[Comparto el texto que leí en la presentación de Achecom checán / Agradable amor, conjunto de poemas escrito en lengua moche por Rosario Agüero Villanueva, que se realizó en el Instituto Raúl Porras Barrenechea de la UNMSM el pasado jueves 16 de febrero de 2023]
En realidad, queridos amigos, yo no entiendo del todo por qué los editores han tenido la ocurrencia de invitarme a presentar el poemario ACHECOM CHECÁN / AGRADABLE AMOR, de ROSARIO AGÜERO VILLANUEVA, habiendo en el auditorio lectores entrenados y mucho más agudos que podrían afrontar el reto con brillantez.
Debo confesar, asimismo, que yo no sé nada de la cultura moche, salvo lo que me enseñó la señorita Málaga, mi profesora de primero de Primaria, quien nos hacía calcar imágenes de huacos retratos o aves marinas en nuestros cuadernos. Ella hablaba de la cultura Moche con pasión, de las Huacas del Sol y de la Luna, de los dioses, mitos y leyendas que habían generado con fecunda imaginación la población originaria de la costa norte peruana. Siendo ella arequipeña, la profesora Málaga hablaba como si fuera mochera. Décadas después me enteré que su gran amor había sido un capellán de una pequeña parroquia a las afueras de Trujillo, a la sazón gran bailarín de marinera. Más tarde, ya en la universidad, nuestra maestra de Arte, Sara Acevedo, nos encandiló en una de sus clases hablando de la técnica que usaron los artistas moches para su arte, sobre todo del cuidadoso moldeado y estampado en la elaboración de la cerámica bícroma: rojo sobre crema. Pero más que eso, no sé. No obstante, aún recuerdo que en 4to. de Secundaria invité a una chica del colegio América a visitar el Museo Larco de Pueblo Libre, y cuando estuvimos frente a los huacos eróticos moche se escandalizó y me dijo: “Eres un pervertido. Me has traído acá para ver estas mañoserías en detalle”. Yo me puse rojo de vergüenza y solo atiné a decirle que se trataba de un arte didáctico para la élite moche, y que me parecía curioso escandalizarse por un asunto tan normal como cualquier acto humano. Pero debo confesar también que mi invitada no se movió de esas vitrinas. Se limitó a seguir caminando a mi lado. Entiendo que mi juvenil amiga se casaría, diez años después, con un capitán de artillería.
Pero volviendo al tema, he aceptado sin chistar presentar el libro. He aceptado pues aún tengo viva la imagen de la bella Charo caminando por el Patio de Letras de San Marcos, a fines de los años 70, acompañada acaso de alguna de sus hijitas, para asistir a sus clases universitarias. Bastaba ver el brillo de sus ojos para detectar de inmediato su carácter, su rapidez mental y su interés por temas de variada índole, no solo los pertinentes a las Ciencias Sociales, sino también a las Humanidades y las Artes en general.
Cuando a inicios de 1980, fundé la revista LA CASA DE CARTÓN con Óscar Limache y con la dinámica participación de Víctor Hugo Velázquez, Gilberto Alvarado y Juvenal Ramos, no dudé en publicar dos breves poemas de Rosario Agüero escritos en la desaparecida lengua muchik. Una lengua muerta o casi muerta y sin hablantes. Una lengua que la poeta resucitaba en base a inteligencia, perseverancia, cultura y, sobre todo, sensibilidad. Ángel Rama, frente a un óleo de van Gogh, se preguntaba ¿cómo hacer arte a partir de un par de botas viejas? Es obvio que una lengua muerta no es un par de botas viejas, pero la analogía que se desprende de la pregunta es otra interrogante ¿cómo crear poesía a partir de una lengua en desuso? Pues bien, los dos pequeños himnos que publicamos en 1980 escritos en moche por Charo es testimonio fino de la proeza lingüista que logró. Proeza donde se trasluce la creatividad e imaginación de la autora quien se apropia de una lengua para urdir la más delicada poesía. Es más, los versos que entreteje se emparentan con antigua tradiciones como los versos, por ejemplo, que el Inca Garcilaso de la Vega esparce y dosifica en la primera parte de los Comentarios Reales de los Incas, o con las tankas de la poesía tradicional japonesas o con los versos de la poesía china clásica.
