoremas tenía, en la antropología del momento, la tendencia a olvidarse del ser humano y social. Acaso la pregunta simple era: cuál es la relación de estas estructuras simbólicas y modelos bien armados con la historia y los conflictos sociales? Y cuál, incluso, con la cotidianeidad de cada lugar? No sé como habrá resuelto la antropología este rollo, pero sí que cuando la guerra civil puso serias dudas sobre la antropología estructural no faltó algún andinista que -al igual que un profesor de New England que saltó a la palestra dudando de Rigoberta Menchú- tuvo su cuarto de hora de fama criticando el modelo. Cual habrá sido su propuesta alternativa? Si hubo alguna no se oye padre. Lo que sí se oye, y bien claro, es el horror irresuelto, sin reparación alguna, de la guerra en el llano y en los que se quedaron, de uno y otro lado, bregando en el campo.
Había llegado a Yucay picado por los mismos dilemas que se discutían en el centro e incluso llevaron a muchos del Wony a reunirse en un proyecto llamado la Unión Libre, donde el problema de la vanguardia y el compromiso llevó a discusiones kilométricas y a chinganas insalvables. Sería el año 79 o el ochenta? Qonqaruni. Pero era claro que el maestro Juan Ramírez Ruiz -que ya había empezado a resolver el impase entre el estructuralismo, la revolución, el cambio social y el arte en Vida Perpetua- se oponía tajantemente a que el arte fuera regido por el partido, reivindicando, eso sí, su rol de vanguardia, de cambio, de salir del sistema. Era la ruptura o era nada.
Por mi parte, de una forma burda, tratando de compaginar la ilusión de lo tradicional con la de la vanguardia, apoyándome en las piedras que le hablaban al niño Ernesto y el paseo de Antonin Artaud en las tierras Tarahumara, terminé por escribir algo rarísimo: una mirada y teoría del arte y los procesos sociales a partir de una lectura de las relaciones estructurales de los topónimos de Yucay. Cosa de locos. Ima chuspi kaniwara. Sabrosa por su intensidad y por que cada palabra era un paso firme en el abismo, pero a la vez una tarea imposible. Escribí intensamente en Yucay, en la azotea del purito Rimac, en los nocturnos de Vermont y en Ithaca, pero no llegué a concretar sino un inconcluso mamotreto.
A veces cuando uno apunta a hanan llega más bien a las profundidades de urin, a momentos que en extremos de arbitrariedad del signo las palabras ya no significan nada y un terrible silencio de ruido y tristeza lo cubre todo. Es cuando el caos es fundante y la poética pesa e invita la otra margen. Y si uno retorna es que ya sin nombres, en estado de imagen pura, están los andes, los toros que pasean debajo de Kunturwachana, el viento de la puna silbando al borde de las lagunas, la cortina de nevados cayendo en picada al valle al frente de Maras, Tiobamba y Chinchero. Paqarinas.
Si en la plaza de abajo había vivido Sayri Tupaq y en la de arriba una ñusta, en Yucay no encontré ningún inca. Pero recogí una buena tanda de relatos. El que más recuerdo es la pelea del arpa y el violín en el cementerio que me contaron una noche cuando con los Cusihuallpa andábamos por la calle principal firmando nuestros nombres ispakustin. Una variante de ese cuento está al final de Avionchade Máximo Apaza de Pitumarca, en Valle Sagrado de Odi Gonzáles, y en las fugas favoritas de mi wayki Lino Pareja. Tiempos también en que resonaba el final de La rotondade Sonia Yasmina. Entonces entregué las libretas de campo y los casettes a una secretaria de Enrique Urbano en el Cusco, guardé mis borradores y dejé el valle, los andes, el Perú… ay sabe dios si volveré.
