Un viejo articulo que tiene resonancias en la intelectualidad trasgenica del momento, tiempo despues que el zapatismo dejara de ser un factor de peso en Mexico.
LA RARA PAZ DE OCTAVIO PAZ
“Tuve Miedo/ Y regresé de
la locura/ Porque mis ojos/
eran un botón más/ de mi/ camisa de fuerza” . (1)
No quiero empezar esta nota sin solidarizarme con los hermanos de Chiapas, a quienes les toca ahora un doloroso destino compartido con otras naciones indias del continente. Aparecida la guerrilla, a causa de seguras condiciones de pobreza, maltrato y explotación, el indio y el pobre vuelven a ser la carne de cañón necesaria cada vez que la “modernidad” los saca de las márgenes del “olvido” para ponerlos en escenario central de los acontecimientos políticos. Las atrocidades contra la población civil van perfilando la otra cara de la paz institucional de los últimos 65 años del PRI: un orden que se fundamenta en base a la represión, y que no sé si tendrá cabida para un tratamiento “humanista” del conflicto, como lo hubiese querido el viejo poeta Octavio Paz.
Ya que de poetas se trata, esta coyuntura me permite hablar sobre el derrotero del arte de vanguardia del siglo veinte. Parecería banal tocar el tema en este contexto, pero tiene sentido en cuanto responde al Artículo “El Nudo de Chiapas”, publicado por Octavio Paz en el Diario la Prensa de Nueva York, el viernes 7 de enero de 1994. Tiene sentido también para empezar a tomarle el pulso a la intelectualidad “latinoamericana”, porque de ella dependen muchas razones de poder.
En el artículo mencionado la pluma fulgurante del autor de Piedra de Sol, Laberinto de la Soledad y El Arco y la Lira, ha dejado de
brillar, y muestra una prosa cansada y anodina: el poeta ha perdido su capacidad de disidencia, y su verbo fundante es parte del discurso oficial. Para Paz, la modernidad a la que los chiapanecos han llegado tarde es la de la estabilidad de la bolsa, la de la buena imagen internacional y la de la implementación del tratado del libre comercio. Según él, los zapatistas están dañando todo esto irresponsablemente. Los de su dirigencia no son indios porque proceden de la ciudad (2) , sus ideas vienen del gran naufragio de las ideologías revolucionarias del siglo veinte, y básicamente están condenadas al fracaso. Cada una de estas aseveraciones toca una tema que debería debatirse más a fondo y no quedar en el tendencioso camino de las medias verdades, como sucede con el concepto “modernidad”, a la cual siempre se alude frente a la otredad del indio y no por sí mismo -porque, precisamente, es un espejismo-. Pero es doloroso leer esto de manos de alguien que para los setentistas -aquellos que en su temprana madurez tienen en sus manos los espacios profesionales, políticos, culturales y artísticos del subcontinente-, fue parte esencial del arte de vanguardia, de aquel horizonte utópico eurocentrista que en sus mejores momentos trató de juntar la libertad con la revolución, y que tenía como premisa la ruptura con el orden burgués. En él, la flecha libertaria disparada por el arco del lenguaje poético ha vuelto al centro sin cuestionarlo. Pareciera decir que el nuevo lugar del poeta está en la defensa de la modernidad transnacional y en el abandono de la imagen del poeta maldito, romántico o de vanguardia. El poeta vuelve a ser cortesano: va junto al rey o se cree el rey.
