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LA DISCIPLINA DE LA LUCIDEZ: INTERPELACIÓN AL POEMARIO “PABELLÓN DEL RESUELLO” Paul A. Valenzuela Trujillo

Luis Ormachea rechazando un premio de una minera.


 
Intro / carácter de la pieza
Los buenos libros de poesía suelen estar escritos con mucha precisión: nada para agregar, mucho menos desechar; como si tuviésemos entre manos varios catálogos de relojería suiza de última generación. Estos artefactos verbales si bien resultan placenteros, en el más hedonista de los sentidos, no son lo suficientemente estimulantes para ejercitar el viejo oficio del incordio y la puya retórica que también caracteriza a los que se atreven a confrontar un texto hasta pulverizarse los ojos, al mejor estilo de la flor de Pizarnik. Es por eso que la catatónica empresa de comentar un poemario debe asumirse como un legítimo espacio de discusión y ajuste de cuentas con el autor, sin el menor reparo en compadrazgos e insuflados gestos de cantina.
Al escritor Luis Ormachea le vengo siguiendo el rastro desde la publicación de su primer libro el año 2004; primero, porque hasta ese momento no encontré en la poesía arequipeña un equivalente que pudiera servir de referencia en la construcción de una poética tan insular: ni en los militantes del emblemático Aquelarre, mucho menos en los vates de la vanguardia indigenista que posteriormente derivó en el tradicional cholismo o nativismo de buena cepa. En segundo lugar, porque pocas veces uno encuentra coherencia y mucha actitud en un discurso que, aunque no tenga la misma popularidad que un cuento o una novela, sigue decantándose como un evento comunicativo para la realización del ser o, por lo menos, para intentarlo. Las posteriores conversaciones que sostuve con este qosqoruna de nacimiento y characato de adopción, me permitieron comprender el fuerte vínculo entre el sujeto político que necesita definirse ideológicamente de acuerdo a sus intereses de clase, y el sujeto poético que concibe al lenguaje como el verdadero territorio de expansión y conquista de sus más nobles ideales. 
Debo confesar, varios años después de haber conocido a Lucho, que discrepo con algunos postulados de su ideario político; pese a ello, no puedo dejar de militar fervorosamente por su poesía, sobre todo por ese entusiasmo dialéctico de trasformación de viejas y acartonadas estructuras discursivas que hace bastante tiempo dejaron de comunicar. Hasta aquí algunas palabras liminares antes de sumergirme a ese océano de agua dulce y mucho plancton que representa, desde mi modesto juicio, la escritura de este obrero de la palabra.
 
Tema / ejecución de la melodía
En poesía, las palabras suelen agotarse cuando la fuente verbal se ha vaciado de entusiasmo y recursos. En estos casos, algunos más lamentables que otros, se produce la arteriosclerosis y el enfriamiento del cuerpo poético. Sin embargo, cuando la escritura es motivada por el recalcitrante estallido de la especie, cuando al escribir nos enfrentamos a la modorra del poeta puro, esterilizado de la realidad; solo entonces, la sacratísima responsabilidad de hombre y artista, nos obliga a grafitear en los carcomidos muros de la historia. Así, con un antilirismo pleno y desmitificador, con herramientas precarias para trazar la sintomatología de nuestra piel, Luis Ormachea logra hilar —muy fino— aquella trama delirante de la experiencia humana. Todo esto y mucho más es Pabellón del resuello; pero vayamos por partes y trompicones, ya que una aproximación crítica a un trabajo de sugerente registro alegórico y vastísimo sentido, requiere desenrollar la madeja.
Las situaciones límite son las que mejor han sabido canalizar los desbordes creativos de muchos artistas a lo largo de la historia. Desde un Vallejo muriéndose de hambre en el crudo invierno de París, hasta un Van Gogh ajeno a la noción de tiempo y espacio en un mugroso atelier acompañado de roedores. En estas circunstancias, irremediablemente, solo sobreviven aquellas obras que logran convertirse en revelador y abrumador testimonio. Es el caso de este nuevo orto poético cuya gestación, en palabras del propio autor, supuso un incendio silencioso en medio de la respiración cansada y la queja nocturna de aquellos pacientes que lo acompañaron durante su estancia hospitalaria en la casa del dolor.
 
