SOBRE LA ENFERMEDAD Y LA CURACION EN EL PERU
“The physician heals, nature makes well”
-Proverbio de chifa.
La llegada epidémica del cólera en momentos de profunda crisis estructural en el Perú, puede caer fácilmente en los cánones de un lenguaje apocalíptico, esa parte del discurso cristiano, cuyo énfasis en lo mórbido es parte de su recurso de captación espiritual: si el fin del mundo está cerca, el único camino posible es la salvación divina. Sin embargo, no queda claro hasta qué punto este mismo lenguaje puede haber contribuido, a través de su rol en la destrucción del cuerpo físico y espiritual de los andes, a la formación de una tediosa retórica donde la enfermedad, los remedios y la curación se necesitan mutuamente. Si en el plano concreto la epidemia del cólera llama la atención sobre la pobreza y decadencia de nuestra infraestructura sanitaria; sobre una incómoda circulación de la polución -la mierda o la basura- en todos los circuitos sociales; sobre el trasfondo histórico que hace posible la crisis que la anida y; sobre la rápida creación de “gente sucia” , los pobres, como chivos expiatorios a los que se les puede culpar su propagación; ello no quiere decir que debamos descuidar algunos aspectos psicosociales cercanos a ella. Empecemos con una simple constatación axial: algo del peruano consiste en ser una farmacia y un herbolario andante que, ante la presencia de cualquier enfermedad, puede recomendar los más diversos remedios, que se pueden comprar fácilmente en la farmacia o en los mercados. Esto delata una profunda fascinación por la enfermedad. No sabemos de dónde viene ello. Pero sí sabemos que esta fascinación puede ser expresión de un cuadro depresivo generalizado, que coloca al cuerpo psicosomático en una posición ambigua: espera la enfermedad con la misma intensidad con que la rechaza. Así, el cólera, pese a lo terrible de su existencia, o precisamente por eso, podría ser la plasmación real de una ansiedad autodestructiva muy profunda, que ya se puede ver en otras esferas de nuestra actividad social, política y cultural. La intensidad con que nosotros buscamos los remedios, no solo beneficia a las brutales transnacionales de los medicamentos, sino también los cubre con un aire de mistificación. En lo referente a las hierbas, estas se mistifican solo fuera de contexto: son parte de una tradición de curación milenaria, desde los herboleros Callahuayas hasta los trepanadores Paracas. En el caso de las medicinas occidentales o científicas, especialmente los antibióticos, se ha desarrollado una profunda mistificación: el antibiótico lo cura todo. Vender, aplicar y recibir inyecciones es un modo de vida. La inyección es un líquido vital que supuestamente trasciende las enfermedades rechazadas y buscadas. ¿Pero hasta qué punto la mistificación de las inyecciones no tiene un efecto contrario y autodestructivo? Un uso abierto y no cientificista de la ciencia médica revela que la sobresaturación de los antibióticos en el cuerpo humano destruye la flora intestinal, las entrañas mismas, y afecta, en última instancia, las defensas del organismo. El círculo vicioso: la pobreza, la falta de una buena infraestructura sanitaria, un cuadro depresivo en general, la fascinación por la enfermedad y el mal uso/abuso fetichista de los antibióticos y el poder mágico de la medicina occidental, crean un habitat altamente propicio no sólo para las epidemias sino también para todo tipo de enfermedades. Pero el círculo no está cerrado. Si todo peruano es una farmacia andante, ello quiere decir que junto al ser obsesionado por las enfermedades, vive un ser que tiende a curar. Todos estamos dispuestos a recuperar la sanidad perdida . Por eso la gravedad de la epidemia no se ha traducido en una tasa generalizada de muerte y por eso, los circuitos de ayuda y de reciprocidad se movilizan en ayuda del prójimo, como no pasa en países en donde la indiferencia humana otrifica a los afectados por epidemias como el SIDA. Esta movilización solidaria es parte de nuestra curación, como lo es la comprensión no mistificada, real, cósmica y entrañable de la medicina tradicional y la medicina occidental.
