Hace unas semanas tuve el honor de conocer al poeta quechua Isaac Soto Gamarra y disfrutar de una charla amena, gratificante y reveladora sobre la amistad, la poesía quechua y el runaq simin como una lengua que está más viva que nunca. Nuestro encuentro se ubicó entre los extramuros de la Plaza de Armas y en esa suerte de medina andina que ahora se ha convertido el Barrio de San Blas.
Por lo menos en el Cusco, la clásica tertulia nocturna debe estar acompañada de un te piteado y la nuestra no fue la excepción. Nuestro encuentro fue como normalmente lo hacen los viejos amigos que se ven después de mucho tiempo y necesitan secretearse información muchas veces inconfesable.
Isaac fue tan amable y me hizo el honor inmerecido de regalarme dos de sus poemarios más conocidos: P'atakiska (2022) y Sach'a (2024). Ambos los he leído de a pocos, en bocanadas circunstanciales y, terminada la lectura, puedo asegurar que están llenos de bellas imágenes del ande peruano. Los poemas son una suerte de bellas fotografías casuales (algunas a contraluz) que toma un viajante emocional en el recorrido de la vida. También se pueden leer (¿Escuchar?) como una rara especie de play list que todos alguna vez hemos recreado para antologar las canciones de nuestra vida. Esas que siempre van quedando en nuestro corazón. Quizá un comentario aparte merece ese quechua que habla desde sus versos, desde la montaña de la sabiduría del poeta y que nos recuerda que está más vital que nunca.
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