Luego de breves temporadas en Lima y Vermont, recalé en Ithaca donde traté de entender un poco más lo que había visto en Yucay leyendo Landscape of fear de Yi Fu Tuan, Poetics of Spacede Gaston Bachelard, y cuanta cosa pudiera encontrar en la seccion de new releases de la biblioteca de Cornell. Pero al final me fue ganando una vieja pasión por el príncipe de los cronistas y padre global de la vanguardia literaria: Wamán Poma. Cada genio es un vasto territorio que te puede atrapar toda la vida. Y es capaz de articular imanes que agarran carne a través del tiempo. Es la diferencia entre todas las sangres con la colonialidad del poder, y entre los Zorros y Rayuela, la Casa Verde, Palominose ha palomeado, ama Pantachataqa Pantaleonwan pantankichikchu. Entre la Nueva Corónicay la huachafería de curas, virreyes, tinterillos, escribanos y cronistas pampapi hispaq herederos del requerimiento. Salvo, eso sí, los comentarios del Inca Garcilaso. Desde que Billie Jean Isbell, primera unsung maestra, me regalara la copia fascimil de Rivet hasta ahora Wamán Poma ha sido guía. En Ithaca, Harlem, el Cusco, Lima y Bolivia. Solo y con queridos amigos. Tratando de imaginar su vida, su paso por la violencia colonial, y soñando entre varios llapallan musquy comunidad con un trabajoso guión, que al final terminó en un corto dirigido por Wilton Martínez, donde el autor camina y lo que se oye son sus propias palabras leídas por ñoqa en forma de poemas, como lo habíamos pensado con Julio Noriega, a partir de su inclusión como poeta en el Oxford Anthology of Latin American Poetry, de Cecilia Vicuña. Una tarde, en la feria de Tiobamba, escuché a un anciano rezando en quechua de modo conmovedor. En él creí ver a Wamán Poma implorando a la virgen Santa María Peña de Francia. O tal vez lo encarnaba más otro viejo que a la salida de Yucay nos hablaba con palabras crípticas. Pero sí era seguro que el Pitusiray y el Sahuasiray son casi idénticos en la Nueva Corónica y en Calca.
El parentesco de la escritura de Wamán Poma con la geografía del Valle Sagrado, Yucay y los andes no sólo está en estos y otros dibujos que a veces parecen retratar días actuales[4]. Está también en los patrones espaciales que rigen su escritura multilineal y sus dibujos. Si los primeros decenios de su reaparición ha sido difícil leerlo de una forma lineal, fueron necesarios sendos estudios multidisciplinarios para saber que su escritura es multilineal – de vanguardia- y que su imaginería se rige por patrones espaciales duales y complementarios. Es decir arriba/abajo; izquierda/derecha; masculino/ femenino chayna hinakuna. Categoría panandinas que permiten ordenar los topónimos de Yucay y casi todo pueblo del ande. Si los trabajos Rolena Adorno para entender el ordenamiento espacial en Wamán Poma; de Gary Urton y Anthony Aveni para la ethnoastronomía; los de Elayne Zorn sobre los tejidos; los de Billie Jean Isbell, Salvador Palomino y varios estudiosos para el dualismo andino, han hecho posible encarnar conceptos que hace poco he sindicado como vacíos, fueron necesarios desarrollos posteriores en el campo de la creación y reflexión teórica andina para comprender la relación profunda que la poética espacial de la escritura de Wamán Poma y los topónimos del ande tienen con el pensamiento y el arte de vanguardia. Tendría esto en mente Enrique Urbano al mandarme al campo a descifrar la poesía concreta de Yucay, y a otros asistentes la de Maras y Chinchero? Yachanipaschu.
