Gestiones femeninas, indígenas y juveniles. Danza y neoarielismo en los Ande / Juan Zevallos Aguilar
El wayki Juan Zevallos Aguilar va a publicar con nostros unas notas aparecidas anteriormente en la pretigiosa revista Siete Culebras del Cusco. Aqui la primera entrega.
Gestiones femeninas, indígenas y juveniles. Danza y neoarielismo en los Andes.
Juan Zevallos Aguilar
Ohio State University
Publicado en Sieteculebras. Revista Cultural Andina 25 (2008): 26-29.
Estas son notas de investigación sobre danzas y aproximaciones a ellas que observé y escuché en mi último periplo por Cusco, Puno, El Alto, Santiago de Chile y Lima, del 15 de junio al 20 de agosto del 2008. Cuando revisé mis notas de viaje, encontré un gran contraste entre las observaciones in situ que hice sobre danzas andinas --la diablada, nuevas danzas cusqueñas- y las elucubraciones intelectuales sobre ellas que escuché sobre en foros académicos. La exploración de las danzas andinas ha pasado a constituir tema de investigación de unos estudios culturales andinos que están tratando de buscar manifestaciones discursivas alternativas a la literatura. Sin embargo, en esa maniobra, que trata de disminuir la importancia de la literatura como registro privilegiado de cultura, se presentan serios problemas metodológicos y la aplicación de teorías novedosas generan impasses éticos que se tienen que resolver.
La diablada la he visto desde que tenía uso de razón en esa educación informal que recibimos los habitantes del sur andino como espectadores y bailarines. En mi infancia y primera juventud la disfruté en espacios públicos y cerrados en las visitas que hacía a la ciudad de Puno, autodenominada la capital folklórica de América, acompañando a mi madre puneña que retornaba a su tierra para celebrar la fiesta de la Virgen de la Candelaria con nuestros parientes varios 4 de febrero. También la presenciaba cuando embajadas artísticas del Collasuyo (Oruro y Puno) visitaban la ciudad del Cusco para presentarse en el estadio Garcilaso, en desfiles o en la explanada de Saqsayhuaman durante las fechas importantes como el Inti Raymi, los 24 de junio. La diablada ha sido mi baile favorito del enorme acervo danzístico puneño. Confieso que me aburrían la pandilla, el kajelo, llamerada, o morenada por su repertorio de pasos sincronizados y monótomos. Junto con los Ayarachis de Paratía, era una de las danzas más impresionantes y festivas. El inmenso número de danzantes, la variedad de personajes que representan, los disfraces y la música de una banda que utiliza instrumentos de bronce llamaban mi atención infantil. Para mí y otros niños era el baile más esperado en los festivales y desfiles del Sur Peruano. En la diablada se suspendían temporalmente las dicotomías caos/orden, bien/mal, tradición/modernidad, periferia/centro, local/global etc. Sabedores de estas preferencias, los organizadores de eventos culturales la han escogido como número de cierre. Uno de sus atractivos radica en la plasticidad y en la reactualización constante de sus pasos, disfraces y personajes. En las últimas presentaciones que vi en Cuzco y Puno noté la incorporación de novísimos personajes como Zorro y Pocahontas, con los cuales hay suficientes motivos para identificarse en el hemisferio sur. Los medios masivos globales han contribuido a ello. El personaje ficticio Zorro del suroeste mexicano ha adquirido presencia definitiva en el imaginario andino gracias a la novela escrita por Isabel Allende y las dos películas de Hollywood en las que Antonio Banderas es el protagonista. Asimismo la corporación Walt Disney ha ayudado al conocimiento de Pocahontas, la doncella Powhatan, con su película de dibujos animados.
