La Tierra está sedienta: sacrificios humanos contemporáneos en el Peru. Gonzalo Valderrama Escalante
La tierra esta sedienta: sacrificios humanos contemporáneos en Perú
Antrop. Gonzalo Valderrama Escalante
Las avalanchas de lodo que estos días arrasan con viviendas y campos de cultivo no pueden cubrir las más de 60 víctimas mortales que se cuentan como resultado del clima de convulsión social, que asoló el país hasta que el ciclón Yacu, y el anuncio de un niño costero pusieron en segundo plano el pliego de reclamos del sur. La exigencia de la salida del presidente, el cierre del congreso, la convocatoria a un nuevo proceso electoral y la convocatoria a una asamblea constituyente.
El ruido político, el caos y el desorden parecieran haber dado paso a una discusión acerca de las previsiones ante un temporal que se anuncia malo. Pero, las demandas sociales de un amplio sector de la población nacional siguen sin atención (entre las cuales están la atención integral al sector agropecuario y una gestión responsable del medio ambiente frente al cambio climático), y las protestas solo están paralizadas. Los congresistas en particular niegan sistemáticamente poner en discusión el adelanto de elecciones. Tanto para la clase política indiferente como para la ciudadanía indignada, esta cantidad de víctimas fatales no significa mucho, es decir, son sacrificios humanos cuyo número podría incrementarse, hasta el absurdo. Ambas posiciones traslucen una lógica perversa. La idea que las víctimas humanas que se producen contribuyen a solucionar los problemas de fondo, como símbolos máximos del malestar social. Ya sea que se les considere héroes de la lucha por la democracia o símbolos de la insania de los sectores extremistas. Sus muertes son necesarias. Se trata de un supuesto anclado en los principios atávicos del sacrificio humano, como rito religioso para invocar el favor de los dioses. La esfera de lo sagrado en el mundo moderno y globalizado es ocupada por diversas ideas, donde los principios de libertad, justicia o democracia, justifican el sacrificio de vidas humanas, bajo la forma que fuere, sean guerras, o protestas. En muchas culturas y a lo largo de la historia el sacrificio humano ha existido, como un gesto simbólico extremo.
En 2019 un equipo de arqueólogos publicó el resultado de sus investigaciones en la costa norte del Perú, se trata de un sacrificio humano grupal de 260 niños, entre los 8 y 14 años, ocurrido alrededor de los años 1400 – 1450 d.C. durante un evento del fenómeno del Niño, entre las tumbas se han hallado huellas de llamas en barro solidificado. La arqueología dice que se trata del mayor holocausto de niños registrado por la arqueología a nivel mundial, solo superado por un sacrificio en Mesoamérica alrededor del siglo XIII. Las notas que reseñan la presentación de los resultados señalan los sentimientos de conmiseración que despierta el hallazgo, pero también el de horror al imaginar la masacre que debió ser aquella ofrenda. Que nos resulte inimaginable es solo un decir, porque bien que somos testigos, e incluso participes de sacrificios humanos contemporáneos, como lo son todas las víctimas en estas protestas sociales, y en todas las marchas de protesta ocurridas en las últimas dos décadas, donde resalta tristemente Bagua. En dichas marchas participa la gente a sabiendas del riesgo real de salir malherido o muerto incluso, sobre todo en las protestas entre comunidades campesinas e indígenas contra proyectos extractivos. Los lideres políticos, de opinión, también normalizan ese riesgo y la ocurrencia de desgracias, al advertir de su posible ocurrencia, algunos otros, menos sutiles, hablan directamente de los muertos que habrá si tal o cual cosa no se cumple.
