Aun no recuperados de la perdida del gran escritor y mejor ser humano Feliciano Padilla, Titicaca y Pachachaca, cumbre y quebrada de la literatura peruana, Zein Zorrilla comparte el prologo de Aquí están los Montesinos. Buen viaje querido hermano. Te acompañamos con una leve canción.
“Aquí están los Montesinos“
de Feliciano Padilla
(A modo de homenaje y "avio" a la partida de un Gran Narrador)
Uno de los territorios menos conocidos y explorados del Perú es aquel quechua de Cotabambas. Entre los ríos Apurímac y Pachachaca se extienden cientos de kilómetros de punas y despeñaderos que preñados de oro, cobre y plata albergaron desde siempre a la gente más exótica y menos conocida del muestrario peruano. Omasuyos, qotaneras y yanawaras, señores de esos reinos bravíos, soportaron las sucesivas acometidas chankas hasta caer finalmente bajo la dominación inca. Tierra de pumas, cóndores y achanqairas, begonias silvestres tan bellas como las cantutas incas, y toponimias tan exóticas e indescifrables aún para los quechuahablantes: Qoyllurki, Palqaro, Curasco… ¿Qué quieren decir? ¿A qué lengua matriz se deben? Esas tierras acogieron a españoles deseosos de instalarse lejos de los ajetreos del Cusco y más lejos de las conspiraciones de Huamanga. En esta tierra propicia al bandolerismo y la ganadería cerril florecieron los Montesinos del Apurímac, y nació Feliciano Padilla, el novelista que los inmortaliza hoy.
Que, enmarcado por esos territorios, muera emboscado un diputado capitalino de la República abatido por naturales suena trágico, aunque no necesariamente novelesco. Pero si el diputado es hijo de un héroe de Angamos y detentó el cargo por doce años sin haber pisado nunca Cotabambas -y aun así pretende reelegirse desplazando a postulantes nativos-, tenemos ya una historia cargada de tensión. Y si la historia la desarrollan ricos ganaderos, fieles capataces y peones indígenas relegados a sus frías comunidades, tenemos una tempestuosa maqueta social de lo que fue el Perú en la primera centuria de vida republicana.
Los Montesinos conforman la élite regional de Cotabambas, “caciques provincianos” en la desdeñosa tipificación de los historiadores limeños. Vive esta clase del ganado vacuno que se multiplica allá donde puede; de cultivos de caña que alimentan destilerías la mayoría de veces clandestinas; del desempeño de una prefectura o una alcaldía en la remota Abancay, por los años novecientos más remota aún. El sustrato indígena de esta sociedad lo conforman indios comuneros, yanaconas de hacienda y mestizos libres que ganan su pan confeccionando botas, sombreros del más variado estilo y los ponchos rojos que distinguen a los grauinos. Otros mestizos de instrucción incipiente, pero de suma astucia, conforman los capataces y guardianes del ganado de las haciendas: Jinetes de carabina en mano que cabalgan bajo lluvias o tempestades para reunir el ganado -propio o ajeno- y conducirlo a los mercados del sur. Son los ejecutores de la voluntad patronal, la encarnación viva de la furia de los vientos y el estruendo de las tormentas. Los poblados que contemplan su paso, poseen minúsculas y primorosas iglesias, testimonios pétreos de los ajetreos catequizadores que impregnaron estas tierras a la llegada de los españoles. Los guardias civiles, y sus comisarías verde pacae, recuerdan al forastero que este retazo de tierra, aparentemente olvidado desde los días de su Creación, es también parte de la República Peruana.
En este escenario se yergue el cuartel general de Ollabamba, antigua hacienda de Aurelio Montesinos que aloja a trescientos jinetes armados bajo órdenes de Alancho, Chucho y Aulico, hijos de Aurelio. La trama de la novela se origina en el justo deseo de Santiago Montesinos, hombre culto y afrancesado, por asumir la diputación de Cotabambas. En la lucha por ese honor, ya detentado por su hermano Aurelio en el gobierno de Piérola, se enfrenta a las maquinaciones del excluidor centralismo limeño encarnado esta vez en Rafael Grau. Enterado que Rafael visitará la provincia que representa sin conocerla, decide emboscarlo, detenerlo y arrancarle una renuncia firmada a sus pretensiones. Ambos planes colisionan y se diluyen en un crimen. Rafael Grau termina muerto, y los Montesinos convertidos en criminales fuera de la ley, perseguidos hasta su destrucción total por el obstinado capitán Guzmán Marquina. Órdenes de captura en Lima, casas saqueadas en el Cusco y dispersión de los Montesinos en las haciendas interandinas son episodios sucesivos. A fin de financiar su defensa y dejar en alto el honor de la provincia, los Montesinos imponen cupos a los hacendados de la vecindad y desencadenan quince años de pólvora y sangre derramada en Kurpawasi, Siusa, Taqata y Curasco. Lapso suficiente para conocer la historia de la saga Montesinos. Alejandrino, bisabuelo de los Alanchos, vocal de la corte superior del Cusco y congresista vitalicio de Cotabambas nombrado por el mismo Simón Bolívar; el abuelo Rufino Alejandrino, tenaz luchador contra el centralismo, gestor de la creación del departamento y compadre de Manuel Pardo. Ejercía la prefectura de Abancay cuando un atentado lo decidió a mudarse a su hacienda Qoyllurki y gobernar desde allá. Finalmente murió a manos de José del Carmen Gonzáles, vencedor de David Samanez Ocampo en la toma de Abancay. Por esos inexplicables azares de la fortuna se convertiría con los años en el abuelo materno de los Alanchos.
Pero la novela de Feliciano nos emociona a la vez que nos entera. La muerte, de Alancho en brazos de Griselda; de Wawa Sonqo a manos de Cirilo Sotomayor; de Andresito emboscado en Siusa en casa de su amante. Nos emocionan la pasión de los jinetes en su loco deseo de anular las distancias para vengar agravios, y sus amores arriesgados que florecen al amparo de sus atentos fusiles. Una emboscada final al último de los Montesinos resuelve la trama e instala la calma en el reino de los qotaneras, yanawaras y wakachutas, al menos hasta el día de hoy.
La provincia en disputa fue finalmente bautizada como “Grau”, en honor al emboscado de Palqaro, pero como castigo a los cotabambinos. Los Montesinos se instalaron en el santuario de los héroes que lucharon por la descentralización y el respeto a la voluntad de sus regiones. Los grauinos los recuerdan con reverencia. Lucharon por la dignidad de peones, capataces y hacendados; por el derecho de los pueblos a gobernarse a sí mismos. Y nosotros los lectores culminamos la lectura de esta novela única en la narrativa andina, joya de la novela peruana con emoción intensa. Extraña por prescindir de los prejuicios temáticos que abusan hasta la esterilidad de la novela andina. No hay en ella una queja, ni un lamento, ni siquiera la sensación del desamparo; solo la jolgoriosa afirmación de la vida que hincha las venas cuando la impele una ilusión, la misma que nos anima a galopar por Tambobamba, Curasco, Haquira y Kurpawasi, bramando como los buenos: ¡Aquí están los Montesinos!
PRÓLOGO de Zein Zorrilla.
Lima, octubre del 2019
Comentarios
Publicar un comentario
No se permiten comentarios anonimos, incendiarios, agresivos, despectivos, degradantes ni ad hominem de ningun tipo. Se requieren comentarios bien pensados. Las discrepancias deben ser debidamente sustentadas y no basarse en generalizaciones. Hawansuyo no trata de convencer a nadie de nada y estamos seguros que nos equivocamos a cada rato.