En la diablada un misterioso Zorro vestido completamente de negro, incluido el sombrero, antifaz y capa, con dos pistolas al cinto, baila alrededor de los danzantes sin seguir un patrón definido. Del mismo modo, una niña de 10 años que representa a Pocahontas (1595-1617), con sus infaltables pluma de águila, vincha que la sostiene, un hacha, botas y un vestido de badana con flecos, baila con pasos de Pow Wow alrededor de los diablos, osos polares, gorilas y ángeles. Los motivos para identificarse con estos dos personajes mediáticos son obvios. El zorro es el bandido joven y guapo que impone la justicia, a lo Robin Hood, más allá de las jurisdicciones corruptas de México y los Estados Unidos en una zona de frontera. Pocahontas es la indígena que salvó la vida del colonizador inglés John Smith oponiéndose a la decisión de su padre. Así ayudó a establecer una convivencia pacífica entre colonizadores y colonizados. Luego se estableció en Inglaterra junto a su segundo marido John Rolfe, también inglés, y murió en prosperidad en una ciudad británica.
Los etnomusicólogos Gisela Cánepa Koch, Zoila Mendoza y Raúl Romero, han demostrado que las danzas andinas forman parte de una serie de eventos, dinámicas sociales y creencias entrelazadas que se despliegan en un año. En pocas palabras la práctica del baile les da una vida a sus practicantes. Los danzantes comparten las mismas creencias religiosas y barrios, se entretienen durante los ensayos, hacen ejercicios físicos, amistades y establecen relaciones de parentesco. En la práctica de las danzas también se afirman identidades sexuales, sociales, culturales y de género en los espectadores y ejecutantes. En otras palabras, los bailes crean espacios de reproducción social y cultural de hombres y mujeres de los andes. Por esta razón, los estudios de la diablada que la siguen concibiendo como una manifestación de resistencia, continuidad, identidad en el cuerpo indígena o cholo son reduccionistas. El reduccionismo se acentúa cuando el análisis se circunscribe sólo al día de su presentación y no consideran su complejidad social, religiosa y política que ha permitido su existencia y práctica.
Desafortunadamente, en algunas aproximaciones que se están dando en los estudios culturales andinos se descontextualiza a la danza para demostrar propuestas teóricas y políticas. En vez de tratar de entenderla en sus múltiples contextos, se plantean análisis con el propósito de afirmar una autoridad intelectual que se reserva el poder hermenéutico. Sin embargo esta posición manifiesta la angustia de intelectuales que ven amenazada su posición por la gestión aymara y quechua que se despliega en los últimos años en Bolivia y Perú.
Aunque el término neoarielista se ha aplicado a intelectuales que privilegian la literatura como un arte mayor que expresa una identidad latinoamericana que resiste al imperialismo norteamericano, los estudiosos de las danzas andinas son neoarielistas en cuanto siguen privilegiando la posición de los intelectuales como una vanguardia que debe dirigir a los subalternos y el cambio. En este sentido retrotraen viejas aproximaciones que no tienen mayor sentido en el presente o cometen excesos de aplicación de teorías de la biopolítica y necropolítica tan en boga en los últimos años. El seguir concibiendo a la danza como una mera muestra de resistencia, continuidad y expresión corporal imagina un conglomerado indígena y cholo como un cuerpo derrotado. En esta aproximación están utilizando la vieja dicotomía cuerpo/inteligencia del eurocentrismo. El cuerpo indígena es dinámico, posee potencia y energía. Pero para que alcance dirección y gestión política necesita inteligencia que obviamente la proporcionarán los intelectuales mestizos. Así la resistencia y continuidad indígena y chola, expresada en el baile o ritual, necesita la orientación y mediación de un letrado iluminado. Estas concepciones son anacrónicas al no aceptar el avance y protagonismo de los indígenas en la política y la cultura diaria de los países andinos. Niegan una realidad en la que se encuentra ya un presidente aymara de la república en Bolivia o la protesta y presión indígena amazónica que ha hecho derogar por el congreso de la república decretos leyes que privatizaban la amazonía en el Perú.