En un ritual macabro se anuncian las protestas, se dan fuertes represalias, se cuentan los muertos caídos en tales jornadas, y se vuelve a hacer un repaso de las demandas sociales, de las medidas concretas e inmediatas. Como un marco cultural de referencia para el hecho de aceptar sacrificios humanos en la época contemporánea, tenemos a los ukukus que suben al nevado de Qoyllorit`i, los guerreros en la batalla tradicional del Chiaraje, los toreros espontáneos que participan de las corridas de toro de los pueblos andinos, donde el sacrificador es siempre el toro, y el sacrificado a veces el torero. Estas fiestas y rituales tradicionales implican riesgo de muerte para sus participantes, puede ser mínimo pero existe, o incluso ser muy elevado. Los peregrinos a las cumbres nevadas pueden morir desbarrancados, los guerreros del Chiriaje pueden resultar heridos de gravedad por los proyectiles de las hondas, o los participantes en las corridas embestidos por un toro misito. Cuando sucede una muerte es considerada una ofrenda a la Pachamama. No se busca ni se quiere, pero tampoco rehúye. Son sacrificios que se aceptan. Si pensamos que se tratan de prácticas tradicionales de pueblos subsumidos en épocas pasadas, veamos a los jóvenes rusos o ucranianos que van a la guerra, los cuales no distan mucho de estos ejemplos. En el mundo moderno subsiste la idea del sacrificio humano.
Pero no podemos proyectar esta lógica al ejercicio de la política nacional y pensar que a más víctimas se logrará un mayor cambio. Desde el exterior se denuncia que la grave crisis de derechos humanos que atraviesa el país se agrava por el racismo contra la población indígena, es un problema estructural e histórico. Es posible que nos estemos equivocando todos, y que la renuncia de Dina Boluarte como gesto concreto para calmar las aguas sea también la exigencia de un sacrificio humano simbólico. La presidencia no debiera ser un fusible, y no debiéramos exigir que ruede la cabeza del presidente, ni siquiera del ente simbólico, sino de la persona misma, a quien se quiere ver destruida, presa de por vida en una mazmorra. En esencia porque representa a la Nación, a todos y cada uno de los ciudadanos de este país. En la historia de la antigüedad clásica esta el caso del ritual del rey sustituto en Mesopotamia, en el cual se elegia a una persona cualquiera como gobernante sustituto, y pasaba a ser tratado como el mismo rey, sin embargo, carecía de poder real, y su investidura era transitoria, solo con fines de atraer para sí los males y la enfermedad y librar de ellos al verdadero rey. Durante un tiempo dicha persona era tratada con toda la pompa del cargo, para luego ser sacrificada. En lo que va del siglo cada presidente, del país, de las regiones, han sido considerados y a su vez han actuado como reyes sustitutos. El escenario de ingobernabilidad de estos últimos años solo muestra de manera acendrada un problema general que se da en los gobiernos regionales y locales. Alcaldes, gobernadores regionales y presidentes se han portado como reyes bufos, peseteros tomando ventaja del cargo antes de caminar al patíbulo, y terminar perseguidos o en prisión. Sobre todo, los congresistas actúan como si pertenecieran a la corte temporal de un rey sustituto pronto a ser sacrificado, en un teatro ritual en el cual se escenifica el poder y se asiste a los banquetes, pero no se gobierna para el pueblo. El país parecer haber entrado en un tiempo liminar, que exige holocaustos. En todo nivel, desde los simbólicos, a los sacrificios concretos.
Debemos confesarnos todos como grandes idólatras, así como pensamos que las montañas nevadas viven y conversan entre ellas, diciendo: es hora que bajemos, y arrasemos todo, depositamos nuestras esperanzas en sacrificios humanos. El país entero se asemeja estos días a los lugares malditos en las carreteras donde ocurren desgracias de vez en cuando, y a veces se producen malas rachas, de accidentes consecutivos. Cuando eso pasa es común decir “es hora de hacer un pago, la tierra está pidiendo”. Los huaycos en la costa norte del país reflejan y también incuban un peligroso descontento. Encima pareciera que la clase política, como sacerdotes del Ai Apaec, hace votos para una nueva oleada de muertes. No contentos con ignorar a los fallecidos en las ultimas protestas, ciertos sectores exigen también perturbar la memoria de otros difuntos, y echar sobre ellos el mismo manto de invisibilidad usado para tapar las demandas sociales.
Volvamos. Repítase kuti, kuti, kuti. Recordemos que cada vida es valiosa, que no debería tolerarse ni una sola pérdida. Detengamos todos esta locura, de esperar sacrificios y exigir cabezas. Es preciso concentrar los esfuerzos en concretar mesas de diálogo, con representantes que tengan un mínimo de legitimidad, y así encaminar el próximo proceso electoral, pero con cambios que aseguren una adecuada representación política.
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