Tal vez no está mal dejar de lado las complacencias egoístas del romanticismo y las vanguardias que, dicho sea de paso, nunca estuvieron muy lejos de estéticas francamente opresivas, como en el caso del filofacista futurismo italiano y del realismo socialista. Tal vez se trata de establecer nuevas relaciones entre el intelectual y la comunidad. Pero insisto en que el proceso de Paz es doloroso, porque una
mirada mínima nos lleva a reconocer que en su derrotero están representados, no sólo elementos francamente conservadores y medianamente creativos como Vargas Llosa, Padilla, o Cabrera Infante, sino que también están incluidos quienes aun tienen alguna margen izquierda en el corazón. Confrontados con las cerrazones partidarias, con el colapso de muchos de nuestros modelos teóricos, con la caída del bloque soviético, con el violentismo de la otra “modernidad” marxista ortodoxa, apuntamos a refugiarnos en las zonas sagradas del intelecto: en el universo del orden, de la modernidad, del confort y varios otros engaños de la actual democracia y nuevo orden mundial. Atrás han quedado los años de fragor activista y creativo que, parecían llevarnos a cambios profundos, hace unos veinte años. Todo parece apuntar al triunfo definitivo del sistema; que suele alimentarse hasta de la energía de sus mayores enemigos.
Sin embargo, si uno observa con mayor cautela las tormentas imprevistas, las votaciones inesperadas, la recurrencia de los nacionalismos como punto crítico del estado moderno, y los súbitos estallidos de las márgenes que de pronto hacen tambalear la placidez del centro y sus bolsas de valores, veremos que esas zonas de seguridad no son tales. La aparición de un ejército guerrillero indígena en México ha roto muchos esquemas y, mientras las intelectualidades oficiales de izquierda y derecha buscan las explicaciones, esta situación estimula el surgimiento de un nuevo pensar indígena, que no necesariamente tiene que regirse por los patrones eurocéntricos del latinoamericanismo. Y si algo queda de los antiguos bríos del compromiso fundamental del arte y la intelectualidad actual, está en darle una respuesta a la siguiente disyuntiva: o apuntamos al centro y sus discursos oficiales, y dejamos que el aliento de la libertad se disipe y nos deje vacíos o, aun insistimos en las otras márgenes, pero sabiendo que el discurso del partido, de sus jerarquías y su reproducción del estado y la censura, son la cara alterna del orden: forman parte de su identidad. Solo así queda la posibilidad de cumplir con las necesidades populares y con el designio de mucha gente entregada, que ahora mismo, a nivel mundial, ha quedado enfrascada en la duda y la confusión.
Si es necesario protestar por la violencia contra los hermanos de Chiapas, de Colombia o de los andes, también es necesario contrarrestar la violencia de la duda, la confusión, el aislamiento, el despecho y las trampas del poder en los intelectuales. A veces sus opiniones suelen ser decisivas y necesitan claridad, porque de ellas pueden depender muchas vidas. Y en este punto pienso que hay un deslinde muy importante con Paz: solía ver con los ojos de poeta profético del romanticismo y la vanguardia, pero ahora se niega a hacerlo. Se niega a enfrentar las paradojas de la creación y la intelectualidad luego de la crisis de los discursos totalizantes. La suya es una unión de contrarios que no es la del amor ni la de la exaltación. Ha obedecido a las leyes y como premio lo castraron después. El mismo lo anunció premonitoriamente al escribir Piedra de Sol, un memorable poema: “Déjame ser tu puta/ son las palabras de Eloísa/ mas él obedeció a las leyes/ y se casó con ella/ como premio lo castraron después”. ¿Hay alguna relación entre la situación de Paz y el desarrollo actual de la vanguardia? Pese a sus disputas con el realismo socialista, la vanguardia, y en especial el surrealismo -del cual Paz es testigo y parte-, tiene una etapa inicial en la que el rescate del nivel onírico, espontáneo, caótico, corporal e imaginario se muestran con una marcada distancia del orden oficial burgués. Esto le da a la vanguardia una afinidad inmediata con el programa revolucionario de las izquierdas, y por ello no es extraño ver que muchos artistas unan el arte con el activismo abierto.
