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Kello Kelloptani de Feliciano Padilla. Fredy Amílcar Roncalla Fernández

A la memoria de Feliciano Padilla, y de todos los hermanos, seres queridos y amigos que nos acaban de dejar, se publica esta nota que cierra el numero 6 de Cuadernos Urgentes dedicado a la obra del querido narrador puneno apurimeno.




 Kello Kelloptani de Feliciano Padilla

 

Fredy Amílcar Roncalla Fernández

Hawansuyo

 

 

Debo empezar con un sentido homenaje a nuestro hermano mayor luego de su reciente partida a Hanaq Pacha. Que ese viaje le sea propicio. Si algo se puede decir de un escritor que ha calado en las corrientes profundas de la historia y cultura de su pueblo es que siembra frutos que afloran luego de  tiempo. Es el caso del relato “Amarillito amarillando” del libro  Calicanto  (1999).  Si bien he leído con entusiasmo  Aquí están los montesinos (2006), la Bahía(2010), Pakasqa takiyniykuna (2009), y varias reseñas  sobre  literatura y autores andinos, un incidente  de aquel libro de narraciones apurimeñas, me ha quedado rondando por mucho tiempo. El narrador, su hermanito, y  los niños de Abancay son afectados por un enfermedad que los torna amarillos.  El color  cubre  casi todo, incluso el paisaje. Pero  el hermanito es el más afectado. En momentos de fiebre intensa empieza a desvariar en quechua y castellano y luego hablar una lengua que nadie conoce. Varios ensayan la posibilidades que este idioma “desconocido en el mundo” sea  alemán,  japonés, chino o sanscrito. Pero he aquí que  cuando Rosascha se asoma al recinto entabla amena conversación con el enfermo. La joven es de Puno y el idioma en cuestión es el Aymara.  Días después el joven, tras un “arrebato de la cabeza  que expulsa el entendimiento para volverse oscuridad, o… arrebato que te pone en contacto con otros entendimientos”  el niño adquiere  fuerza descomunal y destroza todo. La historia sigue hasta que  es curado por un cura que al sacarle la enfermedad  en una pugna de alaridos e insultos le arranca dos dedos y se los lleva de recuerdo.

 

Si bien la crítica se ha ocupado justamente de valorar el trabajo de  Feliciano Padilla, me parece ha pasado por alto, acaso sintomáticamente,  que aquí el Aymara sea considerado una lengua extraña e irreconocible. Pero el significado de este “evento” rebasa lo textual y estrictamente literario. Como  apurimeño y amigo de los estudios literarios ensayaré algunas rutas de lectura desde lo que genérica y difusamente llamo poéticas andinas.

 

Si hay algo que mueve estas poéticas es el apego a la  tierra y el origen, la separación, y el retorno en búsqueda de la participación cósmica  original que nunca se ha perdido, no importa  cuan cerca o lejos se esté.   Feliciano Padilla nació en Lima, pasó su infancia en Abancay, y  se asentó  en Puno hasta su reciente final. Ha sido reconocido como escritor puneño. Y publica  los memorables  cuentos de Calicantoluego de  retornar a la ciudad  de su infancia, antes recorrida por José María Arguedas, Manuel Robles Alarcón y Federico Latorre Ormaechea. Como apurimeños estos relatos nos reflejan  profundamente. Y en ese sentido cabe preguntarse ¿qué significa que una lengua originaria, antes hablada en una región que históricamente fue territorio Quichua Aymara, y donde hay una provincia que se llama Aymaraes, no sea reconocida, y  vista como mas exótica que el alemán y el sánscrito?