Esta capacidad de avance y organización más no de mera resistencia la pude constatar en el último “Festival Folklórico” de la localidad de Pisaq, Cusco que se celebró como parte de las festividades de la virgen del Carmen. En este larguísimo festival me impresionó la capacidad creativa de los pobladores de Pisaq en la invención de danzas que crearon tomando como punto de partida bailes ya establecidos. Aunque ya no sigo, como espectador asiduo, el desarrollo de la danza andina en los últimos veinte años, me sorprendió ver la puesta en escena de “Huayna Saqra” que sería una derivación de la danza masculina Saqra. La última danza de la provincia de Paucartambo tenía solo a un personaje femenino llamada la china saqra. También llamó mi atención el baile “Capac Coyacha” que se origina a partir de la contradanza que es bailada por parejas heterosexuales. La innovación de estos dos bailes es que están íntegramente ejecutados por mujeres jóvenes que manifiestan abiertamente su feminidad. Fechar su aparición demandaría una investigación más larga. Lo que si salta a primera vista son las mujeres jóvenes solteras de la comunidad que se organizan para expresar explícitamente su agencia femenina. ¿Feminismo andino? No son las tradicionales comuneras establecidas en el pueblo. Su comportamiento, corte de cabello y modos de moverse y hablar indican educación superior, ascenso social y una condición migrante. Aparte de las bailarinas residentes en Pisaq, muchas eran jóvenes universitarias que venían de ciudades peruanas (Arequipa, Cusco y Lima) y una de los EEUU.
Este protagonismo femenino juvenil se entiende cuando entran en consideración los cambios culturales y sociales ocurridos en los últimos veinte años. Pisaq ha dejado de ser el pueblo apacible, cuyo atractivo mayor era el “mercado indio” donde se veía a Varayocs y trueques realizados entre quechuas, de comunidades altas y bajas, con las mestizas del pueblo y la ciudad. También en el Pisaq de antaño era difícil volver a la ciudad del Cusco después de las tres de la tarde o comer en un restaurante con mínimos estandares de salubridad e higiene en los ochenta. La construcción de la carretera asfaltada que la une con la capital del departamento y el circuito del Valle Sagrado de los Incas, la industria del turismo y los medios electrónicos la han inscrito en flujos económicos y culturales globales.
Son pocos los lugareños que habitan el centro de Pisaq. Extranjeros y nuevos residentes peruanos han comprado o alquilado las casas para poner negocios dirigidos a satisfacer el turismo indigenista “New Age”. Junto con la feria artesanal que se lleva a cabo los jueves del año, en la Plaza de Armas de Pisaq y todas las calles de acceso proliferan, cafés, hostales, restaurantes, tiendas de venta de joyas, artesanía CDs y DVDs, cabinas Internet y de teléfono, salones de masajes y tatuajes, consultorios de medicina andina, cajeros automáticos y centros de venta y recarga de teléfonos celulares. También han proliferado los hornos a leña que le han hecho perder su sabor local. Pisaq, como muchos pueblos andinos, tenía un solo horno que se convertía en un centro de convergencia social. Los lugareños y visitantes de diferentes niveles económicos y sociales iban a comprar los deliciosos panes, empanadas, pasteles y tortas horneados con leña de eucalipto. También llevaban sus cuyes, lechones o tortas para hacerlos hornear.
La industria del turismo de Pisaq también ha atraído a una nueva generación de bricheros que han acentuado su apariencia indígena orientada hacia un indigenismo “New Age”. Junto al uso de algunas ropas indígenas del lugar, llevan collares, pulseras y tatuajes de una iconografía medieval, prendas de vestir estilizadas de Apaches y Lakotas, se deforman las orejas, la nariz y el rostro con anillos y clavos. En pocas palabras son personajes en los que se pueden distinguir detalles de orejones incas, personajes y temas del medievalismo hollywodense de la saga de ‘Harry Potter”, “Narnia”, un Toro del “Llanero solitario” y rasgos punks de Amsterdam o Berlín.
Otra observación que indica la invención en una matriz local fue la danza “Michimichi”. En esta danza bailada por escolares de 13 y 14 años del colegio San Francisco de Borja, que celebraba ciento ochenta y seis años de su creación republicana, los bailarines hombres y mujeres pretenden ser gatos. Para tal efecto, se pintan bigotes en sus rostros y se disfrazan con ojotas, chalecos, faldas y pantalones negros (mayu chinpanas) de bayeta más camisas o blusas blancas. Michi significa gato en quechua. La traducción Michimichi al castellano sería la danza de los gatos. Aparte de pasos y figuras que representan un proceso de seducción heterosexual, que es acompañado por un conjunto musical de quena y tambor, la danza termina con una explícita cópula gatuna colectiva. Sorprende que esta danza y otras inventadas por los escolares sean admitidas por la sociedad cusqueña a pesar de su explicitez sexual. La ejecución de la danza en un desfile de la Plaza de Armas del Cuzco, el centro más consagrado y prestigioso de la ciudad, estaba protegida por los maestros, padres de familia y la policía. En este caso ya no se connota o se sublimiza el deseo sexual como ocurre en la mayoría de los bailes. La denotación es abierta y clara ¿Qué significa la existencia de ésta? ¿Una liberación sexual andina?