Por mi parte, siguiendo la pauta de Salvador Palomino en su poco estudiado trabajo sobre Sarhua, donde hace una reflexión teórica y etnográfica sobre la dialéctica andina de complementariedad de opuestos que se resuelven en las mediaciones del chawpi, si mal no recuerdo, escribí un largo ensayo sobre Wamán Poma y el problema de la escritura usando como principios epistemológicos las categorías de hanan y urin acompañadas de ukun y hawan, de tal modo que, por ejemplo, la invasión e inversión colonial, el mundo el revés, se podía explicar por la usurpación del invasor de las posiciones ukun y hanan. Chayraykum hasta ahora el poblador originario, el runa de los andes, de la selva y costero es considerado como el “otro” en posición subalterna, huqnin o urin. La crítica y la praxis antihegemónica, de este paradigma colonial y racista tiene, en estos días pluriculturales de renacimiento andino y de pueblos originarios y afrodescendientes, muchos actores que no articulan como el otro sino en primera persona ñoqayku. Lo que vemos es una serie de horizontes contrahegemónicos en tinkuy y pallqa con el neoliberalismo y la globalización, trastocando incluso gracias a ella los tradicionales discursos y prácticas de dominación, racismo, explotación y discriminación. Justo en el momento en que se cumple el centenario de ese otro gran ukunmanta tukuy sonqunwan qellqapakuq: José María Arguedas. Maestro que recorriendo la geografía física y humana de los andes y el Perú nos ha dado lugares inolvidables: Lucanas, Abancay, Pichqachuri, Chimbote. Una metáfora siempre actual: Todas las Sangres. Y una dualidad espacial contradictoria, violenta, fértil y siempre presente: el zorro de arriba y el zorro de abajo. No estamos solos.
No recuerdo cuando archivé el manuscrito sobre la poética del espacio en Yucay, pero sí que se salvó de ser arrojado al tacho junto con otros borradores una noche en el College Avenue de Ithaca, luego que me tirara un rollo incomprensible sobre Derrida y Melville con un estudiante de literatura comparada de Cornell. Años después lo retomé y pasé parte de él a la computadora. Pero no terminé sino una parte. Porque acaso hay voces más claras y desarrollos recientes.
Volviendo a la relación entre la poética espacial y la vanguardia vale la pena mencionar sólo algunos casos de un inmenso torrente. Los primigenios poetas espaciales del ande son cantantes y músicos. No sólo cuando ofrendan a los dioses tutelares, sino cuando los lugares son aludidos, homenajeados y recordados por voces peregrinas que se conectan con el lugar de origen. Son los nombres de los pueblos y de sus campiñas los que se nombran junto al ser amado pasando a ser parte del objeto del afecto: Puquio, sus barrios, Caraybamba, Iscuchaka, Acomayo, Pisticuchi, Ocobamba, la lindura de Andahuaylas que es la de todo lugar que uno lleva dentro. En el mismo Yucay un tayta cura le canta a su plaza. Y niñachay de William Luna es la mujer andina intentando nuevas líneas melódicas, en contrapunto acaso con la ayacuchana, linda huamanguina, a ver si nos entrega su amor. Cuando mucho antes, un descendiente de Yucay, Miguel Flores, intenta unir el rock y el jazz con el sonido del ande. Y desde entonces la música es espacio fluido de confluencia entre la vanguardia y la tradición. La música y los tejidos. Los hilos y los colores. Los espacios en diálogo y la vestimenta como poesía concreta.
Ya en caminos de la kikin poesía destacan los libros de Odi Gonzáles presentando el valle en viñetas cinemáticas pobladas de personajes del mundo real e imaginario. Su poesía se desenvuelve en imágenes corales, de gran economía simbólica y precisión expresiva, que viajan entre el español, el quechua y últimamente, en traducciones al inglés. Un aspecto que vale la pena recalcar de la poesía de Odi Gonzáles, es que habla en primera persona, trastoca la diglosia y la hegemonía, fortaleciendo considerablemente el puente entre el lugar de emisión “tradicional” y la “modernidad”. Términos que se deben tomar con pinzas por que son más bien ficciones oficiales en bancarrota, y si existen es como ilustración del dualismo. Dicho en otras palabras, Odi Gonzáles rompe con la costumbre de hablar del andino como el “uqnin” y amplía la retórica de la alusión mítica, que la poesía del ande en quechua y en castellano tenía, y sigue teniendo[5]. Su sintaxis dinamiza la posicionalidad de la poética del espacio de los topónimos andinos, actualizando de un modo muy personal sus posibilidades permutacionales.