 

De hecho, el valle del Pachacha y sus afluentes  en Abancay, Aymaraes y Antabamba es un antiguo territorio Quechua/ Aymara. Las primeras noticias de ello nos la da el padre de la literatura peruana, Wamán Poma, al referirse repetidamente a  los quichua/aymarais como una unidad  distinta de los Lucanas, Soras, y sobre todo Qollas, sobre los cuales, valgan verdades, no pensaba lo mejor. Pero anterior a la página, esta presencia es ya cifrada en  la poética del espacio de las toponimias, que acusan nombres en Quechua, Aymara e incluso Puquina en toda la región. Los estudios lingüísticos  sostienen que   bajo la influencia Wari  toda la zona era de habla aymara, idioma que iría perdiendo territorio al quechua y el castellano.  Pruebas tangibles de asentamientos aymaras en la zona las han dado recientemente los estudios arqueológicos de Pieter Van Dalen en las andenerías  de Caraybamba y varios asentamientos en las nacientes del Pachachaca. Pero para entender mejor  la organización de la nación Quichua / Aymara en las actuales provincias de Antabamba, Aymaraes y Abancay, uno tiene que recurrir a Las primeras mitas deAymaraes al servicio de las minas de Castroverreyna(2012)de los profesores chalhuanquinos  Venancio  Alcides Estacio  Tamayo y Ángel Maldonado Pimentel. En este libro, que es el menor tratado de historia peruana de las últimas décadas,  hay un estudio detallado de la organización social y espacial Quichua  Aymara a la que debían recurrir el encomendero y los caciques  para satisfacer las demandas de la mita. Según comunicación en línea de Roberto Aguilar, Roberto Ojeda Escalante,  Niel Palomino y Nivardo Córdova  el Proto Aymara llega  desde las sierra de Lima  hasta Apurímac y el Cusco para luego recalar en la zona del lago, donde se hablaba el Aru y el Pukina. Roberto Aguilar sostiene también  que al pasar por Aymaraes  y darse cuanta que en el altiplano se hablaba la misma lengua, los curas   nombraron como Aymara la zona del altiplano.  Sea como fuere, se podría decir que en el siglo veinte no quedan en Apurímac  comunidades Aymara hablantes. Y que la diglosia mayor se da entre el castellano y el quechua, que hasta hace poco le era prohibido aprender a los niños de las elites provincianas. 

 

Es notorio el paralelo entre el desplazamiento de las lenguas y el autor. Feliciano Padilla nace en Lima, pasa su infancia en el Abancay de sus padres y se asienta en Puno,  desde donde retorna para escribir CalicantoAquí están los Montesinos. De paso nos recuerda una extraña alteridad: que el  Aymara sea considerada una lengua que no se habla en ninguna marte del mundo en un territorio Quichua/Aymara. Es mas, por lo menos hasta la década de los cincuenta y setenta, los aymaras, que recorrían los poblados con sus qepis llenos de tintes, espejos cuentas y remedios, eran vistos como advenedizos  y con marcado desdén por las elites provincianas, incluso cuando paulatinamente se hicieron, como en varias partes del país, de varios negocios. Una historia de estos procesos de migración, discriminación y reacomodos económicos en gran parte del país es aun pendiente. 

 

Pero lo que  aquí importa son varios puntos: (1) Que la alta fiebre del niño lo lleva a desvariar en quechua y castellano en  una inicial zona liminal  de la conciencia y el delirio, para luego  hablar un idioma  almacenado en las capas más  arquetípicas de la memoria. (2)  Desde donde  puede comunicarse libre y alegremente con una muchacha aymara, que si bien ocupa  la posición social más baja,   es la única capaz de  revelar el misterio  con el que no habían podido  sabiondos y curas.  (3) El encuentro con la joven mediadora propicia  una etapa más virulenta en el niño, cuyo mal debe ser exorcizado por un cura en medio de gritos e insultos. (4) Una vez vuelta la calma y  borrado el color amarillo de los cuerpos y el paisaje el niño pasa un largo periodo tras el cual resulta ser el curandero que cuenta la historia a un asustado paciente.

 

No sabemos la procedencia de esta enfermedad amarilla -probablemente hepatitis- que recuerda las peste que va subiendo a Abancay en Los ríos profundos. Pero el nombre dice mucho. Por un lado alude    a la famosa canción Flor de retamade Ricardo Doloriel, en donde el amarillo  contrapesa la violencia de los Sinchis,  y por otro recuerda una canción del  acervo popular:Amarillito amarillando. Este otro wayno intercala  estrofas  en quechua en español un tanto contradictorias.  Si la canción inicia  con lamento fatalista “amarillito amarillando /por qué pues te estás amarillando// como yo no me amarillo/ a pesar de sufrir tanto”   luego celebra “wasichaykiman asuykamuptiy/ allqochakiwan kanichiwanki // camachaykiman asuykamuptiy/ supichaykita muskichiwanki”. Es decir estamos frente a una ambigüedad fructífera que, como todo wayno, refleja los vaivenes existenciales de la vida en los andes.

