Con motivo de la segunda edicion de Donde manco el arbol de la espada y el arcoiris, Hawansuyo publica un pequeno homenaje a Chacho que aparecera en el primer numero de la revista Sol de ciegos
Chacho en los andes
Fredy Roncalla
Desde que recibiera un caluroso homenaje por el décimo aniversario de su partida he querido escribir algo sobre el popular Chacho. Aquella noche abundaron variados homenajes y si algo quedo claro del poeta de Cotahuasi fue su capacidad de convocatoria, de conservarse cercano sus amigos, que recordaban sus versos y su alma libre y bohemia con relatos que partir del humor hacían mas cercano nuestro poeta.
Hace días que ando en el Cusco vagando en las calles y visitando el Valle Sagrado y recién empiezo esta nota. No he pasado aun por la piedra de los doce ángulos, pero fue Chacho quien me recordaría que al inicio de los Ríos profundos las piedras hablan. Lo dijo con esa voz grave y sonora que impresiono a Ricardo Gonzales Vigil cuando lleve a Chacho a una clase de literatura de la Católica. Eran tiempos en que la gran huelga magisterial marcaría el inicio del fin de la dictadura militar y cuando aparecieron, para ser celebradas por todo el mundo, las cinco razones puras para apoyar la huelga. Un gran poema que ha trascendido toda coyuntura y es quizás la única razón por la cual Kant escribió su monumental cúmulo de disparates: prestarle el titulo al primer poema coyuntural de Cesáreo Martínez.
Conocer a Chacho, su poesía, sus amigos, fueron para mi una gran puerta, un gran aprendizaje, no solo de la poesía, sino de la amistad y el arte mayor de la bohemia, de la cual Chacho era el qollana cotahuasino. Desde que lo conocí gracias a Guillermo Falconi saber que Chacho era de Cotahuasi me unió inmediatamente el. Mi padre, a quien había dejado de ver a los doce watas y al que no vi nunca mas, era de Cotahuasi, y acercarme a Chacho y a todo cotahuasino era remontar una gran ausencia. Por eso, las palabras en homenaje a su padre de Manuel Agustín en la apertura de Sol de Ciegos y leídas por Gloria Cáceres en el homenaje me conmueven doblemente. Pero más que una figura paterna Chacho era el hermano mayor de muchos llaqtamasis andinos en la ciudad, que con su sueños y lucha diaria alimentaban los tiempos épicos y poéticos de la emergencia popular y migrante de fines de los setenta.
Algo que no cubrieron en la casona fue el lado andino de Chacho. En principio era un gran guitarrista, cuando se animaba. Dicen por ahí que enseñó a tocar al maestro Angulo. Tuve la suerte de escucharlo tocar varias veces. Lo poquísimo que se del re sostenido lo he aprendido de Chacho en la azotea del purito Rimac, cuando el cantaba impecable:
Hawankichu rikunkichu
Guardi civilta
Estado pachachallanwan
Runa waqchiqta
Hawachkanim rikuchkanim
Guardia civilta
Runa waqachiqta
Estado pachachallanwan
tetera umanta
En esos tiempo de cantatas populares se nos metió la idea de participar en un concierto con una variante de Río de Apurimac de los Chankas: “akakaw, akakaw ahora que no hay carne, puro hueso somos”, pero los ensayos no llegaron a nada, y cuando la organizadora del evento, alguien adicta a la inescuchable nueva canción, le pregunto por el color de su voz, Chacho dijo que era azul, el color de la “la vida es la unica realidad azul que nos cautiva”
La poesía que se conoce de Chacho esta casi toda en español, pero su trasfondo es popular y andino. Hay una corriente crítica que postula que se puede hablar de una poesía quechua escrita en castellano, imaynaraq chayqa. Pero aun falta conocer si ha habido en la escritura de Chacho versos en quechua. Tal vez ese espacio lo cubrieron sus canciones, o algunos de los trabajos que hizo como traductor, si mal no recuerdo, a un gordito francés. Por mi parte hay de la mano de Chacho en la traducción que hice del poema El río de Javier Heraud, que publicanos en 1977, y en la que el poeta ayudo pacientemente a un traductor primerizo. No solo en cuestiones puntuales sino en el ritmo y la cadencia, que eran partes integrales del poeta de Cotahuasi y de quien no tuvo miedo de morir entre pájaros y árboles. Escribir estas líneas es reparar la falta de no haber mencionado a Chacho en las publicaciones de la traducción del Río al quechua, qonqalis kasqani. Pero al mismo tiempo, por esas vueltas que da el tiempo, no me parece nada raro que Gloria Cáceres, viuda de Chacho sea poeta, narradora y traductora quechua.
Aquí en el valle estoy visitando a mis waykis de Yucay luego de haber visto a mis panis en el Cusco. Tomamos unas pocas chelas y mucho de recuerdo de cuando nos conocimos hace unas treinta watas. Aun recuerdan algunos versos de “albaca planta macetitay…. Warma weqeymi qarpakusqay” que cantábamos entonces. Esa era una canción que Chacho solía repetir y que ha llegado a través del tiempo a la memoria musical del Valle Sagrado. Así como la literatura y amistad del poeta llega y perdura en los ayllus populares de la ciudad letrada y musical de la urbe.
El calor humano, la amistad, y la voz andina que subyace a sus textos es lo que tengo siempre presente en Chacho, sobre todo cuando regreso a Huachipa y se que al frente, en Campo Fe, el y otros amigos y familiares nos observan haqay chimpamanta.
Cusco, 10 de febrero 1012
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