Desarrollo / sección de solos
En este preciso instante nos acontece el mundo, dice el poeta al presentarnos un escenario que es la realidad misma llena de profundas contradicciones. En ella, el escritor, desata la discusión denuestro asunto y abre líneas de participación entre sus lectores. Pero, ¿cuál es nuestro asunto?, ¿será acaso la poesía, el hombre, la vida? Todas estas categorías constituyen nuestro asunto y, en mayor o menor medida, demandan en cada uno de nosotros la humana epopeya del deslumbramiento con la finalidad de precisar, siempre arbitrariamente, algunas respuestas al acto cotidiano de sobrevivir desde nuestra esfera social e individual. Por eso apelamos al lenguaje como recurso biológico para deconstruirnos, para tentar con palabras una suerte de belleza esperada durante siglos de paciente crisálida. 
Ninguna sociedad que se vanaglorie de haber conquistado sus más altos ideales puede prescindir de pan y belleza, al menos en eso coincide el común denominador, aunque pocas veces sus esfuerzos estén orientados a la conquista de ambas empresas en paralelo. Por su parte, un autor empecinado en sostener que la realidad no cabe en su obra, que puede eludirla abiertamente, no se da cuenta que tanto él como su trabajo terminarán siendo escritura de la realidad. Esto lo tiene muy presente Ormachea y arremete, con urgencia, la tarea de comentar la aciaga fábula posmoderna, en cuyos trajines domésticos trasluce, con extrema nitidez, la materia gris que compone cada uno de nuestros días: “Alguien desabotona su prenda, apaga el mecanismo ilusionante, da vueltas en la cama, encuentra el llegar de la noche, observa una fotografía, habla al difuso bulto antropomórfico: concluye la perspectiva de esa habitación, ese puente, ese vacío túnel telefónico; o escucha cántico, dice sabiduría que sólo la multitud puede lograr, salpicada de barro, asfixiada por el gas, remendada con júbilo de juego, apuntalada por el ojo pasajero de la res, y su pretexto”.
Hay en las siete secciones de este libro, que no se ajusta a la simple y esquemática clasificación de prosa poética, una propuesta de escritura que logra activar en el lenguaje una fuerte carga política y social desde un espacio periférico latinoamericano. Aunque muchos digan que las fronteras económicas y culturales han sido liberadas con la globalización, aún persiste en la memoria colectiva de los pueblos ese esfuerzo por preservar su soberanía simbólica como un claro indicador de conciencia diferenciada: “Mi carne y su profunda resonancia, descarriada en las extensas direcciones de la tierra vivaz”. Por otro lado, es evidente y meritorio el despliegue de muchas imágenes que consiguen un montaje en blanco y negro de los acontecimientos del mundo: “Porque afuera es el tiempo, esa gran bestia: arranca los tejados de hojalata, y derriba al dormido haciéndolo volver de su prado a la casa, al fragor paralelo de las tuberías”. “La boca ha envejecido, se ha hecho honesta, la conciencia se detiene y dedica parte de su precioso plazo para arrancar porciones de dolor cotidiano”. “El mundo comienza a descascararse de su crudo disfraz, su elegancia verdadera de nube detenida por sobre intensa grasa que se fríe”. 
Algunos dirán, después de leer el poemario, que hay mucha e innecesaria palabrería barroca, que su exuberancia es parecida a los bosques tropicales donde no hay rastro de poda y solo es perceptible la niebla. Estas posibles apreciaciones no están alejadas de un juicio riguroso y es algo que el mismo escritor viene asumiendo como parte insoslayable de una poética cuyo mayor riesgo es no dejar espacio en blanco donde pueda respirar la página. No obstante, ciertas licencias son permitidas cuando alcanzan a conmover nuestro afligido aparato sentimental y revelan, al mismo tiempo, una extraña simetría de formas por donde llega a filtrarse un arrebato liberador: “ Lejos de la violencia del comprar y el vender y reducirlo todo a ese polvo (enferma cualquier cosa que toque) hay espacios donde la muerte es rechazada con tanto ahínco que se vive hasta conocer la vida en su sentido más palpable, el hedor de la sangre al ser tosida, el dolor de los huesos lastimados, la rigidez del frío carne adentro, y en todo aliento florece una vegetación causada por el viento de la memoria, el cosmos de la congregación de un elemento sumándosele a otros hasta lograr eso: araña las estrellas y pregunta su sueño en la tiniebla incandescente de la noche”.
 
Coda / final de la pieza
Lo que nos entrega el bardo Lucho Ormachea es una compleja sábana de sonidos, un mantra de analógica densidad a una partitura de jazz modal, donde el sentido del texto adquiere gravedad armónica y progresión rítmica de avanzada. Puede parecer pretencioso y hasta descabellado vincular, tan próximamente, un texto literario con una tradición musical de larga data; empero, el carácter experimental de este proyecto va más allá de una simple demarcación en cuanto a géneros y límites estilísticos. En ese entender, estoy convencido que su lectura sacará roncha en aquella fanaticada que nunca falta en estos menesteres y cuya mayor virtud es hacerle sombra a la fosforescencia del árbol poético.
 
Abancay, 26 de enero de 2021.

 

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