Casualmente, esos dos pequeños textos que nos confió en 1980 para su divulgación fueron elaborados utilizando las listas léxicas recogidas en Eten y Trujillo por el antropólogo trujillano Víctor Antonio Rodríguez Suy Suy. Más tarde, con los años, para continuar con su proyecto lírico, ella se enriqueció con las recopilaciones lingüísticas hechas desde el siglo XVI por Fernando de la Carrera, o por estudiosos más cercanos como Middendorf, Brüning, Bastian o Rafael Larco. Pero los pequeños poemas que Rosario Agüero comenzó a elaborar desde 1974 tuvo su punto de partida en el estudio ALGUNAS PALABRAS Y FRASES MOCHICAS,, valiosísima publicación difundida en 1972 y editada por la Cooperativa Agraria de Producción Cartavio Ltda no. 39, Chiquitoy del ya mencionado Rodríguez Suy Suy. Es más, hasta ahora resuenan esos primeros versos que, con mano delicada, Charo elaboró y publicamos en la página 7 de la revista LA CASA DE CARTÓN:
Achecom checán,
Achecom checán,
Metantat tut ñetesápec,
Metantat tut ne hec,
Jarmensap, ñess …
Achecom checán.
Agradable amor,
Agradable amor,
Préstame tu elíxir,
Préstame tu manto,
Mentiroso, engañoso …
Agradable amor.
Siempre me pregunté de dónde le venía esa refinada sensibilidad a nuestra poeta-madre de familia, de dónde el formato breve de sus poemas, de dónde la musicalidad precisa de las palabras que suenan tan bien tanto en moche como en español. Y quizás las respuestas se encuentren en su formación escolar. Tanto Charo como sus compañeritas de la Gran Unidad Escolar “Mercedes Cabello de Carbonera”, entre las que se encontraba Alida Cordero, viuda de Julio Ramón Ribeyro, tuvieron la enorme suerte de contar con la formación de profesoras brillantes. Una de ellas fue la estupenda poeta Rosa Esther Allison quien les impartió depuradas clases de literatura castellana. Como maestra entrenada, Allison dio de beber sensibilidad, buen gusto, aprecio por la palabra precisa y la enunciación correcta a sus discípulas. De la mano de ella, estoy seguro, leyeron a Gonzalo de Berceo, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Góngora y Quevedo; no sin antes, saborear la prosa del Libro de los exemplos del Conde Lucanor o algún iluminado fragmento del Quijote de Cervantes.
Esta privilegiada formación inicial acaso se resuma en una oración que sintetiza bien el motivo del libro que presentamos hoy. La misma Charo lo expresa así: “El intento de escribir en moche solo se justifica por el profundo amor al admirable pueblo mochica”.
Deseo ahora detenerme en el libro como objeto de arte y cuyo soporte es Folcote 12 y papel avena 90 grs. En primer lugar, quiero resaltar el diseño. En efecto, la bellísima portada, ilustraciones y diagramación es obra de Elsa Herrera Quiñones, quien una vez más deslumbra con su inagotable talento. El universo cromático que elige dialoga armónicamente con la iconografía y el arte cerámico moche.
Por su parte, el libro se abre y se cierra con textos que acompañan el esfuerzo de la autora. En primer lugar, el poema “Muchik”, de Marco Martos, sirve de pórtico y feliz introducción donde la poesía celebra a la poesía y a “los frescos decires de los pobladores, / su manera de estar en las noches descansados, / su natural espera del amanecer”.
En segundo término, es de destacar la prosa celebratoria que firma la arqueóloga Ulla Holmquist, quien en un arrebato poético señala: “Al leer cada verso, nos vemos haciéndolo en las playas extensas, escuchando las voces del mar, acariciando su piel de día reflejando el potente Sol, o su manto de noche”.
Luego vienen los 47 bellos textos de Rosario Agüero Villanueva difundidos en generoso puntaje y estructurados en tres partes: 1) Much.eik / Tierra de dioses, compuesto de 10 poemas; 2) Checan / Amor, acaso la sección más amplia que reúne 20 poemas; y 3) Aepaec / Siempre, integrada por 17 textos líricos. El lector se percatará que ACHECOME CHECÁN / AGRADABLE AMOR lleva como subtítulo “Poemas mochicas” y se anuncia que estos han sido traducidos a la lengua de Cervantes y Shakespeare. Entendemos que la versión castellana se debe a la propia Charo, y la inglesa, por uno de sus nietos.
En las últimas páginas, Víctor Hugo Velázquez Cabrera nos regala “La fabla de las aves”, prosa que roza lo informativo, antropológico y lingüístico: “La poeta Rosario Agüero, en lecturas recurrentes y serenas de la fraseología muchik de Rodríguez Suy Suy y otros, ha hecho de ellas una Ars Magna (“Tabla de certezas”), pero de lógica no racional, sino emocional”.
Finalmente, el arquéolo Manuel Fernando Merino Jiménez ilustra al lector con acotaciones precisas: “la lengua muchik fue la única de pueblos a orillas del Pacífico que fue registrada y hablada hasta inicios del siglo XX”.
En fin, he pretendido estar a la altura de las circunstancias y lo único que he hecho es recordar a mi profesora de primero de Primaria, tan brillante e inteligente como la autora del poemario que hoy celebramos y aplaudimos.
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