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Con los caidos en Bagua y con los pueblos amazonicos

Con los caídos en Bagua y con los pueblos Amazónicos No hay palabras que puedan devolver la vida, el derecho fundamental, a las decenas de ciudadanos awajun, wampis, y de las fuerzas policiales sacrificados inútilmente en la masacre de Bagua en pasado 5 de Junio. Pero hay palabras que matan. O que llevan a la muerte. Sobretodo cuando dilatan la resolución de un conflicto sobre el cual no hubo voluntad política en ningún momento. Habida cuenta que en su reclamo y que en la reciente Cumbre de los Pueblos Indígenas en Puno se apostaba por una cultura de la vida en contraposición a la cultura de la muerte escondida detrás del perro del hortelano. Se ha querido cortar de raíz a esta cultura de la vida, pensando que es un asunto reciente. Pero en verdad la cultura de la vida, expresada en la integración fundamental de los pueblos indígenas y amazónicos con la tierra que es símbolo del cosmos y fuente de abundancia, viene desde antes. Y viniendo desde antes defiende a la naturaleza, al pulmón del planeta, a la renta estratégica del Perú, a la dignidad de sus ciudadanos todos, pero sobre todo al derecho del hombre y mujer indígenas de ser respetado en su cultura, visión del mundo, y propiedad de tierras ancestrales. Ellos nunca le han hecho daño a nadie y más bien han estado postrados en el olvido y la pobreza. De ello toda la responsabilidad la tiene el actual gobierno. Su construcción desesperada de versiones que apelan al racismo para echar a la culpa a los awajun y wampis no tiene sentido. Sobre todo porque desde hace tiempo las palabras del gobierno han perdido toda credibilidad. Son simples serpentinas de un carnaval de significantes vacios. Son una burla. Hacen poco por esconder actos que lindan en el genocidio y son de un racismo intenso. Porque incluso los policías son de ancestros indígenas: carne de cañón para satanizar al prójimo y llamarlo salvaje. Rechazo la pulsión genocida, la cultura de la muerte, y el sacrificio fraticida. Rechazo también la incitación al genocidio y el racismo de diarios locales y de ventanas de discusión informática que hacen poco por filtrar los tentáculos de la alineación y la muerte en sus foros. Y espero que la justicia siga su curso sin intromisiones y de forma objetiva. No podemos caer en el desangre del los años de la guerra civil. Y no podemos repetir los momentos en que la gente era asesinada, desaparecida, vejada y encarcelada impunemente. Entre otras cosas porque entonces la prensa informaba tendenciosamente y porque las imágenes no viajaban tan rápido en el Internet. Son estas informaciones e imágenes las que han despertado la solidaridad de mucha gente de todas las tendencias humanas y políticas. En ellas se puede ver la esperanza de un país que empieza a borrar las huellas del racismo y reconocer al hermano amazónico como su prójimo, como su igual. Pero hay mucho que recorrer y mientras sigue la persecución, el encubrimiento y la satanización del movimiento indígena y sus justos reclamos hay quines quieren pescar en río revuelto y ganar personal y políticamente. Esa no es una actitud ética y en el fondo reproduce el mismo racismo que se dice combatir. Por eso es que los habituales articuladores de opinión y política cultural y social deben dejar el escenario central y ayudar a que las dirigencias indígenas marquen la pauta en camino a la derogatoria definitiva de los decretos antiamazónicos. Ellos tienen la palabra de la vida. Los demás debemos acompañarlos humana y solidariamente.