Para terminar, la incorporación de “Zorro” y “Pocahontas” en la diablada, la aparición de danzas femeninas y explícitamente sexuales confirman la vitalidad de la cultura andina. Les da vida a sus integrantes y observadores. Las creaciones y cambios tienen lugar en una matriz local inscrita en flujos globales. Del mismo modo se hace visible y explícita la incorporación de más sectores sociales en la vida pública. Púberes y mujeres solteras empiezan a tener protagonismo en el ámbito local. Su gestión se hace cada vez más visible como ocurre también en las “cholitas luchadoras” en espectáculos de lucha libre organizados en El Alto, Bolivia. Como especialistas en la cultura andina solo podemos darnos cuenta de estos detalles si contextualizamos el estudio o aproximación a la danza y no las aislamos para aplicar novedosas teorías llenas de angustia de intelectuales que se sienten desplazados o amenazados por la gestión indígena o chola que da mayor importancia a su parte aymara y quechua. Del mismo modo debemos hacer el esfuerzo de dejar de considerarnos la vanguardia intelectual y política. Recordemos que ya no somos los únicos con capacidad hermenéutica y de liderazgo. Los aymaras y quechuas tienen sus propios intelectuales y líderes. Del mismo modo, los saberes aymaras y quechuas también tienen capacidad interpretativa con sus propias categorías y conceptos. La tarea pendiente no sólo es incluir o integrar a la manera del viejo indigenismo, el reto de ahora es compartir responsabilidades y apoyar proyectos que ayuden a salir de los atolladeros en los que nos ha puesto el neoliberalismo realmente existente.
Publicado en Sieteculebras. Revista Cultural Andina 25 (2008): 26-29.
Gestiones femeninas, indígenas y juveniles. Danza y neoarielismo en los Andes.
Juan Zevallos Aguilar
Ohio State University
Publicado en Sieteculebras. Revista Cultural Andina 25 (2008): 26-29.
Estas son notas de investigación sobre danzas y aproximaciones a ellas que observé y escuché en mi último periplo por Cusco, Puno, El Alto, Santiago de Chile y Lima, del 15 de junio al 20 de agosto del 2008. Cuando revisé mis notas de viaje, encontré un gran contraste entre las observaciones in situ que hice sobre danzas andinas --la diablada, nuevas danzas cusqueñas- y las elucubraciones intelectuales sobre ellas que escuché sobre en foros académicos. La exploración de las danzas andinas ha pasado a constituir tema de investigación de unos estudios culturales andinos que están tratando de buscar manifestaciones discursivas alternativas a la literatura. Sin embargo, en esa maniobra, que trata de disminuir la importancia de la literatura como registro privilegiado de cultura, se presentan serios problemas metodológicos y la aplicación de teorías novedosas generan impasses éticos que se tienen que resolver.