Desde un vertiente más ligada a la poesía de los setenta y como proyección radical de la poesía de ruptura, cuya arte poética es inaugurada en los manifiestos de Hora Zero y la teoría del poema integral, el maestro Juan Ramírez Ruiz publica al fines de los noventa Las Armas Molidas. En este extraordinario libro Juan Ramírez Ruiz sintetiza las pallqas y los tinkuys entre el arte y la política contándonos una historia del Perú desde el ukun colectivo que son los pueblos originarios del ande y la amazonía[6]. En diálogo constante y proyección hacia hanan, que es el nivel de humanidad plena que buscan los pueblos originarios. Este ambicioso proyecto lo que hace es superar definitivamente la lectura utopista (eurocéntrica, porsiancaso) de los andes introduciendo las categorías hanan, ukun urin chay hinakuna, como guías poéticas y epistemológicas de un derrotero único que aun no hemos entendido del todo. Plantea también una escritura alfagramática y amplía la teoría del libro, de tal modo que un éste puede ser un ceramio, un pallar, un tejido, un quipu, un relato Shipibo, Cocama chayna hinakuna.
Una vez ampliada la teoría del libro, se puede también expandir la teoría del texto poético, de su narrativa, incluyendo en ella no sólo la poética de los topónimos, de los rituales, de los relatos míticos, y de la música, pero también la de los sitios arqueológicos, como lo hace Jorge Eduardo Eielson con Puruchuco, o las lecturas recientes de Caral y las líneas de Nazca como escenario ritual.
Y en la vertiente amazónica, tras un paciente y entregado trabajo como experto en la problemática de la selva, como intelectual y creador orgánico de los pueblos amazónicos, el poeta y narrador Róger Rumrrill plantea en Arte, postmodernidad y el realismo mágico que:
“esta mirada al interior” de la naturaleza humana por parte del shamanismo, sin duda la llave maestra del de la sabiduría y el conocimiento de la cultura amazónica, nos revela y nos propone que toda mirada interior sobre el ARTE, LA POSTMODERNIDAD Y EL REALISMO MAGICO EN LA LITERATURA AMAZONICA pasa por un análisis previo y una reflexión comparativa entre el pensamiento mágico indígena y el pensamiento occidental que nos aportan las claves más precisas de la comprensión del arte amazónico. Por que la matriz del arte y la cultura amazónicas antiguas, modernas y postmodernas se fundan y se reproducen en la cosmovisión indígena”[7]
Si hay un lugar en el Perú donde los desafíos intelectuales de toda esta corriente kikin se va articulando en serios estudios es en la escuela de Ethnopoética de San Marcos donde Gonzalo Espino, Manuel Larrú, Mauro Mamani, Pablo Landeo, Yuli Tacas y otros que han puesto especial énfasis en estudiar las poéticas indígenas, populares y originarias usando categorías quechuas. Anunciando algo similar en la producción de los intelectuales de las naciones amazónicas que, junto con aymaras y quechuas de Puno, Huancavelica y Apurimac, son la frontera intelectual más creativa e interesante del momento[8]. Sin desmerecer, por supuesto la ebullente infinidad de poéticas y prácticas en contrapunto del actual dinamismo cultural en el Perú.
En el hemisferio norte resaltan las nuevas lecturas de los intelectuales y sujetos migrantes trasandinos subvirtiendo la diglosia desde los estudios culturales, la antropología, la lingüística y la creación misma. Resalta también el creciente interés por el quechua y las lenguas originarias. Y por su poesía y sus poéticas. Aquí cabe señalar la ya mencionada antología de poesía latinoamericana de Cecilia Vicuña en donde se ponen en el mismo lugar canónico que Paz y Lezama Lima poemas de Garcilazo, Wamán Poma, Gamaliel Churata, de poetas mapuches y quiches, chayna hinakuna. Pero también se presentan ceramios, restos arqueológicos y rituales como textos poéticos, al igual que en las Armas molidas. La misma poesía de Cecilia Vicuña explora la relación de la palabra con los tejidos, y ve ceqes y quipus como poemas. Su obra es una extensa y profunda reflexión y puesta en escena de una poesía muy actual que viene de muy antes. Además, cada performance de Cecilia es un acto ritual. La lectura los textos y de la introducción a esa antología – donde se usa la dualidad y complementariedad como criterios ordenadores- es imprescindible. Es también de urgencia el diálogo con los creadores y pensadores nativo americanos un poco al margen del activismo en torno las Naciones Unidas y el canibalismo cultural de las financieras del norte.