Pero esta conjunción no habría de durar mucho. Solo basta darle una rápida ojeada al mundo de la propaganda y los videos musicales para ver que los aportes visuales del surrealismo han sido asumidos por el capitalismo, que tiene una gran capacidad dinámica de absorción. Por su parte, Paz; que siempre fue teórico y visionario, fue uno de los primeros en ver un malestar en las estructuras organizativas y cognitivas de la izquierda: le sorprendía su carácter estático y mecánico que, en última instancia le parecían opresivos. Son varios sus libros y artículos que insisten sobre el tema mucho antes que, a partir del postmodernismo y la
crítica del discurso, gran parte de los setentistas se alejara de la ortodoxia del partido y sus sistemas cognitivos. Hasta aquí creo que el valor de Paz es rescatable y rebasa la mediocridad teórica de sus seguidores, que tratan de esconder sus limitaciones con alusiones animistas a una “modernidad” que vendría a limpiarnos del “atraso” de las “utopías arcaicas”. Sin embargo, de plantear la necesaria crítica a las izquierdas a dar un apoyo decidido al sistema hay mucha distancia, no sólo desde el punto de vista político sino desde la dialéctica de la creación: la vuelta al orden oficial requiere a su vez de una vuelta al caos, la marginalidad, al elemento dinámico de la creación. Requiere de una sabiduría mayor, precisamente por que en la actual modernidad todos los espacios son violentos y opresivos, y la única diferencia es que en el centro la violencia se llama democracia, y en las márgenes se llama batallar político o abandono del estado. En todos los casos quienes pagan los platos rotos son los de siempre: los indios y los pobres.
Uno podría esperar que el haber recorrido todo el espectro de la creación y sido testigo privilegiado del proceso del arte moderno, hubiese llevado a Paz a seguir buscando una respuesta alterna a la crisis de la modernidad, pero no sabemos qué canto de sirena lo haya regresado a playas seguras. Y creo que en esto radica el fracaso, y la soterrada amargura del poeta mayor: no haber estado a la altura de su destino y haberse quedado con la complacencia del orden oficial.
Muchos de nosotros participamos de su encrucijada, pero no creo que los antiguos fuegos se hayan quemado del todo. Una muestra de ello está en la sorprendente aparición de una guerrilla indígena cuando ya parecía sellarse el nuevo orden económico bajo la preeminencia del neoliberalismo. Si sus respuestas no caen en la ritualización innecesaria de la violencia, habrá que aprender mucho de ella. La otra muestra la darán quienes, dentro del quehacer intelectual y artístico tradicional, puedan vislumbrar una realidad alterna a la violencia de
las márgenes izquierda y derecha de la modernidad. La realidad es dinámica, suele insistir un amigo, cada vez que los medios de comunicación quieren darnos la imagen de que las coyunturas son espacios
acabados. En este dinamismo, que a veces suele darse como caos, se gestarán las respuestas, a mediano y a largo plazo, a las violentas encrucijadas de nuestro tiempo.
Sólo queda esperar, que las soluciones planteadas sean humanistas y que no sacrifiquen ni a los pobres ni a los indios. De la historia prehispánica de México se insiste mucho en los sacrificios humanos de los Aztecas. De haber existido estos sacrificios, son de una magnitud muy pequeña comparados con sacrificio humano que ha significado la implantación de la modernidad eurocéntrica en América. Ello quiere decir que hay que repensar la modernidad sin engaños. A pocos años del milenio, la dureza del ejército mexicano, significa que la modernidad sigue sacrificando a los pobres, a los indios, a los rebeldes y a los inocentes. Los viejos poetas, el gobierno, la guerrilla y los pobladores de Chiapas empiezan a tomar posición en el futuro incierto que le queda a México. Muchos de los setentistas apostaremos a tientas por el pueblo y los indios que en la mayoría de los casos somos nosotros mismos. Apostaremos a tientas, pero nos falta aun la zona de claridad que viene de los momentos de caos creativo.
Harlem, 10 de enero de 1994
(1) Carlos Oquendo y Amat
(2) Un racismo soterrado no permite concebir lo indígena dentro del espacio urbano, como si al entrar en él uno mudara automáticamente sus rasgos de identidad tanto culturales como biológicos. El mismo racismo pone al campo como lugar fijo del indígena. Se trata casi de un apartheid conceptual que en el Perú muestra a la mutación enmascarada en el proceso de acriollamiento.