La diablada la he visto desde que tenía uso de razón en esa educación informal que recibimos los habitantes del sur andino como espectadores y bailarines. En mi infancia y primera juventud la disfruté en espacios públicos y cerrados en las visitas que hacía a la ciudad de Puno, autodenominada la capital folklórica de América, acompañando a mi madre puneña que retornaba a su tierra para celebrar la fiesta de la Virgen de la Candelaria con nuestros parientes varios 4 de febrero. También la presenciaba cuando embajadas artísticas del Collasuyo (Oruro y Puno) visitaban la ciudad del Cusco para presentarse en el estadio Garcilaso, en desfiles o en la explanada de Saqsayhuaman durante las fechas importantes como el Inti Raymi, los 24 de junio. La diablada ha sido mi baile favorito del enorme acervo danzístico puneño. Confieso que me aburrían la pandilla, el kajelo, llamerada, o morenada por su repertorio de pasos sincronizados y monótomos. Junto con los Ayarachis de Paratía, era una de las danzas más impresionantes y festivas. El inmenso número de danzantes, la variedad de personajes que representan, los disfraces y la música de una banda que utiliza instrumentos de bronce llamaban mi atención infantil. Para mí y otros niños era el baile más esperado en los festivales y desfiles del Sur Peruano. En la diablada se suspendían temporalmente las dicotomías caos/orden, bien/mal, tradición/modernidad, periferia/centro, local/global etc. Sabedores de estas preferencias, los organizadores de eventos culturales la han escogido como número de cierre. Uno de sus atractivos radica en la plasticidad y en la reactualización constante de sus pasos, disfraces y personajes. En las últimas presentaciones que vi en Cuzco y Puno noté la incorporación de novísimos personajes como Zorro y Pocahontas, con los cuales hay suficientes motivos para identificarse en el hemisferio sur. Los medios masivos globales han contribuido a ello. El personaje ficticio Zorro del suroeste mexicano ha adquirido presencia definitiva en el imaginario andino gracias a la novela escrita por Isabel Allende y las dos películas de Hollywood en las que Antonio Banderas es el protagonista. Asimismo la corporación Walt Disney ha ayudado al conocimiento de Pocahontas, la doncella Powhatan, con su película de dibujos animados.
En la diablada un misterioso Zorro vestido completamente de negro, incluido el sombrero, antifaz y capa, con dos pistolas al cinto, baila alrededor de los danzantes sin seguir un patrón definido. Del mismo modo, una niña de 10 años que representa a Pocahontas (1595-1617), con sus infaltables pluma de águila, vincha que la sostiene, un hacha, botas y un vestido de badana con flecos, baila con pasos de Pow Wow alrededor de los diablos, osos polares, gorilas y ángeles. Los motivos para identificarse con estos dos personajes mediáticos son obvios. El zorro es el bandido joven y guapo que impone la justicia, a lo Robin Hood, más allá de las jurisdicciones corruptas de México y los Estados Unidos en una zona de frontera. Pocahontas es la indígena que salvó la vida del colonizador inglés John Smith oponiéndose a la decisión de su padre. Así ayudó a establecer una convivencia pacífica entre colonizadores y colonizados. Luego se estableció en Inglaterra junto a su segundo marido John Rolfe, también inglés, y murió en prosperidad en una ciudad británica.
Los etnomusicólogos Gisela Cánepa Koch, Zoila Mendoza y Raúl Romero, han demostrado que las danzas andinas forman parte de una serie de eventos, dinámicas sociales y creencias entrelazadas que se despliegan en un año. En pocas palabras la práctica del baile les da una vida a sus practicantes. Los danzantes comparten las mismas creencias religiosas y barrios, se entretienen durante los ensayos, hacen ejercicios físicos, amistades y establecen relaciones de parentesco. En la práctica de las danzas también se afirman identidades sexuales, sociales, culturales y de género en los espectadores y ejecutantes. En otras palabras, los bailes crean espacios de reproducción social y cultural de hombres y mujeres de los andes. Por esta razón, los estudios de la diablada que la siguen concibiendo como una manifestación de resistencia, continuidad, identidad en el cuerpo indígena o cholo son reduccionistas. El reduccionismo se acentúa cuando el análisis se circunscribe sólo al día de su presentación y no consideran su complejidad social, religiosa y política que ha permitido su existencia y práctica.
Desafortunadamente, en algunas aproximaciones que se están dando en los estudios culturales andinos se descontextualiza a la danza para demostrar propuestas teóricas y políticas. En vez de tratar de entenderla en sus múltiples contextos, se plantean análisis con el propósito de afirmar una autoridad intelectual que se reserva el poder hermenéutico. Sin embargo esta posición manifiesta la angustia de intelectuales que ven amenazada su posición por la gestión aymara y quechua que se despliega en los últimos años en Bolivia y Perú.