Todos estos desafíos hacen repensar muchas cosas. Que si bien no es posible hacer una teoría del arte a partir de los topónimos de Yucay, sí es posible ver en sus nombres un poema abierto, un juego permutacional de imágenes que se actualizan en diversa lecturas. Un modelo cognitivo y poético como lo había previsto Juan Ramírez en los poemas que se pueden escribir de diversos modos en Vida Perpetua. Es posible, y liberador pensar que la diglosia es remontable, y que un diálogo en igualdad de las partes puede ayudar en bregar más humanamente con la terrible y violenta superficialidad de la explotación, el racismo, el capital y la jerarquía.
Hablando de Uchpa Juan Zevallos anota que a algunos nos gusta lo más tradicional y lo más de vanguardia. Que lo originario y profundo es también fuente de la vanguardia es cierto desde los trazos de Caral, de la maloca como metáfora del mundo, el puma como el Cusco, los nombres de los andenes y la escritura de Wamán Poma y Pachacuti Yanqui. Algo de eso habría estado buscando Ginsberg al pasar por Lima en busca del Ayahuasca? Y más radical todavía, la poeta beatnick Jaminne Pommy Vega, pasando un año de reclusión en Taquile? Qué necesidad llevó al cubismo a aprender chawa chawa de las máscaras africanas y al parcial arequipeño Gaugin a Tahiti? En un delirio que nunca termina he tratado de responder el porque de la vanguardia literaria en Puno, sobre todo en Carlos Oquendo y Amat y sus poemas espaciales. Habrá tenido algo que ver en ello el desplazamiento de los topónimos –como en una página, pero no en blanco- de su natal Puno? No lo sé. Tampoco sé porque hemos perdido recientemente al poeta Ricardo Quesada que andaba entre el Blue Moon de Kentucky, el Desasakato y los apus de Jauja. Y antes al querido amigo y hermano Juan Ramírez Ruiz que acariciaba el mundo caminando en la carretera de Virú. Los modelos cognitivos y poéticos son sólo herramientas y no cubren todos los abismos de la condición humana. Pero tal vez pueda responder a tantas dudas cuando algún día siga con el viejo texto sobre la poética del espacio en Yucay.
Kearny, 13 de octubre, 2011
Bleecker Street, 22 de junio, 2012
[1]Vaya el agradecimiento a Julio Noriega y J. Carlos Olazabal por su paciente lectura corrección de este texto.
[2]A los que se suman incontables hermanas y hermanas de tantos lugares por donjde ha pasado este yanqa purikuq.
[3] La laguna de Yanaqocha tiene el mismo haz simbólico de Waranqayoq Qocha de Ancash estudiada por José Reynaldo Oviedo.
[4] Como se ve en la serie La Nueva Crónica del Perúeditada por Santiago Forns , y en Continuidad actual de los dibujos del Manuscrito “la Nueva Corónica y Buen Gobierno” de Felipe Guaman Poma de Ayala, entrega inédita de Christian Jaime Lazo con fotografías actuales que parecen imágenes de Waman Poma.
[5]Una aproximación a los motivos metafóricos de la poesía quechua ( y andina) se encuentra en el pionero y valioso libro de Julio Noriega: Escritura Quechua en el Perú. Facultad de Letras UNMSM. 2011
[6] Se pueden ver varios estudios sobre Las Armas Molidas enel libro virtual Ancash444: aproximaciones a Juan Ramírez Ruiz.
[7]Róger Rumrrill:Amazonia Peruana: la ultima renta estratégica del Perú en el siglo XXI o la tierra prometida.Lima 2008. pp 132-147
[8]En el Perú, vale recalcar el trabajo teórico de Javier Lajo a partir de la dualidad. En Colombia, Osvaldo Granda Paz, trabaja el sugerente artículo: Dualidad andina y carnaval: de la creacion oral a lo artístico. En: Comunicación desde la periferia: tradiciones orales frente a la globalizacion. Luz María Lepe y Ovaldo Granda Editores. 2006 Anthropos.
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