Fredy Roncalla (diario de musica)
Ya dejaron de aullar los perros del costado y se oyen claros los sonidos de la calle: carros y carrandangas, un niño que pasa, alguien tocando la puerta del vecino, un par de cuculíes. Una mosca poco literaria remplaza los avioncitos nocturnos de los zancudos. Y la radio. Estridente e incomprensible, floreciendo en el horror vacui. Hora del desayuno. Salvo el café, que por más selvático y pasado por media de señora jamás llegara a las alturas del Bustelo, el desayuno, su abundancia, es una de las razones por las que mi madre hace tiempo ascendió al rango de matriarca: reina de su nido, alimentado y protegiendo pollos de todas las edades. Mesa de quesos de Canta, Junín, Mala, Tarma y Puno. Charqui de Shorey, tierra de perros hambrientos, más arriba de Santiago de Chuco, de junco y capulí, donde la tía sube de cuando en cuando a matar sus carneros.Tamales de mi hermana, envoltura de panca con ají colorado y aceitunas del sur. Manjar que le permitió vivir lo peor de la dictadura y que une a los pueblos del maíz, llegando hasta las flea markets del Lower East Side, donde los mejicanos van dejando su huella imborrable y civilizadora en el paladar. Pan integral. Galletas. Papa huamantanga, huayro, de Tarma, papa Mariana, que acaba de inventar hace poco una señora de Chinchero, papa de Andahuaylas, donde están las mejores del Perú, pero no valen mas que un real el quintal, y en donde lo lacerante de la miseria acaba a de llevar a unos cuantos rebeldes, nuevamente, a un caro y doloroso absurdo. Qapchi con qachu cebolla, huevo pasado, quesillo y limones que ojalá vengan de Tambo Grande, pueblo que tuvo la fuerza y sabiduría de tirarle una patada en el culo a una mina de oro. Tías, tíos, primos, amigos, niños, visitas, telefonazos. Amplio calor humano que no se encuentra en el vasto silencio, la tierra baldía, el purun páramo del norte, en donde la palabra es apenas engaño, ruido, cáscara, bullicioso silencio. El gusto de tener al crio mayor disipa de a pocos las arrugas de mi madre y ya sabemos que la sobremesa durará hasta entrada la tarde, iniciando el entramado de historias cuyas palabras reales, chi, escucho atentamente. Hay un cierto heroísmo en como se mantiene la humanidad en una ciudad que ha convertido la precariedad física y económica en algo ontológico. Lonchecito ligero, para no cargar el estómago entrando ya la noche. Mas tarde habrá otra serenata por el cumpleaños de mi vieja. Desempolvamos la vieja Yamaha con que con Cacho quisimos participar en un festival dominado por los sonidos descuadrados de Tiempo Nuevo. Tiempo antiguo en que la vanguardia le hacía un favor al folklore acercándosele, pero metiéndole unos armónicos de poca madre. Pobre Mujer Andina tocada al estilo Kilapayún, a donde habrá ido a parar con polleras cortadas por sastre desastre. Y eso que las ancashinas se manejan unos trajes de palla ya no ya. La tía carga una tristeza incontable, pero le gusta cantar sus huaynos cuando llego. Huayno llaqta y comuncha. La menor, donde sale casi todo. No terminamos ninguna canción porque son pedazos que se van zurciendo y juntando con otros, esperando que el calor del ambiente haga que la memoria saque flores de los matorrales del olvido. No siempre sucede. Mucha champa y tierra eriaza. Mundo donde solemos esconder sonidos. Pero me gusta escuchar a los viejos. La tía se emociona y se manda aukimarkamantan uraykamuchkani waskilla cargantin ischuca paltantin que solía cantar con Lolo, anónimo compositor de huaynos, pasodobles, valses con su toque de pasillo y huk caruchatam rantikurqani la paradapi musuqchallata. Cantan acelerados, fuera de ritmo y tiempo, chawachalla, pero tienen unos quiebres y cadencias que tocan el bobo. Su voz viene de antiguo y antecede al refinamiento de la industria disquera. Fuente. Su voz viene de antiguo y es emocional, triste y alegre, mensajera