Aunque el término neoarielista se ha aplicado a intelectuales que privilegian la literatura como un arte mayor que expresa una identidad latinoamericana que resiste al imperialismo norteamericano, los estudiosos de las danzas andinas son neoarielistas en cuanto siguen privilegiando la posición de los intelectuales como una vanguardia que debe dirigir a los subalternos y el cambio. En este sentido retrotraen viejas aproximaciones que no tienen mayor sentido en el presente o cometen excesos de aplicación de teorías de la biopolítica y necropolítica tan en boga en los últimos años. El seguir concibiendo a la danza como una mera muestra de resistencia, continuidad y expresión corporal imagina un conglomerado indígena y cholo como un cuerpo derrotado. En esta aproximación están utilizando la vieja dicotomía cuerpo/inteligencia del eurocentrismo. El cuerpo indígena es dinámico, posee potencia y energía. Pero para que alcance dirección y gestión política necesita inteligencia que obviamente la proporcionarán los intelectuales mestizos. Así la resistencia y continuidad indígena y chola, expresada en el baile o ritual, necesita la orientación y mediación de un letrado iluminado. Estas concepciones son anacrónicas al no aceptar el avance y protagonismo de los indígenas en la política y la cultura diaria de los países andinos. Niegan una realidad en la que se encuentra ya un presidente aymara de la república en Bolivia o la protesta y presión indígena amazónica que ha hecho derogar por el congreso de la república decretos leyes que privatizaban la amazonía en el Perú.
Esta capacidad de avance y organización más no de mera resistencia la pude constatar en el último “Festival Folklórico” de la localidad de Pisaq, Cusco que se celebró como parte de las festividades de la virgen del Carmen. En este larguísimo festival me impresionó la capacidad creativa de los pobladores de Pisaq en la invención de danzas que crearon tomando como punto de partida bailes ya establecidos. Aunque ya no sigo, como espectador asiduo, el desarrollo de la danza andina en los últimos veinte años, me sorprendió ver la puesta en escena de “Huayna Saqra” que sería una derivación de la danza masculina Saqra. La última danza de la provincia de Paucartambo tenía solo a un personaje femenino llamada la china saqra. También llamó mi atención el baile “Capac Coyacha” que se origina a partir de la contradanza que es bailada por parejas heterosexuales. La innovación de estos dos bailes es que están íntegramente ejecutados por mujeres jóvenes que manifiestan abiertamente su feminidad. Fechar su aparición demandaría una investigación más larga. Lo que si salta a primera vista son las mujeres jóvenes solteras de la comunidad que se organizan para expresar explícitamente su agencia femenina. ¿Feminismo andino? No son las tradicionales comuneras establecidas en el pueblo. Su comportamiento, corte de cabello y modos de moverse y hablar indican educación superior, ascenso social y una condición migrante. Aparte de las bailarinas residentes en Pisaq, muchas eran jóvenes universitarias que venían de ciudades peruanas (Arequipa, Cusco y Lima) y una de los EEUU.
Este protagonismo femenino juvenil se entiende cuando entran en consideración los cambios culturales y sociales ocurridos en los últimos veinte años. Pisaq ha dejado de ser el pueblo apacible, cuyo atractivo mayor era el “mercado indio” donde se veía a Varayocs y trueques realizados entre quechuas, de comunidades altas y bajas, con las mestizas del pueblo y la ciudad. También en el Pisaq de antaño era difícil volver a la ciudad del Cusco después de las tres de la tarde o comer en un restaurante con mínimos estandares de salubridad e higiene en los ochenta. La construcción de la carretera asfaltada que la une con la capital del departamento y el circuito del Valle Sagrado de los Incas, la industria del turismo y los medios electrónicos la han inscrito en flujos económicos y culturales globales.
Son pocos los lugareños que habitan el centro de Pisaq. Extranjeros y nuevos residentes peruanos han comprado o alquilado las casas para poner negocios dirigidos a satisfacer el turismo indigenista “New Age”. Junto con la feria artesanal que se lleva a cabo los jueves del año, en la Plaza de Armas de Pisaq y todas las calles de acceso proliferan, cafés, hostales, restaurantes, tiendas de venta de joyas, artesanía CDs y DVDs, cabinas Internet y de teléfono, salones de masajes y tatuajes, consultorios de medicina andina, cajeros automáticos y centros de venta y recarga de teléfonos celulares. También han proliferado los hornos a leña que le han hecho perder su sabor local. Pisaq, como muchos pueblos andinos, tenía un solo horno que se convertía en un centro de convergencia social. Los lugareños y visitantes de diferentes niveles económicos y sociales iban a comprar los deliciosos panes, empanadas, pasteles y tortas horneados con leña de eucalipto. También llevaban sus cuyes, lechones o tortas para hacerlos hornear.