 

Si en el relato el amarillo cubre todo, la enfermedad es una vía  por la que el niño, tras la mediación de la joven sirvienta,  se convertirá en curandero luego de su lucha  con el cura. Esta brega viene desde cuando estos personajes  veían demonios por todas partes  y  el cura Albornóz reclutó a Wamán Poma para perseguir los ritos curativos del mal llamado Taki Onqoy. Si no es posible y recomendable conocer con la “razón científica” o la teología cristiana cómo es que adquieren poderes  curanderos, layqas  y apukamayoqs que abundan en los andes y todo el territorio nacional,   en este relato el autor ha enraizado el conocido realismo  mágico de la literatura con el realismo cósmico de la tradición oral,  tal como lo hace el General Navala de  Nilo Tomaylla, la Abuela Evarista de Hugo Carrillo y el Piki Escobar de Federico La torre Ormaechea, para mencionar algunos. Eso sin contar con Huambar, que hace tiempo ha salido de  la literatura y anima la palabra y escritura híbrida, chapu chapu en la literatura, y del cual se rumorea ser  inventor de Borges en una noche  de trago y cañazo en Ocobamba. Volviendo al punto, es necesario  recalcar que aquí la ambigüedad del amarillo es un camino  por espacios liminales  y de muerte que algunos elegidos deben pasar, como lo hace el altomisayoq Tayta Ciprian Puthuri en las Alturas de Willoq al ser fulminado por un rayo y morir por algunos días, como  cuenta a Darío Espinoza en Tanteo punto chaykuna valen (1997).

 

Entonces el querido amarillito de amarillando cobra un sentido más curativo, acorde con las propiedades medicinales de la retama de los caminos y innumerables  flores silvestres. Es también uno de los polvos de colores que los antiguos comerciantes aymaras  sacaban de sus enormes qepis  extendidos en los pueblos.

 

Si la literatura escrita en el Perú se origina con el redactor  quechua del Manuscrito de Huarochirí,  Santa Cruz Pachacuti Yamqui, Garcilaso de la Vega, Wamán Poma y  Juan Chaqña (El Lunarejo),  Feliciano Padilla une en su obra y vida dos ricas regiones literarias y es también fecundo representante de las literaturas andino amazónicas del Perú, que  al ser las más interesantes y creativas del momento, no requieren validación de la letrachayoq llaqta. 

 

En Aquí están los Montesinosnos ha mostrado la enfermedad del centralismo. Y en  Calicanto,con su qepi de historias bien logradas, de registro estilístico amplio y variado, donde la precisión de la palabra nos muestra cruda, alegre y descarnadamente a condición humana de los apurimeños de las postrimerías del siglo veinte, nuestro hermano Feliciano Padilla es  un curandero  quichua aymara que baja de Puno con sus cuentas y cuentos, polvos  y espejosque  nos  muestran nuestra violencia, olvidos, y resabios discriminatorios, señalando un camino ambiguo y pero necesario para ser más humanos.

 

Gracias hermano, hanaq pachapi qamlla allinlla.

 

 

West Nyack Ny 

3 de febrero de 2022

 

 

Bibliografía

 

Perrin, Michael (Edit)

1990                 Antropología y experiencias del sueño. Ediciones Abya-Yala. Quito

 

Padilla, Feliciano

2015                  Calicanto. Universidad Nacional del Altiplano. Puno

 

Puthuri, Ciprián y Darío Espinoza

1997         Tanteo puntu chaykuna vaen: las cosas valen cuando están en su         punto de equilibrio. Chirapaq. Lima

 

Roncalla Fernández,  Fredy Amílcar.

2020                  La invención de Borges en Ocobamba. Hawansuyo.com

 

Silverblatt, Irene

1987                Moon, Sun and witches: genderideologies and class in Inca and colonial Peru. Princeton University Press. New Jersey

 

 

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