del tiempo en un presente que los muestra después de varias vidas en el campo, en las pequeñas ciudades del ande, y en los diferentes mundos de la urbe. Sonido mantra equilibrante. Viejos entrañables, cercanos, familiares. Viejos que conocemos en el trasfondo de la visita a los amigos. Anónimos. Viejos conocidos por todos. Como Máximo Damián, que en un CD se manda un par de huaynos de voz pastosa, alta, de gran ritmo y cadencia. En el mismo lugar que Isabel Asto, su esposa, gran cantante. Canto llaqta que remonta el tiempo. Voz suspendida en el espacio, alta y controlada, bordeando lo sublime, de los viejitos del Trío Yanahuara. Un puñado de canciones acompañadas por el bajo discreto de Raúl García Zarate, que cuando se escuchan la belleza fluye a borbotones entre la voz, el chillador arequipeño y los requintos de la guitarra. La voz de aguardiente del mendigo ciego del Cuzco con unas sincopaciones impredecibles en el arpa. La gran lloqlla, torrente, viento íntegro de Jaime Guardia, que viene aumentando desde el tiempo de la Lira Pausina. El asombroso canto de Poncho Negro, aire de trickster parecido al Indio Mayta, que viene de algún lugar de Huanuco, donde los bajos del huayno se tocan con trombón y tienden a la disonancia, y marca historia con las invasiones del cerro San Cosme y San Pedro, con cuarenta camiones de policías yendo a capturarlo, dando en la década de los cincuentas los primeros trazos de lo que seria una mega ciudad de caos, invasiones, y precariedad, pero con el mambo de Machahuay, precursor, al igual que el jilguero del Huascarán y su roc rock rocandolay, de la mixtura de la música andina con la del caribe y el rock. Visionarios pues, papitoy, aunque un chorro de periodistas miopes e ignorantes acabe de hacerle un reportaje en televisión a Poncho Negro, que casi a los cien años vive su autenticidad en una cueva de San Pedro, presentándolo como un personaje pisótico y descarriado oriundo de Huacho. Olvidan acaso que el hombre y la Madeleine Argot, Miss Universo de tiempos ha, eran panas, pero que él no dejó que la fama lo sacara de las cumbres de San Cosme en busca de la riqueza, el poder político, o el fácil salto a la pequeña burguesía, como suele suceder con muchos de nuestros viles congresistas. Lealtad al entorno compartida con el gran chingón de la pintura, Víctor Humareda, cuyo único viaje fue desde Puno al Hotel Lima, en la Parada. Entrada la noche el asunto es hacer que la vieja se duerma y hablar de otras cosas. Tiempo de enterarse que los cotahuasinos aparecían en Chalhuanca con sus caballos y mulas buscando lana y ganado y terminaban casándose. Errantes y peregrinos antes que los Errantes, haciéndose de casas y terrenos. Más notorios que los aymaras y sicuaneños que llegaron con quepis de ekeko y llanque, con el charango y la mandolina de Puno y las provincias altas del Cusco, para luego, pacientemente, quedarse con los mejores negocios, no sin antes dejar su huella en Los Aymarinos, Sol Andino de Pachaconas, Los Amautas y en los Proletarios, famosos no tanto por su música como por la personalidad del Taytacha, rey de la jarana de la bohemia Canchuhuilca, donde había estado la segunda plaza de toros del país. Chaynas. Aymaraes, tierra quechua aymara, como dice Guamán Poma, otora peregrino, horadada por el abandono y la violencia. Quebradas moribundas por relaves mineros, mucho antes que la Southern pretenda ir a las punas de Soraya a destruirlo todo. Llegada la serenata nos mandamos santuyuqmi niwachakaptin tankar kichakachallay a medias, con guitarra desafinada, y con estas son las mañanitas tocada en la menor, al estilo huayno, como si siguiera vivo don Artemio, que solía cantar la comparsita como muliza de su natal Huancayo. Acto civilizador. Vienen los vinos dulcetes de Mala y Chincha y todo el mundo a tirar jato.
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