La industria del turismo de Pisaq también ha atraído a una nueva generación de bricheros que han acentuado su apariencia indígena orientada hacia un indigenismo “New Age”. Junto al uso de algunas ropas indígenas del lugar, llevan collares, pulseras y tatuajes de una iconografía medieval, prendas de vestir estilizadas de Apaches y Lakotas, se deforman las orejas, la nariz y el rostro con anillos y clavos. En pocas palabras son personajes en los que se pueden distinguir detalles de orejones incas, personajes y temas del medievalismo hollywodense de la saga de ‘Harry Potter”, “Narnia”, un Toro del “Llanero solitario” y rasgos punks de Amsterdam o Berlín.
Otra observación que indica la invención en una matriz local fue la danza “Michimichi”. En esta danza bailada por escolares de 13 y 14 años del colegio San Francisco de Borja, que celebraba ciento ochenta y seis años de su creación republicana, los bailarines hombres y mujeres pretenden ser gatos. Para tal efecto, se pintan bigotes en sus rostros y se disfrazan con ojotas, chalecos, faldas y pantalones negros (mayu chinpanas) de bayeta más camisas o blusas blancas. Michi significa gato en quechua. La traducción Michimichi al castellano sería la danza de los gatos. Aparte de pasos y figuras que representan un proceso de seducción heterosexual, que es acompañado por un conjunto musical de quena y tambor, la danza termina con una explícita cópula gatuna colectiva. Sorprende que esta danza y otras inventadas por los escolares sean admitidas por la sociedad cusqueña a pesar de su explicitez sexual. La ejecución de la danza en un desfile de la Plaza de Armas del Cuzco, el centro más consagrado y prestigioso de la ciudad, estaba protegida por los maestros, padres de familia y la policía. En este caso ya no se connota o se sublimiza el deseo sexual como ocurre en la mayoría de los bailes. La denotación es abierta y clara ¿Qué significa la existencia de ésta? ¿Una liberación sexual andina?
Para terminar, la incorporación de “Zorro” y “Pocahontas” en la diablada, la aparición de danzas femeninas y explícitamente sexuales confirman la vitalidad de la cultura andina. Les da vida a sus integrantes y observadores. Las creaciones y cambios tienen lugar en una matriz local inscrita en flujos globales. Del mismo modo se hace visible y explícita la incorporación de más sectores sociales en la vida pública. Púberes y mujeres solteras empiezan a tener protagonismo en el ámbito local. Su gestión se hace cada vez más visible como ocurre también en las “cholitas luchadoras” en espectáculos de lucha libre organizados en El Alto, Bolivia. Como especialistas en la cultura andina solo podemos darnos cuenta de estos detalles si contextualizamos el estudio o aproximación a la danza y no las aislamos para aplicar novedosas teorías llenas de angustia de intelectuales que se sienten desplazados o amenazados por la gestión indígena o chola que da mayor importancia a su parte aymara y quechua. Del mismo modo debemos hacer el esfuerzo de dejar de considerarnos la vanguardia intelectual y política. Recordemos que ya no somos los únicos con capacidad hermenéutica y de liderazgo. Los aymaras y quechuas tienen sus propios intelectuales y líderes. Del mismo modo, los saberes aymaras y quechuas también tienen capacidad interpretativa con sus propias categorías y conceptos. La tarea pendiente no sólo es incluir o integrar a la manera del viejo indigenismo, el reto de ahora es compartir responsabilidades y apoyar proyectos que ayuden a salir de los atolladeros en los que nos ha puesto el neoliberalismo realmente existente.
Publicado en Sieteculebras. Revista Cultural Andina 25 (2008): 26-29.
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