Brooklyn, 21 de marzo de 1991
“The physician heals, nature makes well”
-Proverbio de chifa.
La llegada epidémica del cólera en momentos de profunda crisis estructural en el Perú, puede caer fácilmente en los cánones de un lenguaje apocalíptico, esa parte del discurso cristiano, cuyo énfasis en lo mórbido es parte de su recurso de captación espiritual: si el fin del mundo está cerca, el único camino posible es la salvación divina. Sin embargo, no queda claro hasta qué punto este mismo lenguaje puede haber contribuido, a través de su rol en la destrucción del cuerpo físico y espiritual de los andes, a la formación de una tediosa retórica donde la enfermedad, los remedios y la curación se necesitan mutuamente. Si en el plano concreto la epidemia del cólera llama la atención sobre la pobreza y decadencia de nuestra infraestructura sanitaria; sobre una incómoda circulación de la polución -la mierda o la basura- en todos los circuitos sociales; sobre el trasfondo histórico que hace posible la crisis que la anida y; sobre la rápida creación de “gente sucia” , los pobres, como chivos expiatorios a los que se les puede culpar su propagación; ello no quiere decir que debamos descuidar algunos aspectos psicosociales cercanos a ella. Empecemos con una simple constatación axial: algo del peruano consiste en ser una farmacia y un herbolario andante que, ante la presencia de cualquier enfermedad, puede recomendar los más diversos remedios, que se pueden comprar fácilmente en la farmacia o en los mercados. Esto delata una profunda fascinación por la enfermedad. No sabemos de dónde viene ello. Pero sí sabemos que esta fascinación puede ser expresión de un cuadro depresivo generalizado, que coloca al cuerpo psicosomático en una posición ambigua: espera la enfermedad con la misma intensidad con que la rechaza. Así, el cólera, pese a lo terrible de su existencia, o precisamente por eso, podría ser la plasmación real de una ansiedad autodestructiva muy profunda, que ya se puede ver en otras esferas de nuestra actividad social, política y cultural. La intensidad con que nosotros buscamos los remedios, no solo beneficia a las brutales transnacionales de los medicamentos, sino también los cubre con un aire de mistificación. En lo referente a las hierbas, estas se mistifican solo fuera de contexto: son parte de una tradición de curación milenaria, desde los herboleros Callahuayas hasta los trepanadores Paracas. En el caso de las medicinas occidentales o científicas, especialmente los antibióticos, se ha desarrollado una profunda mistificación: el antibiótico lo cura todo. Vender, aplicar y recibir inyecciones es un modo de vida. La inyección es un líquido vital que supuestamente trasciende las enfermedades rechazadas y buscadas. ¿Pero hasta qué punto la mistificación de las inyecciones no tiene un efecto contrario y autodestructivo? Un uso abierto y no cientificista de la ciencia médica revela que la sobresaturación de los antibióticos en el cuerpo humano destruye la flora intestinal, las entrañas mismas, y afecta, en última instancia, las defensas del organismo. El círculo vicioso: la pobreza, la falta de una buena infraestructura sanitaria, un cuadro depresivo en general, la fascinación por la enfermedad y el mal uso/abuso fetichista de los antibióticos y el poder mágico de la medicina occidental, crean un habitat altamente propicio no sólo para las epidemias sino también para todo tipo de enfermedades. Pero el círculo no está cerrado. Si todo peruano es una farmacia andante, ello quiere decir que junto al ser obsesionado por las enfermedades, vive un ser que tiende a curar. Todos estamos dispuestos a recuperar la sanidad perdida . Por eso la gravedad de la epidemia no se ha traducido en una tasa generalizada de muerte y por eso, los circuitos de ayuda y de reciprocidad se movilizan en ayuda del prójimo, como no pasa en países en donde la indiferencia humana otrifica a los afectados por epidemias como el SIDA. Esta movilización solidaria es parte de nuestra curación, como lo es la comprensión no mistificada, real, cósmica y entrañable de la medicina tradicional y la medicina occidental.
Brooklyn, 21 de marzo de 1991
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